El ejemplo de Jarque
Al Espanyol siempre le costó salir en la televisión, en parte por la omnipresencia del Barça, y puede que penalice también hacer constar en el currículo la condición de perico cuando se trata de aspirar a un cargo, de manera que a veces se impone silenciar el amor a los colores blanquiazules, sufrir en el anonimato, o, por el contrario, se exagera el gesto como signo de resistencia, lejos en cualquier caso de la normalidad. Nunca ha sido un club mediático y hasta alguno de sus mejores escribientes se cambió de equipo para favorecer sus aspiraciones periodísticas. A veces da la sensación de que gestiona mejor las derrotas que las victorias. A muchos ciudadanos les suena más Leverkusen y Glasgow que Mestalla o el Manzanares y todavía hoy se recuerda el estruendo del desplome de Sarrià después de ser dinamitado por las deudas.
"¿Quién querría vivir como un pordiosero en el Palacio de Buckingham?", proclamó el añorado Fernando Lara antes de que cayera el estadio y se firmara el alquiler de Montjuïc. Hoy, mucho tiempo después, cuando vuelve a tener razón social, dispone de un estupendo campo de fútbol y la familia Lara se ha rendido a Sánchez Llibre, al Espanyol se le muere el capitán y vuelve a ser portada obligada de los medios de comunicación. Miles de personas, centenares de aficionados, decenas de futbolistas, varios directivos, se han juntado para llorar a Jarque y acompañar a la familia en el dolor. La muerte de un jugador de 26 años ha provocado manifestaciones multitudinarias por cruel e inexplicable y también por ser quien era Jarque, consecuente con su manera de ser incluso el día de su adiós.
Nunca fue un personaje mediático ni populista, sino que vivió como un perico auténtico, un espanyolista con todas las de la ley, y como tal se ganó el brazalete por su ascendiente sobre sus compañeros, la confianza que generó en el entrenador y su carisma entre la hinchada. Nadie hasta ahora había conseguido que un central y un número como el 21 tuvieran tanta fuerza futbolística. No necesitó de los gestos ni de las palabras en público para ser distinguido y reconocido como símbolo de los mejores valores espanyolistas: la querencia por la cantera, la lealtad a una zamarra, orgulloso con la historia del club, irreductible como el mejor de los socios. Ha sido el jugador de club por excelencia y, por ello, su ejemplo será el mejor semillero para el futuro de la institución.
Pocas veces un jugador aparentemente común para los no entendidos había despertado tanto interés. La gente se pregunta cómo era Jarque y por Jarque sólo pueden responder quienes le conocieron en el vestuario, en la cancha, en el barrio, en la calle y en la familia. Hay pocas imágenes de sus partidos porque más que anónimo era solidario, como demanda un deporte de equipo, y menos de sus escasas entrevistas televisivas. Tampoco se sabe mucho sobre cómo murió: se ha dicho que cayó recostado en la cama, en silencio, solo, como si no quisiera molestar. Ni siquiera se ha visto su féretro. La noticia está precisamente en lo que no se ve, fuera del alcance de las cámaras, en lo intangible, en la palabra de sus valedores. Y los demás nos creemos cuanto nos cuentan sin haberle visto. Nos lo imaginamos y le lloramos tanto como extrañamos. Ahí está su grandeza. Jarque vivió y murió como un héroe perico al que le explotó el corazón de tanta emoción contenida.
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