¿Dónde están los hermanos Coen?
Nacieron en las afueras de Minneapolis, pero su trazo apenas se percibe, aunque sí el de Bob Dylan
¿Te atreves con un Minneapolis de los hermanos Coen?", me preguntaron, y yo, tonto de mí, recogí el desafío (allí nacieron, en Saint Louis Park, a las afueras, Joel, en 1954, y Ethan, en 1957). Sólo cuando ya me encontraba en la ciudad caí en la cuenta de que había asumido una tarea imposible, porque en la filmografía de los Coen Minneapolis está prácticamente ausente. Sólo en Fargo -ciudad que ni siquiera se encuentra en Minnesota- aparecen algunas imágenes, no muy favorecedoras, de Minneapolis: una toma del skyline, algunos recorridos por las autopistas que la atraviesan, un aparcamiento cubierto de nieve y, por supuesto, un elenco de personajes del Medio Oeste que podrían ilustrar un manual de deficiencias mentales. E interiores: muchos interiores.
Minneapolis, entonces, sin los hermanos Coen. Pero con Mark Twain y con Scott Fitzgerald. Algo es algo.
Cuando Mark Twain recorría el Misisipi pilotando un barco de vapor, Minneapolis y Saint Paul eran dos diminutos asentamientos situados a 11 kilómetros uno de otro, a ambos lados del río. Acodados sobre el Misisipi, frente a las cataratas de San Antonio, se desarrollaron gracias a la industria maderera al principio, que fue desplazada por la fabricación de harina, a la que se vino a sumar la de cerveza.
Dos ciudades y un río
Veinte años más tarde, cuando Twain se sentó a escribir Vida en el Mississippi, las dos ciudades estaban a punto de tocarse y, como vaticinó el mismo Twain, pronto ningún visitante podría adivinar cuándo ha salido de una y entrado en la otra. Las ciudades gemelas, las llaman; Saint Paul es la capital del Estado, más pequeña que su hermana, con la que ha competido desde siempre. Más que en el centro, administrativo y de servicios pero no particularmente animado, el atractivo para el visitante se encuentra en el barrio de Summit Hill, donde vivió una época Scott Fitzgerald: amplios jardines y mansiones victorianas, como la de los Fitzgerald, un pastiche medievalizante que refleja el deseo de una clase social de entroncar culturalmente con Europa. En el barrio de Cathedral Hill también hay varios bloques de apartamentos de arquitectura victoriana, con bares y restaurantes en los que es posible imaginar a los burgueses decadentes de Fitzgerald, que vivió una temporada en el hotel Commodore, y de hecho hasta la II Guerra Mundial el barrio fue frecuentado por la alta sociedad de Minneapolis. ¿Iba Scott Fitzgerald a W. A. Frost & Co., un lujoso drugstore en el neorrenacentista Dacotah Building, a comprar las botellas de whisky que consumía sin parar? Yo, más sobrio, he ido a tomar un capuchino al bar-restaurante que ha sustituido al antiguo almacén; el capuchino no es gran cosa, pero el decorado lo hace sentirse a uno en una película de los felices veinte.
En la ciudad gemela se adivina mayor movimiento, mayor desorden también; Minneapolis es una de esas ciudades que creció deprisa, sin tiempo para mucha planificación, con unos edificios surgiendo encima de otros porque aquí la historia es demasiado reciente como para tenerle respeto: uno se interesa por los abuelos, rara vez por los padres. Anchas avenidas, inmensos aparcamientos, variopintos rascacielos, multitud de calles que se vacían los fines de semana salvo por los pocos mendigos o chiflados que se apoderan de la ciudad abandonada. No es fácil orientarse al principio porque la ciudad está dividida en varios centros a varios kilómetros de distancia: Downtown y el Mill District, Uptown, Dinkytown, este último en la orilla oriental, los otros en la occidental. Dinkytown se ve enseguida, pero no por ello deja de merecer la pena visitarla; puede uno pasarse horas en sus librerías de viejo, entrar en alguno de sus bares, cenar en el Loring Pasta Bar, un local inmenso y ruidoso dividido en dos pisos, el superior con una balaustrada que permite contemplar el de abajo, con actuaciones musicales y con la pátina que da saber que Bob Dylan vivió en ese mismo edificio.
Como estamos en Estados Unidos, donde no se puede mirar una torre sin que te digan que es la más alta, o la segunda o la quinta más alta del país, ni asomarte al Misisipi sin escuchar que lleva cuatro veces más agua que el Rin, un par de datos: Minneapolis tiene, junto con Seattle, el mayor índice de lectura, venta de periódicos y uso de bibliotecas de Estados Unidos; la tercera es Saint Paul; después de Nueva York es la ciudad donde más se va al teatro y la segunda, después de Seattle, en la clasificación nacional de diversión y ocio. ¿Más? Sí; es la segunda por el porcentaje de trabajadores y estudiantes que van en bicicleta a sus obligaciones. Y no sé exactamente qué puesto ocupa, pero muy elevado, por número de pequeñas editoriales, de discográficas, y, en otra liga, por el número de lagos, parques y zonas verdes. También tiene uno de los museos más importantes de arte contemporáneo de Estados Unidos: el Walker Art Center. Alojado en un edificio moderno que fue ampliado en 2005 por el estudio suizo Herzog & De Meuron, incluye también un jardín de esculturas. El otro museo de arte contemporáneo de la ciudad es el Weisman Art Museum, que se levanta junto al río, un conjunto de volúmenes acorazados en metal que recuerdan algunos cuatros cubistas, y que tiene la apariencia inconfundible de los edificios de Frank Gehry. Y cabe mencionar el otro edificio emblemático de Minneapolis, el teatro Guthrie, construido por Jean Nouvel en el Mill District, el barrio industrial. Es un edificio con referencias a las formas de las fábricas cercanas, pero que se destaca de ellas por su color azul oscuro. Desde la terraza se tiene una vista magnífica del río. Aunque es desde el río mismo desde donde mejor se ve la ciudad: las riberas verdes, los puentes, los antiguos edificios industriales, la oficina de correos modernista, los picos de los rascacielos surgiendo por detrás.
Por cierto, decía al principio que los Coen habían ignorado su ciudad de origen en sus películas. Pues bien, ayer se estrenó en Estados Unidos A serious man, la última película de los Coen, ambientada en su ciudad natal. Quizá próximamente sí se pueda escribir un artículo sobre la Minneapolis de los hermanos Coen. Veremos.
» José Ovejero es autor de la novela La comedia salvaje (Alfaguara, 2009)
Más información en la Guía de Estados Unidos
GUÍA
Cómo ir
» Iberia (www.iberia.com; 902 400 500) vuela a Minneapolis; ida y vuelta desde Madrid, con una escala (Estados Unidos), a partir de 619 euros.
» Delta (www.delta.com) ida y vuelta a Minneapolis desde Madrid, con una escala (Estados Unidos), a partir de 631 euros.
Visitas
» Walker Art Center (www.walkerart.org). 1750 Hennepin Avenue. Martes a domingo, de 11.00 a 17.00 (jueves hasta 21.00). Entrada, 6,90 euros.
» Weisman Art Museum (www.weisman.umn.edu). 333 East River Road. Martes a domingo, de 10.00 a 17.00 (jueves hasta 20.00). Gratuito.
» Teatro Guthrie (www.guthrietheater.org). 818 South 2nd Street. Rutas guiadas del edificio por 6,90 euros.
Información
» Turismo de Minneapolis (www.minneapolis.org).
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