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Columna
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Desertores

Además de refugio de forajidos, esta antigua geografía donde antaño recalaron fructíferas civilizaciones ha derivado en un vivero de desertores. Aún caliente el festejo de Benidorm, los defenestrados echan pestes. La memoria selectiva les impide recordar que hace 18 años, justo allí, un tipo de Cartagena con efecto papada se compró como quien dice una tránsfuga para dar el salto, y qué salto, hacia su propio Estado de bienestar. Naturalmente no es lo mismo Benidorm que Dénia, Calp, la Vall de Laguar o el tamayazo de la Asamblea de Madrid. Son distintas estructuras de costes y beneficios. El transfuguismo es una suerte de deserción, más frecuente donde la partitocracia impone listas cerradas, porque saben que la carne es débil pero la regeneración se les puede llevar por delante. En cambio, allá donde los cargos electos, además de la fidelidad a las siglas, responden ante la ciudadanía de sus distritos, la tentación no prospera en idéntica medida. Se condena el método empleado en la capital turística de La Marina para cambiar el gobierno municipal, pero por más daños que se inflijan al socialismo indígena, sus dirigentes no van a mejorar los índices de liderazgo, pues cero menos cero, sigue siendo cero. En cambio, el inmenso regocijo contenido ante el ajuste de cuentas no tiene precio. Y como bien sabe la beatería indignada, quien a hierro mata, a hierro muere.

La deserción no sólo afecta a la soldadesca municipal. Ahora que los apellidos catalanes de lustre han de cargar, horror, con la evidencia de que albergaban una espléndida muestra de charcutería selecta en el Palau de la Música, conviene sacar conclusiones sobre los controles que hacen agua cuando se trata de velar por el patrimonio público. La Sindicatura de Cuentas de la vecindad ya advirtió en 2002 que los tejemanejes de don Fèlix Millet, hasta hace cuatro días prototipo de ejemplar con seny y buenas costumbres, no eran trigo limpio. Recuérdese este episodio cuando se publicite el próximo informe de nuestro síndico y, especialmente, el día que se derrumben las grandes obras de ingeniería financiera y pilares propagandísticos que proyectan una falsa imagen de prosperidad, donde sólo existe un páramo con democracia de baja intensidad en el que la buena gobernanza quedó a la deriva tras desertar buena parte de la nómina pública, incluyendo interventores. Aunque, para deserciones, las de la Sala de lo Penal del Tribunal Superior de Justicia valenciano, dando la espalda a las pruebas de la supuesta financiación ilegal del PP derivadas del caso Gürtel. A ver si también deserta el Consejo General del Poder Judicial, cuando le llegue la hora de evaluar tanta desconsideración. Porque algo tendrá que hacer, ¿no?

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