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Columna
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En dirección equivocada

El pasado lunes, en su intervención en la Cadena SER, José Saramago se mostró muy expresivo al manifestar su acuerdo con las palabras de Manuel Chaves, en las que subrayaba el efecto tan nocivo que habían tenido para Andalucía los tópicos acerca de nuestra tierra y de su gente puestos en circulación en otros territorios de España. Ambos coincidían en la hipoteca que tales tópicos representan para el desarrollo de Andalucía, ya que los prejuicios que los demás tienen sobre nosotros son mucho más difíciles de combatir que los juicios.

Todos los que hemos tenido que movernos, por un lado, en Andalucía, los que hemos dedicado toda nuestra vida profesional a trabajar en Andalucía y por Andalucía, pero que, al mismo tiempo, hemos tenido que relacionarnos con ciudadanos de otras regiones españolas, lo hemos podido comprobar de manera reiterada. El estar siempre con la guardia levantada para no dejar pasar una impertinencia o el tener que enfrentarse abiertamente con un colega cuando da rienda suelta a cualquiera de sus prejuicios sobre Andalucía y los andaluces, es de las cosas desagradables que a muchos nos ha pasado.

Levantar esta hipoteca nos está costando mucho y nos va a seguir costando mucho todavía. Los lugares comunes, como ya advirtió Flaubert en su famoso Diccionaire des idées reçues, son muy difíciles de erradicar, pues proceden de la sucesión incontable y anónima de opiniones de procedencia extraordinariamente heterogénea, a las que, por eso mismo, es muy difícil hacer frente. Luchar contra los prejuicios es en cierta medida un trabajo de Sísifo, que nunca se puede dar por finalizado.

Ahora bien, el hecho de que sea difícil, no debe conducirnos a la resignación, sino a todo lo contrario. Desde la recuperación de la democracia y, de manera muy especial, desde nuestra constitución en comunidad autónoma por la vía del artículo 151 de la Constitución, hemos dado pasos muy importantes en la buena dirección. Aunque la información sobre nuestra tierra no deja de ser sesgada, no lo es, ni mucho menos, en la misma medida en que lo era hace unas décadas.

A veces, sin embargo, somos nosotros mismos los que cometemos errores y tiramos piedras contra nuestro propio tejado. El error más grave, en mi opinión, ha sido poner en circulación la mal llamada deuda histórica, que en lugar de ayudar a transmitir la imagen de una comunidad que se siente segura de sí misma y que está dispuesta a competir en condiciones de igualdad con las demás, alimenta el prejuicio de una Andalucía subsidiada, que en lugar de esforzarse por salir ella misma adelante, pretende hacerlo a costa de los demás.

Estoy convencido de que Andalucía no va a recibir más por la deuda histórica de lo que hubiera recibido también sin ella. Al final, en la negociación del Estado con cada una de las comunidades autónomas, todas van a hacer valer lo que las demás han recibido para calcular lo que cada una de ellas tendría que recibir y, por lo tanto, las cantidades que Andalucía reciba como consecuencia de la liquidación de la deuda histórica serán utilizadas por las demás comunidades, a fin de recibir un trato similar.

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Dicho con otras palabras: no creo que Andalucía vaya a ganar nada realmente con la deuda histórica y, sin embargo, sí creo que la exigencia de dicha deuda va a tener, está teniendo ya, un coste para nuestra imagen, que dificulta el esfuerzo que estamos haciendo y que todavía tenemos que seguir haciendo para combatir los prejuicios que existen sobre nosotros. Por suerte, este lío de la deuda histórica está llegando a su fin, aunque me temo que acabará tan esperpénticamente como empezó.

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