¡Ya están aquí!
Un experto en pandemias explicaba el otro día en las páginas de este periódico, a propósito de la gripe tocinera, H1N1, que en tiempos de crisis y tribulaciones, como estos, las masas se muestran propensas a machacarse un poco más por su cuenta y reciben con entusiasmo masoquista las noticias de nuevas amenazas en el horizonte. Las teorías milenaristas y apocalípticas que auguran males mayores y definitivos para la humanidad a corto plazo encuentran un sabroso caldo de cultivo entre virus mutantes y estropicios bursátiles.
De perdidos al río, después de mí el diluvio y el último que apague la luz. De momento, la tasa de mortalidad de la enfermedad es del 0,038; la nueva gripe cunde mucho y mata poco, pero ya llegará el otoño, advierten los agoreros, y con el invierno aparecerán las mutaciones y nadie podrá decir que no estábamos avisados, más vale prevenir que lamentar, esta vez las autodenominadas autoridades sanitarias han preferido la alarma social a las lamentaciones a cerdo pasado.
El síndrome posvacacional quedará aparcado este año ante la inminencia de males mayores
Este año, el síndrome posvacacional quedará aparcado ante la inminencia de males mayores. El experto pandemiólogo antes citado, decía también que una sociedad temerosa y acoquinada resulta mucho más fácil de manipular. El efecto combinado de la precariedad laboral y la amenaza gripal transformará a los ciudadanos más rebeldes en mansos corderitos dispuestos a ir al matadero con una sonrisa resignada, una patética mueca que nadie verá porque los rostros de las víctimas propiciatorias irán cubiertos por profilácticas mascarillas. Primero se infectaron las vacas, luego los pollos, ahora los cerdos. ¿Será la próxima la gripe del cordero? ¿Incorporará el impoluto herbívoro el papel de chivo expiatorio en vísperas del Apocalipsis?
Negros pensamientos y oscuras premoniciones ocupan la mente del ciudadano que regresa de sus vacaciones. Madrid aún es un borrón parduzco en el horizonte, la ciudad de sus pesadillas está dispuesta a recogerle de nuevo bajo su espeso y casposo manto. El ciudadano adelanta el calendario de sus penalidades sumiéndose ya en la ola de sus desdichas inaplazables. En otoño es posible que cierren los colegios y pongan las oficinas en cuarentena, la gripe servirá tal vez como coartada suplementaria para despidos masivos y quiebras fraudulentas, y los hospitales, los hospitales de Madrid... se sumirán definitivamente en el caos que con tanto esmero vienen propagando los responsables de la sanidad semipública comunitaria que se lavarán con frecuencia las manos como acreditados poncios.
Tal vez tengan que cerrar también el Parlamento y los ciudadanos no podrán escuchar las fulminantes diatribas de Rajoy y sus vengativas euménides, Soraya y María Dolores, acusando a Zapatero de haber importado la plaga vírica a través de los inapropiados viajes de Moratinos por el mundo. Cerrarán las iglesias y los cuarteles, los cines y las discotecas, espacios propicios al contagio, y los antivirales se cotizarán en Bolsa y en el mercado negro.
A punto de entrar en la ciudad sitiada, el ciudadano, tiene un pensamiento sobre la contaminación. Leyó hace poco que el descenso de la circulación rodada en las calles de Madrid, en principio una buena noticia, había disparado los niveles del pernicioso ozono troposférico en la atmósfera. Al parecer la nube de gases asfixiantes emanados por los tubos de escape formaban un escudo impenetrable ante la amenaza ozónica.
Un revuelo de luces estroboscópicas y flamígeras en la carretera obliga al ciudadano a dejar su carril. Un control, lo que faltaba, un control, a quién se le ocurre poner controles en plena Operación Retorno. A él no le van a pillar en un test de alcoholemia, aunque si examinaran (ese día está al caer) los niveles de cafeína seguro que tenía un disgusto. Es un control extraño, las luces intermitentes le guían hasta un apartadero de la autopista cuyo centro ocupa un extravagante vehículo profusamente iluminado también. Un vehículo circular provisto de una rampa por la que se ve obligado a subir. ¡Ya están aquí!
Fieles a su cita apocalíptica, los alienígenas, así se lo explicarán en breves momentos, se han puesto a abducir a mansalva, con el objetivo de preservar una muestra de la raza humana tras el cierre por liquidación del planeta Tierra. Una muestra aleatoria de la que él forma parte y que colonizará lejanos asteroides, parques temáticos y zoológicos para esparcimiento de familias alienígenas en días de asueto. El ciudadano terrícola siente una reconfortante sensación de alivio, se asoma al ojo de buey del platillo que sobrevuela la ciudad y se despide a lo castizo: "Adiós Madrid, que te quedas sin gente".
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