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Reportaje:Mundiales de atletismo en Berlín

Bronce para el marchador de acero

Bragado logra en sus novenos Mundiales y a los 39 años su cuarta medalla

Carlos Arribas

Mientras a Trond Nymark le sienta fatal la bolsita de glucosa rápida que intenta ingurgitar a toda velocidad, sin parar de mover las caderas, frente a la terraza del Adlon, al otro lado de la barrera, ayer desierta -nubes, chubascos dispersos, desapacible mañana a 20 grados-, y la regurgita, líquido viscoso, un chorro a presión, más gordo aún cuando, precipitado, intenta aliviar el amargor de la bilis metiéndose medio litro de agua y se acuerda, con poca alegría, del día en que se hizo marchador, sudores fríos por la calva, Serguéi Kirdiapkin, el hombre de hielo, y Jesús Ángel García Bragado, el atleta de acero, se acuerdan de algo más agradable. De su familia. Kilómetro 44. Quedan seis, tres vueltas por Unter den Linden, bajo los tilos, más.

"Podía haber ido más deprisa, pero tenía dos avisos. No lo entiendo. Mi técnica es perfecta"

Kirdiapkin, que marcha primero, intocable, se regocija pensando en el placer que le dará su victoria a su señora, la marchadora Kirdiapkina, cuarta en los 20 kilómetros del domingo. "Sal y véngame", le había dicho al partir a por su segundo oro consecutivo.

Bragado, de sangre toresana, criado en Canillejas (Madrid) y reciclado en Cataluña, entre Lleida y Barcelona, va quinto. En su reloj ya ha sonado el despertador, el momento del ataque. Su cara se transforma. Se convierte en la de un lobo hambriento que ha salido de caza y olido la presa. Sus codos se aguzan, amplían el vaivén de los brazos. Su zancada se alarga. Parece que delante lleva atado un balón al que va dando punterazos con ambos pies. Su pulso se acelera, roza las 166 pulsaciones por minuto, su umbral. A la carga. A por la medalla. Que tiemblen los australianos Tallent y Adams, cuya ambición ha convertido la prueba en un infierno, cuyo ritmo imposible les ha conducido al suicidio; que no se distraiga Nymark, que va segundo, pero empieza a notar cómo la deshidratación tensa sus músculos, convierte su zancada flexible en la cojitranca de un tipo con zancos. Ha llegado el momento de los hombres de la cabeza fría. De Bragado. Del corazón caliente de un atleta al que le faltan dos meses para losr 40 años y que piensa en su familia. En sus hijas, María y Amelia, de 11 y 7 años, que esperan en la Puerta de Brandeburgo.

"Ellas han sido la motivación extra en los momentos más duros", dice Bragado; "era la primera vez que me veían competir conscientes de lo que veían. Han venido con mi prima Anabel, que vive aquí porque sus padres emigraron a Friburgo y ahora es la portavoz de Amnistía Internacional. Y toda la familia aquí, y Alemania, donde ya gané, en Stuttgart, hace 16 años, en mi primer Mundial, el oro, han convertido esto en una déjà vu hermoso. Y emocionante".

Por desgracia para los ambiciosos australianos, la ciencia de la marcha de Bragado, su inteligencia para manejarse en los 50 kilómetros, aunque sólo sea por experiencia -nueve Mundiales-, lleva las de imponerse. Ellos desfallecen mientras crece la zancada de Bragado, más animado aún desde que vio que Alex Schwazer, el campeón olímpico, ha abandonado. Sabe que el día, por la humedad, ha sido más duro de lo que habían previsto mientras disfruta adelantando simulacros de marchadores apajarados. No hacía falta que saliera el sol y convirtiera los charcos en vapor que debilitara aún más a los débiles. "Y podía haber ido más deprisa. Podía haber adelantado a Nymark [el noruego es la viva imagen del sufrimiento], pero ya llevaba dos avisos de los jueces, que van a por mí. No lo entiendo. Mi técnica es casi perfecta", dice; "así que no pude arriesgarme. Pensaba que no hay dos sin tres. Y ya me habían descalificado en los dos últimos Mundiales. Pero no hubo tercera".

