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Columna
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¡Viva Dillinger!

Será porque tengo todavía fresca la imagen de John Dillinger en su espectacular reaparición en la película de Michael Mann Enemigos Públicos, será también porque estos días se debate por estos pagos la presunta y para muchos conveniente fusión entre Caixanova (Vigo) y Caixa Galicia (A Coruña) para construir una dársena gallega contra las turbulencias monetarias exteriores, será por todo eso que me pregunto por la vigencia de aquel joven de Indiana que, en los años posteriores a la Gran Depresión de 1929 hizo del asalto a los grandes bancos de la zona de Chicago y Wisconsin no sólo un arte de la delincuencia (si podemos llamarle así) sino también una llamada social: robo al sistema que nos ha robado, no al pueblo ahorrador. No le tengo ninguna simpatía a estos quebrantahuesos que en épocas no muy recientes nos obligaron a pagar intereses hipotecarios de hasta un 25%, que nos sangran con comisiones a veces fantasmagóricas, que nos engañan con el swap y otros clips de su invención, que nos niegan el suministro cuando hay paro y divorcio, que nos obligan a tener el avalista como ángel de la guarda en momentos grotescos, que nos hacen pasar por el aro de fuego de sus volátiles finanzas que nadie (ahora sabemos que nadie es igual a nadie) controla.

Hemos sido capaces de cambiar el ejército pero no hemos tocado ni un pelo a bancos y banqueros

No les tengo simpatía a estos señores que tienen por misión inflar los globos hasta que pinchan y hacen del dinero un gas inflamable aunque tengan el rostro, faltaría más, de devolvernos las migajas de su ganancias convertidas, así lo mandan sus estatutos, en obra social: esto para arte, esto para minusválidos, esto para mujeres maltratadas, esto para energía eólica... Tampoco le tengo el mínimo respeto a esos consejos de administración que son como tapaderas donde se sientan viejos carcamales franquistas a la vera de emergentes actores de la nueva sociedad emulando aquellas fantásticos partidos de gitanos contra guardias civiles. Vocales que cobran dietas opulentas, ejecutivos que siguen llevándose su bonus a Suiza o a las SICAV aún después de ver como su gran banco o caja ponía el cazo al dinero público. Debe ser por todo ello que me importa un rábano que el capital sea gallego o uzbeko, catalán o tejano, porque a estas alturas de la globalización casi siempre da igual, aunque el gran preboste de la congregación les dé los buenos días en gallego y les mande con el resumen anual de sus cuentas unos facsímiles de Castelao.

Dillinger seguramente no entendería la enésima crisis del sistema financiero que ha puesto en la piqueta a la primera gran potencia mundial y enseñado los trapos sucios de sus miserias: los Madoff, las subprime, Enron y Fanny Mae en una lista de agravios que ha hecho que Obama sea poco menos que considerado como un nuevo comunista por las fuerzas más reaccionarias. Robos y delincuencia de guante blanco jaleadas aquí por muchos votantes (Berlusconi como Madame Bovary dice que Italia le recuerda a sí mismo; aquí pueden decirlo Rita Barberá o Baltar de Valencia o de Ourense) pero que tienen siempre el merecido confort de unas merecidas vacaciones entre los algodones del sistema financiero que nadie, nadie, y menos los ultraliberales se atreven a cambiar. Laissez faire, laisssez passer, que el mercado se arreglará por sí mismo como el cuerpo con los virus; no metáis mano dónde no debéis, que parecéis comunistas y legos en la materia (¡y un cuerno, todo un premio Nobel como Krugman apuesta por el déficit público y un socialdemócrata tiene que capear el temporal de la economía japonesa!)

Hemos sido capaces de cambiar el ejército, con la Iglesia nos hemos topado a menudo, pero no hemos tocado ni un pelo una recurrente anomalía del sistema y a los profesionales que lo rigen: los bancos y los banqueros. Aunque el argumento le ponga los pelos de punta a muchos de ahí ha provenido la gran catástrofe y no de esa subida de impuestos con la que a buenas horas amaga Zapatero para reconciliar a los desheredados de la tierra. Hay mucha demagogia en todo esto empezando por nuestros gobernantes y sus despreciables plazos y subastas, y una maldad y una falta de escrúpulos incalificable en los que esperan que todo sea una circunstancia pasajera para volver a las andadas perfeccionando la pirámide de Madoff más que el obsoleto estilo Dillinger.

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