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Columna
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Almas gemelas

Maravilla de agosto en el que tantos columnistas hemos brillado por nuestra ausencia. Le decía a un amigo que me he echado tan poco de menos en los papeles que he empezado a pensar que estoy de más. Una sensación a tener en cuenta. La recomiendo: el alivio de hacer descansar la presencia pública. Deberían saborearla los políticos, que aun desde sus lugares de veraneo no dejaron de hacer declaraciones. ¿Declarar es trabajar? Depende del esfuerzo de reflexión que lleve una declaración acumulado. Por las veces que metieron la pata y caldearon sin necesidad el ambiente se podría decir que declararon al buen tuntún.

No hay nada más cansino que ser previsible. Lo imprevisible en España es el panorama económico; lo previsible, las declaraciones de los políticos y sus piojos (contertulios parásitos de los partidos). Eso puede acabar con la fe que el ciudadano tiene en la vida pública. El optimismo del partido gobernante y su muchachada nos sume en el desconcierto y la indignación: ¿es ésa la manera de perpetuarse en el poder?; pero no es menos extraña la respuesta de la oposición y sus gogós: la implacabilidad con que anuncian a diario el desastre que caerá sobre nuestras cabezas si ellos no relevan pronto a quien gobierna parece nacer, más que de la natural preocupación por el país, de la necesidad de celebrar el desastre, de aumentarlo, de convertirlo en apocalíptico a fin de allanar su vuelta a La Moncloa. Un catastrofismo y un optimismo que comparten su falta de respeto por la ciudadanía que representan.

Hubo un tiempo en que decir que todos los políticos eran iguales se consideraba una amenaza a la misma esencia de la democracia, pero, ¿por qué no tendríamos derecho a afirmar hoy que en su obstinada previsibilidad son muchos los que declarando cosas en apariencia opuestas entre sí se comportan como almas gemelas?

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