No hubo tercera descalificación, sino cuarta medalla. La primera de bronce. Un oro y dos platas antes. "Como había tanto jaleo y todo el mundo me daba referencias contradictorias, no sabía exactamente en qué puesto iba. Yo veía a uno delante y le adelantaba y no veía más", dice Bragado, que empleó un tiempo de 3h 41m 37s; "pero, en la meta, Cos, mi fisio, me llevó a mis niñas y me lo dijo, 'has sido tercero, bronce', y me hizo feliz".

Kirdiapkin, el hombre de hielo, se derritió al cruzar la meta 3h 38m 35s después de echarse a andar, se agarró a la cinta y cayó al suelo. Poco después se recuperó. Mikel Odriozola, el bravo donostiarra, lo pasó peor. Llegó 12 minutos después, el 26º. Deshidratado, fue llevado a un hospital, en el que pasó la noche.

Jesús Ángel García Bragado muestra su alegría por el tercer puesto conseguido en los 50 kilómetros marcha ante la Puerta de Brandeburgo.
Jesús Ángel García Bragado muestra su alegría por el tercer puesto conseguido en los 50 kilómetros marcha ante la Puerta de Brandeburgo.EFE

... Y a los 40, un maratón en Nueva York

Llegado el kilómetro 11 de su marcha de 20, Paquillo miró al interior de su cabeza y se dijo: "No doy un paso más". Llegado el kilómetro 45 de su marcha de 50, García Bragado miró su reloj, comprobó los latidos de su corazón y se dijo: "A por ellos". Dos hombres fuertes, dos atletas hechos y derechos, acostumbrados a sufrir; dos momentos clave, dos respuestas diferentes. Uno, Paquillo, el más joven, dijo que no encontró motivación para seguir. Otro, Bragado, el viejo, que a los 23 años, hace ya 16, en su primer Mundial, ganó el oro; que ayer, a los 39, en su noveno Mundial, ganó el bronce, que tenía motivación. De sobra.

"Y tanto", dijo el feliz atleta de Canillejas. "¿Qué me motiva? Que disfruto haciendo esto. Voy a hacer los 40 [los cumple el 17 de octubre] y me voy a ir a celebrarlo corriendo la maratón de Nueva York. Corriendo, sí; si quieren que marche, que pasen por caja. Yo disfruto haciendo esto. Y en Nueva York voy a disfrutar. No voy a batir ningún récord. A correr en tres horas, a disfrutar con la gente".

Es un ser extraordinario Jesús Ángel García Bragado, dos caderas operadas, una sonrisa imperdible entre la barba que, coqueto, se está dejando a los 40, un enigma de otros tiempos, algo que ya no se encuentra en la calle. "De hecho", bromea, "me dicen que el acero del que estoy hecho ya no se encuentra en las minas. A veces intento verme en los chavales de 18 años y veo que les falta algo de espíritu. Pero, claro, yo vengo de otra generación. Esperemos que en estos tiempos de crisis les cambien los valores". Le cuesta a García Bragado, un ser celoso de su individualidad -se entrena a sí mismo en los arrozales del delta del Ebro cuando busca sufrir el calor y la humedad; en el lago de Banyoles, junto al equipo nacional de remo, cuando busca su puesta a punto-, hablar de los demás. "Cada palo que aguante su vela", dice cuando se le habla del colectivo, de la escasez de finalistas masculinos, del envejecimiento del equipo español. "Yo no he venido aquí a arreglar los desaguisados de nadie". Sí que ha venido, superviviente de tiempos más duros, para continuar. En Barcelona, en 2010, en los Europeos, quiere disputar el 50º 50 kilómetros de su carrera. "Allí están todas mis expectativas", dice; "he hecho una muy buena marca y en Barcelona estarán en mi terreno. El calor y la humedad se lo pondrán difícil a los rivales, y yo un poquito más". Si después llega a Londres, podrá disputar sus sextos Juegos, un logro que pocos han conseguido: "Pero no sé... Cada vez me cuesta más bajar de 3h 40m. Y, además, me gustaría presentarme en 2011 a unas elecciones municipales con mi partido, el PP. No sé si por Lleida, donde ya he sido concejal; por Barcelona, ya que ahora vivo más en el Poble Sec, o por donde quiera el partido".

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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