VEINTISÉIS
Osea, que el hombre invisible está como una chota. Loco, grillado, de psiquiatra. Le pasa algo mental. Entonces hago cálculos y mi hermana no vuelve de Punta Cana hasta dentro de cinco o seis días. Mis viejos, por su parte, siguen en la playa. No conozco a nadie a quien colocárselo y me da un mal rollo de la hostia la idea de pasar la última semana de agosto (que no de vacaciones) con un crío psicópata. Lo mismo que le ha arrancado un dedo a un colega (que creo que sí), y que se ha cargado a un perro (que creo que también), acaba conmigo.
Estoy dándole vueltas a todo esto mientras preparo el desayuno, cuando suena el teléfono. Es mi vieja, desde la playa, que parece que me ha leído el pensamiento. Sabe que el crío y yo estamos solos en Madrid y dice que por qué no vamos a pasar con ellos estos días últimos de agosto. Total, añade, cogéis un coche de línea y en menos de cuatro horas os plantáis aquí, luego podemos volver todos juntos a Madrid. Yo veo el cielo abierto, pero al mismo tiempo de ver el cielo abierto, observo al hombre invisible, que está sentado a la mesa, todavía en calzoncillos y camiseta, golpeando la taza con la cuchara, al ritmo de una música que sólo escucha él, y juro que a la luz del día me parece completamente inofensivo y que me da una pena de la hostia. Además, no me veo en la casa de mis viejos, no todavía, quizá ya nunca. Y la idea de encontrarme en el pueblo con la gente de la peña me hace vomitar. Le digo a la vieja que gracias, pero que no, que nos da pereza. Creo que ella respira con alivio y me recomienda que vayamos a la piscina y todo eso.
La idea de encontrarme en el pueblo con la gente me hace vomitar. Le digo a la vieja que gracias, pero no
Mientras desayunamos, el hombre invisible dice que cuando cierra los ojos le cabe todo dentro de la cabeza. ¿Cómo que te cabe todo?, digo yo. Pues que puedo ver el cuarto de baño y también la nevera y el cajón de los cubiertos y la jarra de agua... Ciérralos y verás, me dice. Los cierro y digo lo que veo yo. Veo jais desnudas (risas), y a un profesor de literatura, y ahora se me aparece una chica vestida (una compañera del instituto que me molaba cantidad). También veo los peces de mi infancia y veo a Dedo, pero lo de los peces y lo de Dedo me lo callo.
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