Greipel y Puertollano, fieles a sí mismos
Rosendo (Jesús, el ciclista, no Mercado, el cantante) es sevillano, de Carmona, concretamente. Quizás esa condición le impulsó a meterse en el cuerpo 142 kilómetros de escapada en solitario que le dejaron en la cama rendido, dormido como un niño. Un sevillano valiente el día que la Vuelta anunció que el próximo año partirá de Sevilla, con una contrarreloj nocturna y que el jersey oro se convertirá en rojo a partir de la próxima edición. Todo debió influir en su estado de ánimo, no en vano Jesús Rosendo fue el farolillo rojo de la pasada Vuelta, así llamado porque en otro tiempo, en el Tour, el último de la fila en la general portaba cada etapa un jersey rojo. ¿Premio o castigo? Que cada cual elija.
Sería por todo eso que se fue en el octavo kilómetro, echando en falta un compañero con el que hablar. Y sería porque quedan poquitas etapas para los sprinters que lo cazaron cuando ya estaba a punto de desfallecer en el kilómetro 152. Se acabó la aventura del prófugo y comenzó la etapa, la llegada siempre nerviosa a Puertollano, siempre accidentada, resuelta por velocidad. Y todas las previsiones se cumplieron. Otra caída, como el año pasado, y otro sprint. Y Greipel, el velocista voraz del voraz Columbia, que no dejó pasar el tren. Henderson, como siempre, le preparó el sprint, y Greipel se tiró como una bestia. El francés Bonnet y el italiano Bennati olieron el humo del rebufo y quisieron seguirle. Pero una cosa es seguir a Greipel y otra darle alcance cuando echa su corpachón sobre el manillar.
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