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me cago en mis viejos II

VEINTIDÓS

Así que llegó agosto, el mes en curso, el de ahora mismo, éste. El hombre invisible hizo transbordo en Madrid antes de ser facturado a Bilbao, pero yo preferí no verlo. Me inventé algo para no estar en casa, de modo que mi hermana se comió el marrón sola, entre otras cosas porque era un marrón suyo, a mí que me registren. Los del curso de cocina, mira por dónde, me ofrecieron un curro como pinche de un restaurante de mierda y les dije que sí. Me pagaban una miseria y sabía yo más que la cocinera, pero de lo que se trataba era de estar ocupado hasta septiembre, luego ya veríamos. De vez en cuando miraba el móvil, por si tenía alguna llamada perdida del hombre invisible, que estaba en Bilbao, el pobre, o de mi hermana, que estaba en Punta Cana, la muy hortera, o de mis viejos, que se habían ido a la playa, como siempre en agosto. Pero el teléfono se había quedado mudo. A veces me telefoneaba yo desde un fijo para asegurarme de que no estaba roto. El que estaba roto era yo. Un tío roto apesta. Se apartan de él como de un leproso.

Comprendí que nunca podría volver a aquella casa, y tampoco podría quedarme eternamente en la de mi hermana

Mis viejos me habían encargado que fuera por su casa de vez en cuando para recoger las cartas y regar las plantas. El primer día, al abrir la puerta y sentir aquel tufo familiar, aquel tufo a mí mismo, por poco me desmayo. Recorrí el piso como lo que yo era allí y en aquel momento, o sea, como un fantasma, y al llegar a mi habitación, descubrí que ya no era mi habitación. Mi viejo la había convertido en su despacho de escritor. Comprendí entonces que ya nunca podría volver a aquella casa, pero que tampoco podría quedarme eternamente en la de mi hermana. La revelación me acojonó y me dio rabia, o me dio rabia y me acojonó, no recuerdo qué sucedió antes y qué después. Entonces, di una patada a la puerta del dormitorio de mis viejos, me arrojé sobre su cama y me hice allí mismo una paja desesperada, una paja mortífera, insalubre, triste, perniciosa, pestífera, me hice una paja contra mis viejos, contra mi hermana, contra el hombre invisible, una paja contra las tías, contra el planeta, contra todas las constelaciones, contra Dios. Luego me limpié y regué las plantas.

EDUARDO ESTRADA

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