_
_
_
_
Reportaje:

El firmamento pintado en la cara

José María López, de 93 años, quiere celebrar el Año de la Astronomía con una pulpada popular en Vila de Cruces, donde levantó con sus manos un observatorio

Alguien lo bautizó como "o neno da estrela" y el nombre le quedó. Una vez, de paseo por el monte, su abuelo le señaló un punto brillante en el firmamento y le dijo, "en castellano, como decía las cosas importantes", "ése es el Lucero del Alba". Esa noche, a José María López (Cumeiro, Vila de Cruces, 1916) le empezó a interesar todo lo que el sol apaga de día, pero aún tuvo que esperar a jubilarse para construir el que por un tiempo fue el mayor observatorio de Galicia. Ahora, con 93 años, se le dibuja en las sienes pecosas, cada día más nítido, el planisferio celeste. "El mar está muy bien, pero el cielo... El cielo no tiene comparación con nada", defiende este astrónomo autodidacta. "Puede ser que se me esté pintando una constelación en la cara, porque la verdad es que siempre fui guapo, y siempre estuve sellado por las estrellas".

Él ya no duerme nunca arriba, tiene miedo: "La vejez es una coña"
Está a punto de rebatir el Big Bang, y sabe que va a armar "un follón"

Lo dice un hombre que quedó medio inútil de un brazo por una explosión en el frente de Teruel, pero que se salvó de quedar cojo por un disparo en Brunete. "La bala me pasó entre la tibia y el peroné, sin rozar el hueso". Antes y después de la guerra se ganó la vida de cantero, de zoqueiro, de carpintero. Se costeó los estudios (hasta el bachillerato elemental) en Santiago sacando volframio en O Fontao, y pasado el tiempo les pagó las carreras a sus tres hijos haciendo de practicante, a sueldo del ayuntamiento, y más adelante de dentista, a pesar de que el gremio lo denunció por intrusismo. "Si yo hubiese estudiado habría sido matemático, porque de niño resolvía cuentas con las que los maestros no podían". Pero no pudo ser, y ahora, en su libro recién publicado (Divagaciones astronómicas y algo más) se mete con Einstein y otros cuantos científicos "porque dicen cosas que no tienen traza".

En 1993 inauguró al fin con su mujer, María Campos, dos años más joven, el Observatorio Astronómico do Couto de Zarragrande, en Vila de Cruces. El telescopio, que vino de EE UU "vía Lérida" y alcanza "la marimorena" (15 millones de años luz), le costó cinco millones de pesetas. Los prismáticos, tres. Y la cúpula, que le vendían por otros cinco en Barcelona, terminó haciéndosela un yerno "que es un fenómeno" y tiene una fábrica de grúas. De la parte de cantería, para el observatorio, el cierre y el aula en la que llegó a impartir lecciones cósmicas para grupos, se encargó él primero, aunque luego tuvo que contratar ayuda.

José María no es capaz de calcular en muelas el precio del observatorio, pero asegura que, si no fuese porque siguió realizando extracciones a pesar de las denuncias, Vila de Cruces no podría presumir de tener esta gran ventana al cielo que, sin embargo, "el alcalde no valora ni aprovecha". "Los de cerca son los que pierden la misa", dice sonriendo sin ganas. "Aquí vienen los niños por su cuenta, que los profesores nunca los traen".

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

La Fundación Astronómica de Vila de Cruces que él soñaba ampliar sigue estando desde el 93 compuesta sólo por su señora y por él. Los aficionados vienen de toda Galicia, aunque cada vez menos, a mirar con José María las estrellas, y luego dejan la voluntad para contribuir al mantenimiento de las instalaciones. Él ya no duerme nunca aquí arriba, tiene miedo de estar solo, y cada vez sube menos, "la vejez es una coña". De limpiar la maleza se encargan, dos veces al año, los agentes contraincendios de la Xunta, que a cambio utilizan este punto tan alto, con "un cielo muy grande", por encima de las demás montañas, para otear los posibles fuegos. "Vienen por el día, comen y lo pasan caralludamente. Y cuando me rozan esto yo les regalo unas botellas de vino", cuenta el astrónomo.

Ayer planeaba celebrar con una gran merienda para los vecinos el Año de la Astronomía. El miércoles había ido a fichar un pulpeiro a Lalín y había mandado cientos de invitaciones, pero una desgracia familiar truncó la fiesta en la madrugada del sábado. "La pulpada será otro día", prometió.

De adolescente "quería ser santo" y llegó a hacerse sangre con una corona de espinas. Pero de tanto mirar hacia arriba ya no cree en Dios. "Es segurísimo, no hay ni otro mundo ni puñetas. Por desgracia". Después de todo lo vivido, le quedan dos penas: la de no tener el sello postal de la URSS "con la perrita Laica" y, sobre todo, la de no haber descubierto un cometa para bautizarlo. "Me hubiera gustado escribir mi nombre en el firmamento". Sin embargo, cree que la vida aún le dará tiempo para decir "dónde acaba el Universo" y está a punto de rebatir el Big Bang. "Las explosiones no crean materia, sino vacío... En unos días voy a armar un follón. Una polémica del carallo".

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_