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Crónica:Mundial de Mendrisio
Crónica
Texto informativo con interpretación

Absurdo sobre ruedas

España, la selección más fuerte, la de las grandes figuras, termina conformándose con el bronce de 'Purito' Rodríguez en una carrera ganada por el australiano Cadel Evans

Carlos Arribas

En la Torrazza de Novazzano, una cuesta engañosa, apenas 1.700 metros con desniveles máximos del 10%, Eddy Merckx hizo trizas a Felice Gimondi cuando alcanzó su segundo Mundial, en 1971. En la Torrazza de Novazzano, un repecho en una suave loma en torno a Mendrisio, Cadel Evans, un hondo hoyuelo en la barbilla, el único rasgo brillante junto a sus ojos de ciervo en una persona de habitual afectada de tristeza, de desamparo, labró su propia leyenda con un ataque sorprendente y ágil, moviendo el plato grande alegre, dejándose guiar por una ambición muchos años ocultada por la frustración, con un demarraje que dejó clavados a todos los favoritos. También a los españoles. Más que a nadie, a los españoles, que hicieron grande a Evans, uno acostumbrado a no ganar nunca; uno que, a pesar de ello, tuvo el valor de intentar ganar.

Sólo al seleccionador pareció sentarle mal el puesto. "Me sabe a poco", dijo De Santos
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En la Torrazza de Novazzano, egoístas, asustados como conejos a la salida del sol, con la misma ambición que un funcionario que sólo sueña con la invisibilidad, obsesionados con los movimientos del temido Cancellara, con la táctica del eterno rival, la squadra azzurra, los cracks del ciclismo español, empataron a cero un partido que debieron ganar por goleada y, encima, posaron sonrientes para la foto. España podía haber copado el podio, podía haber ganado el arco iris con Joaquín Purito Rodríguez, con Valverde, con Samuel -no con Freire, para quien la última vuelta fue la vuelta de más-, y terminó con un bronce, el de Purito, que sabe a nada y, encima, batiendo palmas, escondidos detrás de dos sacrosantas palabras que lo justifican todo: "medalla", "equipo". Lo llaman también ciclismo, aunque también podría pasar por esperpento.

José Luis de Santos, el seleccionador debutante, jugó un partido impecable si se juzga desde la academia. También fue el único al que pareció sentarle mal el resultado. "Me sabe a poco el bronce", dijo; "con el equipo que teníamos sólo había que pensar en la victoria. Un tercer puesto me deja la cara triste, aunque peor habría sido un cuarto, claro, que nos la habría dejado de tontos". De Santos manejó con frialdad la partida, no entró al trapo de la agresividad italiana, dejó que trabajaran más selecciones antes del movimiento final y logró que en la última vuelta, después de que Cancellara arrasara al pelotón con su potencia, tres españoles formaran parte del grupo de nueve que se jugaría la victoria. Faltaban sólo la última subida y el último descenso. "Entonces les dije a los corredores que se manejaran según su instinto", dice De Santos.

A Purito, el instinto le pedía guerra caliente, jugar a la provocación, atacar para descubrir; a Valverde y Samuel, las figuras, guerra fría, vigilancia, freno. Conformismo. Hemos estado con los grandes, se justifican. "Yo, con Cancellara", dice Samuel, el campeón olímpico. "Yo, con Cunego", añade Valverde. "Teníamos delante a un compañero", dicen los dos refiriéndose a Purito, a quien habían mandado a vigilar a Evans, en el que no pensaban ellos; "y hay que respetar a los compañeros". Impecable discurso. Triste discurso. Falso discurso.

A Purito, que llevaba en fuga 100 kilómetros, que había estado en su sitio cuando se movieron peones fuertes de Italia -Paolini, Scarponi, Visconti y, sobre todo, el campeón saliente, Ballan-, que manejaba la situación, fuerte, sobrado, con una sola pierna, le traicionaron los grandes de España, le privaron probablemente de la victoria, cuando dimitieron de su obligación de intentar ganar ellos. Fue el absurdo. Un caso de escuela de ciclismo: España tenía al más fuerte de una fuga de 30 que podría haber llegado hasta el final, Purito; España tenía a los más fuertes en el pelotón perseguidor; España, sus buenos trabajadores -Gárate, capitán de ruta, Moreno, Plaza-, tira la fuga abajo; Cancellara hace la selección definitiva y muere en el intento, y, llegado el momento del remate, España, los grandes, deja que se la juegue Purito, aquél cuya fuga han anulado, el único superviviente final de la larga fuga. ¿Lo entiende alguien?

"Pero seguro que Purito está muy contento", dice Samuel, en quien los ojos delatan una ironía que su tono de voz oculta. Contento de verdad estaba Evans, quien a los 32 años encuentra, por fin, una justificación victoriosa a la locura, a un empeño individual, individualista puro, que le hizo dimitir de Australia, donde era una gran figura del mountain bike, para arriesgarse a la soledad y al escarnio del ciclismo europeo. "Y, encima", dijo Evans, que se sentó en Stabio, a tres kilómetros de Mendrisio, que se entrena por las orillas del lago Mayor, a quien entrena el sabio italiano Aldo Sassi, el maestro del centro Mapei y de Basso, "ha sido como ganar en casa". El año próximo, que el Mundial se corre en Australia, también podrá ganar en casa.

Clasificación: 1. C. Evans (Aus.), 6h 56m 26s en los 262,2 km. 2. A. Kolobnev (Rus.), a 27s. 3. J. Rodríguez, a 28s. 4. S. Sánchez, a 30s. 5. F. Cancellara (Sui.), m. t. 9. A. Valverde, a 51s. 15. Ó. Freire, a 2m 2s.

Cadel Evans acelera hacia el oro.
Cadel Evans acelera hacia el oro.EFE

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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