_
_
_
_
Crítica:PURO TEATRO
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

La cenicienta del Palace

Marcos Ordóñez

El Español ha abierto temporada con La cena de los generales, de José Luis Alonso de Santos, espectáculo doblemente singular: a) porque se trata de un empeño inusualmente ambicioso en la empresa privada y, b) porque estamos ante un cuento de hadas sobre la posguerra incivil. Celestino Aranda, de Producciones Faraute, se enamoró del texto, y encomendó su dirección a Miguel Narros y su protagonismo a Sancho Gracia, que coproduce al frente del sello Lusa. No es frecuente, como digo, que empresarios privados aborden una función con dieciocho actores (ni tampoco que acaben recalando en un teatro público, por cierto). Hay que destacar, igualmente, el cuidado de la puesta: la sobria e imponente escenografía de Andrea D'Odorico, la luz del magistral Gómez Cornejo y el impecable vestuario de Ana Rodrigo. La cena de los generales tiene un estupendo planteamiento, que hubiera hecho las delicias de Berlanga. En abril de 1939, Franco y su Estado Mayor deciden autodedicarse un banquete en el Palace. Los encargados de organizar la cena son el teniente de intendencia Santiago Medina (Juanjo Cucalón) y don Genaro, el veterano maître del hotel (Sancho Gracia). Conflicto uno: todo el equipo de cocina era de izquierdas y, por tanto, está en la cárcel. Vale, por un día se les saca. Conflicto dos: todos los camareros son de derechas, y están a matar con el equipo de cocina. Hay que conjuntar ambos grupos y ponerse a trabajar contra reloj para que la velada llegue a buen puerto. Así pues, Alonso de Santos tiene entre manos una gran situación de comedia y un bonito tema de fondo: el orgullo de los profesionales, dispuestos a demostrar su valía por encima de las circunstancias. ¿Cómo se malbarata este suculento material? De entrada, por el maniqueísmo del trazo. Los cocineros son bellísimas personas sin el menor claroscuro, mientras que los camareros son bobalicones, rastreros o monstruosos, como esa falangista (Lucía Bravo) que ha de pechar con el rol de bruja de Blancanieves. Y para que un matón de Acción Popular (Borja Luna) se redima en el último tercio, Alonso de Santos le inventa un sacrificio digno de Balarrasa, pero a la inversa. En La cena de los generales hay tres personajes y tres interpretaciones de mérito: Sancho Gracia, que sirve con sobriedad y carisma a ese mago, mitad sensato mitad enloquecido, que es Don Genaro; Juanjo Cucalón, que levanta al itálico modo (pasado de vueltas, pero eficacísimo) a un teniente arquetípico (el cascarrabias más bueno que el pan), y Ana Goya en el poderoso rol de Juana, la chef suplente y anarquista. El resto de los actores poco pueden hacer con unos personajes abocetados, unos diálogos con escasa chispa y unas situaciones que se arrastran y se empantanan. A mitad del páramo, sin embargo, el soufflé comienza a subir en dos direcciones sorprendentemente opuestas. Vector realista: la inminencia de la cena, que detona una aceleración general bien pautada en el texto y mejor coreografiada por Narros. Vector delirante: el descabellado plan de don Genaro para casar, con cura y todo, al friegaplatos Ángel (César Oliver) y a la cocinera María (Candela Arroyo). Llegado ese momento, uno suspende toda credulidad y acepta entrar, dando pasitos de danza, en el ensoñador país de la fantasía. Porque ya no estamos en el mundo real. En el mundo real (el de Berlanga y Azcona, pongamos), una pareja de izquierdas, separados por la guerra y en cárceles diferentes, aprovecharía ese encuentro para abrazarse hasta la extenuación. Aquí, sin embargo, apenas se tocan y quieren casarse por la iglesia. Nos lo tragamos porque da juego escénico, y porque hasta entonces Alonso de Santos apenas les ha dado escena y media a Ángel y María. Decidimos creernos al cura vasco (Luis Muñiz) camuflado de pinche, y nos hace gracia lo de las anillas de cortina convertidas en alianzas, y nos emociona, sí señor, la entrada, a ritmo de vals, del pastel nupcial que acabará comiéndose Franco, y acatamos (no se lo detallo, porque realmente hay que verlo para creerlo) el definitivo regalo de boda de Don Genaro. Porque tenemos unas ganas indecibles de que pase algo y porque la trama se ha convertido en un cruce de Capra con La cenicienta del Palace, de Escobar y Moraleda: ni en mis más salvajes sueños me hubiera imaginado un giro de tales dimensiones. ¿Tiene verdad? Ni cien gramos. ¿Tiene encanto? Sí. Mucho. Puro crowd-pleaser, que dicen los americanos. Nombrarías a Sancho Gracia abuelo honorario. Incluso te dan ganas de casarte de nuevo, con él de padrino. Y con la chef anarquista que, por un día, en fin, dejará de lado la ideología y aceptará ser madrina del invento. Cuando todo se ha solucionado milagrosamente, nunca mejor dicho, y Don Genaro toca el violín para ellos, caes en la cuenta de que lo único que falta es que Ángel y María rompan a cantar. Recapitulas y descubres que, por mucho que la función seduzca a un público entregado, Alonso de Santos se ha equivocado de formato. Y Narros. Y Celestino Aranda. Aquí, y lo digo absolutamente en serio, hay una mina de oro escondida. Me dicen que La cena de los generales pronto será película, pero lo que está pidiendo a gritos es una reconversión en musical. De hecho, Narros ya se lo olía cuando decidió encabezar cada escena con fragmentos de oberturas zarzuelísticas. Y "dejarse la radio puesta" con la canción del Cola-Cao y otras incrustaciones nostálgicas. Un musical permitiría que colase plenamente ese deslizamiento hacia el cuento de hadas. Y que se sintetizara, cantando, lo que tardan la intemerata en narrarnos. Se suprimirían los tediosos intercambios informativos, y el esquematismo de los personajes secundarios se salvaría por la vía de la estilización. Y el desfile de platos, que la chef comanda a golpe de micro, podría convertirse en una sensacional escena de danza y slapstick. Y Sancho Gracia sería la respuesta española a Zero Mostel: el ángel judío, astuto, bondadoso, rebosante de chutzpah. Piénselo, señor Aranda, que se puede forrar.

Hay tres interpretaciones de mérito: Sancho Gracia, Juanjo Cucalón y Ana Goya. El resto poco pueden hacer con unos personajes abocetados

La cena de los generales, de José Luis Alonso de Santos. Teatro Español. Madrid. Hasta el 11 de octubre. www.esmadrid.com/teatroespanol/

<b>Víctor Manuel Dogar, Sancho Gracia y Juanjo Cucalón (de izquierda a derecha), </b>en <i>La cena de los generales</i>.
Víctor Manuel Dogar, Sancho Gracia y Juanjo Cucalón (de izquierda a derecha), en La cena de los generales.LUIS MALIBRÁN

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_