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Reportaje:ventanas | Kamakura | viajes

EL BUDA Y LAS 'GEISHAS'

Una escapada desde Tokio a un pequeño pueblo al sur para visitar sus templos, los puestos de 'yakitori' y un buda de 850 toneladas cuyas réplicas se cuelgan del coche y hasta se comen

Rosa Rivas

Es verano. Esto es Tokio. Es domingo. Y como muchas parejas, grupos de amigos y familias, te lanzas a pasar el día en Kamakura, a hora y media de la gran metrópoli. Bosques, templos, mar cercano y, sobre todo, la bendición del imponente Gran Buda o Daibutsu. Con el Japan Rail Pass en la mano, los caminos que conducen al Daibutsu son tan rectos como las vías del metro y del tren.

Desde la estación de Kita-Kamakura, se llega al centro del objetivo, jalonando bosques. Si es por entretenerse, la escapada a Kamakura da para varias jornadas de paseo campestre y meditación. Hay más de 60 templos en toda la zona, pero nada más salir de Kita-Kamakura hay una joya: el Engaku ji, donde al parecer los monjes zen rezaban por los soldados que luchaban contra el emperador mongol Kublai Khan.

En Engaku el olor a musgo se mezcla con el del incienso que sale de los altares. Mientras unos monjes preparan una ceremonia, otro se mezcla con el turisteo, móvil en una mano y sombrilla en la otra. Un crío juega al escondite entre deidades de piedra de su altura mirando de reojo a sus abuelos devotos. En el templo Tokei-Ji, donde antaño se refugiaban las mujeres divorciadas, un matrimonio se arrodilla con miradas de "lo nuestro durará para siempre". Zumbidos de chicharras y el sonido del agua que salta sobre piedras componen la banda sonora. Nadie habla en voz alta. No chillan los niños. El incienso es ya un perfume que inunda la pituitaria y los sorbos del té verde de las máquinas expendedoras (es casi tan rico como el del mercado) refrescan las gargantas.

Hay que seguir caminando por la sombra. Al Daibutsu se puede ir campo a través, pero es más breve el camino de los domingueros, junto a la carretera, traspasada por las vías del tren en algunos tramos. Eso permite ver, ¡oh sorpresa!, el restaurante Valencia, con banderita española incluida.

Ya cerca del centro de Kamakura, escala en otro templo. Aquí sí hay masas: escuchan golpes de gong, cuelgan papelitos en postes para que el viento se lleve la mala suerte, solicitan inscripciones a un maestro de caligrafía o comen yakitori en un puesto situado estratégicamente al pie de un jardín de lotos.

Las dos arterias de Kamakura, Komachi dori y Wakamiya oji, seducen con sus reclamos desde los escaparates: quimonos, pañuelos, zoris (sandalias tradicionales), pescaditos ahumados y, sobre todo, wagashi, los dulces que adoran los golosos nipones. La figura del buda puede engullirse, con todo respeto y disfrute, en distintos tamaños y sabores. Pero la tienda Toshimaya, a rebosar, está especializada en galletas con forma de paloma picassiana. Dos mujeres despiertan tanta atención como los dulces exquisitamente envueltos. ¿Son dos geishas? No, sólo chicas jóvenes vestidas de fiesta.

Se levanta viento y una tienda de antigüedades llena de campanitas sopla música a los viandantes. ¿Para llegar al buda es mejor ir en tren o en bus? "Lo mismo hay atasco, es mejor el tren", dice la dependienta. Los buses paran en la estación. Uno está a punto de salir, pero espera a las geishas. "¿Al Daibutsu?" "Sí!. Ellas suben tan deprisa como les permite correr su ajustado quimono. Sonrisas. Intercambio de abanicos. Tras un poco de atasco, el bus para a los pies del parque del buda.

Una especie de telón arbóreo precede a la vista que promete el camino de piedra. Mientras las geishas fotografían al buda, otros las captan a ellas. El Daibutsu de 850 toneladas de bronce respira por unas ventanas en su espalda. Y está a prueba de terremotos. Un anclaje de acero lo tiene fijado a la tierra, como explica una placa en su interior (su cuerpo hueco es accesible). Por 500 yenes, su figura minimizada se puede colgar en el bolso o en el coche, con un cascabelito para prevenir peligros.

Los ojos entornados del Daibutsu parecen abrirse y su boca sonreír cuando se llega a sus pies, con el sudor amortiguado por la caída de la tarde.

Dos mujeres ataviadas con quimonos fotografían al gran Buda de Kamakura.
Dos mujeres ataviadas con quimonos fotografían al gran Buda de Kamakura.ROSA RIVAS

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Sobre la firma

Rosa Rivas
Periodista vinculada a EL PAÍS desde 1981. Premio Nacional de Gastronomía 2010. Licenciada en Ciencias de la Información por la Universidad Complutense. Master en Periodismo Audiovisual por Boston University gracias a una Beca Fulbright. Autora del libro 'Felicidad. Carme Ruscalleda'. Ha colaborado con RTVE, Canal +, CBS Boston y FoolMagazine.

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