Islam significa sumisión
Visito en CaixaForum Madrid la espléndida exposición Los mundos del Islam en la colección del Museo Aga Khan. Para sacar más provecho de la visita, abro el Corán, en la traducción del arabista Juan Vernet publicada por BlackList, e intento leer algunas páginas. Sin duda, me equivoco de fecha porque los 35 grados que azotan el paseo del Prado, lugar donde tiene su sede CaixaForum Madrid, a dos pasos del museo Thyssen-Bornemisza, merman la resistencia de mis meninges y me vuelvo muy susceptible ya ante la primera azora de este libro sagrado. Me encantaría exponer aquí mi opinión sobre esta primera azora -una voz derivada, posiblemente, según Vernet, del hebreo surá, "línea", "fila", y de aquí "líneas" del Corán- pero el instinto de conservación me lleva a hacerme esta pregunta sensata: "Pero ¿quién te manda a ti disentir ya de la primera azora del Corán y cometer el delito de querer expresar esta disensión en público?". Hace calor, pero me aplico el principio de Tirso de Molina de "la prudencia en la mujer" que yo extiendo también al hombre cuando vamos a ocuparnos de asuntos religiosos.
La Central Eléctrica de Mediodía, tras una brillante remodelación, es hoy Caixa Forum
Aparco, pues, mi lectura del Corán para otro momento con mejores condiciones atmosféricas, y acordándome de que la modelo de Malasia, Kartika Sari Dewi Shukarno, de 32 años, ha sido condenada a recibir seis azotes por haber bebido una cerveza en un club nocturno, leo el cuento "En agosto en Madrid sólo se quedan las locas" del espléndido libro de relatos Niñas Malas, de la escritora y actriz madrileña de cine, teatro y televisión Marta Fernández-Muro. El sustituir el Corán por Niñas Malas no nos aleja del todo de la religión porque, como cuenta en su excelente prólogo Augusto M. Torres, Fernández-Muro, a finales de los setenta, debutó como actriz en un papel de monja en la película Los restos del naufragio, de Ricardo Franco. La sombra de la monja que ella fue, hace ya treinta años, en aquella película, me lleva otra vez por el mal camino y me hago esta pregunta también impertinente: ¿Cómo es la prosa del Corán? Y no me queda más remedio que volver a la carga: en la visita de la exposición de CaixaForum Madrid he aprendido que islam significa sumisión y, sumiso como un fiel de misa diaria, no hablaré de la prosa del Corán ni siquiera para repetir lo que dice su traductor Juan Vernet quien, por cierto, cuando tradujo Las mil y una noches, que publicó Planeta, según me contó un ilustre arabista, suavizó los pasajes eróticos del original porque, como decía en un célebre libro de los años cincuenta el cardenal húngaro Tihamer Toht, donde hay pureza hay energía.
Aparquemos, pues, para nuestra próxima reencarnación la crítica literaria de los libros sagrados -¿qué tal es la prosa de la Biblia de Nácar-Colunga; ¿de verdad que es buena la prosa castellana de la Biblia de Jerusalén?; ¿por qué los obispos no nos dicen que la soberbia traducción de la Biblia firmada por Lutero funda el alemán moderno, como la prosa del Lazarillo funda la prosa castellana moderna?-, y hablemos de la prosa de un libro de relatos contemporáneo: ¿cómo es la prosa de Niñas Malas? Esta prosa es ejemplar: es ágil, fresca, con buen ritmo. En las historias de estos relatos la autora sólo nos da lo esencial. Marta Fernández-Muro tiene la más recomendable de las alergias: la alergia al fárrago. ¡Cuántos autores destrozan sus libros porque se empeñan en contar las cosas sin ahorrarnos los detalles intrascendentes! ¿No ven estos autores cómo el Ayuntamiento de Madrid poda sin miedo los árboles? ¿Por qué estos autores no van a la ferretería y se compran el instrumental pertinente para podar sus textos? Unas tijeritas, una hoz, un martillo y, en los casos extremos de poligrafía, una buena hacha vasca pueden ayudarnos mucho a salvar obras a las que sólo les falta que su autor se anime a darles un buen corte.
En uno de sus más bellos sonetos dice el madrileño Quevedo aquello de "Buscas a Roma y a Roma no la encuentras". Naturalmente, el paso del tiempo se llevó casi todo por delante. En 2001 La Caixa adquirió la vieja Central Eléctrica de Mediodía, una de las pocas joyas de arquitectura industrial en el casco histórico de Madrid. La Central Eléctrica de Mediodía, tras una brillante remodelación, es hoy CaixaForum Madrid. La antigua fábrica, proyectada en 1899 por el arquitecto Jesús Carrasco-Muñoz Encina y el ingeniero José María Hernández, estaba en ruinas. Sus 2.000 metros cuadrados, con la remodelación, se han convertido en una superficie de 10.000 metros cuadrados, que merece la pena visitar. En su excelente librería adquirí El Islam. 94 preguntas básicas, de John L. Esposito, que me han convertido en una persona prudente. ¿Y qué decir del... ¡jardín vertical!... de la entrada formado por 15.000 plantas de 250 especies? También sobre este asunto mi sumisión -o sea, mi islam- me ha vuelto mudo.
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