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Columna
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Presión fiscal

Salen los partidos de maniobras pre-preelectorales, y el PP ha montado para hoy en el velódromo de Dos Hermanas (Sevilla) una concentración, acto o evento (yo creía que la palabra había pasado de moda desde que Antonio Machado se reía de "los eventos consuetudinarios que acontecen en la rúa"), contra la subida de impuestos. Ve el PP en el desasosiego económico una posibilidad de ganarle al PSOE, que, después de 30 años gobernando en Andalucía, por fin podría caer por demolición ruinosa. Copiando el esquema de una película de éxito, la lucha sublime entre buenos y malos, entre el mal y el bien, el método popular para la conquista de votos traza una tajante división en el mercado político: a favor o en contra de la subida de impuestos, el PSOE o el PP.

El otro día, en el Parlamento, según contaba en estas páginas Isabel Pedrote, Arenas vaticinaba "la ruina final de los ciudadanos" si los impuestos subían. Griñán le contestó: "El presidente Zapatero nos va a subir los impuestos a usted y a mí, pero a cambio va a dar 7.200 millones de euros para la protección de los desempleados andaluces, ¿se da cuenta de la diferencia?" Arenas y Griñán, políticos en la oposición y en el poder, aparecían de pronto, gracias al propio Griñán, como la personificación ejemplar de esos poderosos ricos y antipáticos a los que Zapatero subirá los impuestos para proteger a los pobres desempleados andaluces.

Griñán es consciente de lo antipáticos que caen en general los políticos profesionales. "Es a gente como usted y yo a la que se sube los impuestos", parecía decirle a Arenas desde la tribuna parlamentaria. Hablaba para que lo oyeran fuera del Parlamento, y sus palabras habrían convertido la subida de impuestos en una cuestión caritativa, de buenos sentimientos, si no dieran por sentado el progresivo resentimiento insuperable con que los votantes miran hoy a sus políticos. ¿Quién rechazaría un suplemento fiscal a Griñán y Arenas para dárselo a los pobres? Yo, a pesar del sentimentalismo de corazón de oro de Griñán, estoy en este momento con los socialistas, es decir, a favor de que paguen más impuestos las grandes fortunas.

Reconozco, sin embargo, que para mí es fácil defender esa idea tan simple: no tengo una gran fortuna. Ni siquiera sé si llego a una fortuna mediocre. Pero, mediocremente pobre como soy, estoy convencido de que las grandes fortunas son las más interesadas en que exista un Estado fuerte. El tópico político dice que el pensamiento fijo de la derecha es bajar los impuestos, mientras que la izquierda se obstina en subirlos. El capitalismo, o la economía (sólo existe el capitalismo), prospera si hay estabilidad social, fe en las instituciones y en la providencia del Estado, que evita desigualdades insoportables y violentas. Si el PP fuera verdaderamente conservador, estaría a favor de subir ahora selectivamente los impuestos.

Quiere bajarlos. "En época de crisis tienes derecho a que te bajen los impuestos", proclama la secretaria general del PP, María Dolores Cospedal, en un anuncio del mitin de Dos Hermanas por Internet. ¿Se lo decía a sí misma o a Rajoy, cuando la grabó la cámara? ¿Todo el mundo tiene ese derecho, gane lo que gane, precisamente ahora que caen las rentas de muchos y el Estado recauda menos? Derecha e izquierda comparten con mayor o menor entusiasmo el propósito de frenar el déficit público, pero Arenas promete, para el día en que gobierne, no escatimar gastos en educación, salud ni asistencia social. El gasto público es uno de los motores del modelo económico andaluz.

Aquí la asistencia social incluso cubre a los ricos con subvenciones estupendas. Ingresando menos, un posible gobierno regional del PP gastaría más o lo mismo y a la vez reduciría el déficit. Supongo que Arenas habla con las ventajas y el desahogo del político autonómico español, que pide, gasta y deja al Gobierno central la responsabilidad de recaudar.

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