PROFUNDO 'DEEP BLUE SEA'
Un cielo azul profundo. El acantilado proyecta su sombra sobre un mar perlado de espuma. El verano triunfa al sol. Las dos turistas caminan por la playa. Arena fina, bañadores caros de TCN que moldean sus siluetas ya maduras. La última belleza en sus rostros, esa que impulsa a morder la fresa por última vez. ¡Qué guapos los clavadistas! ¡Qué chicos más valientes! ¡Qué cojones tirarse desde allí! Los muchachos, raciales, cuerpos broncíneos, escalan por las quebradas hasta la cúspide del acantilado. Se encaraman en la punta, extienden sus brazos hacia el cielo, flexionan las piernas con elegancia de junco y saltan al vacío haciendo piruetas para caer después al mar como flechas que se clavan en el agua. Los turistas aplauden y ellos, satisfechos del salto, nadan con elegancia de cisne hasta la orilla.
Las dos turistas se aproximan coquetonas al grupo de clavadistas, cuerpos duros, amplios pectorales, vientres rectos. Ése de allí es un pibón, le dice una a la otra, dale 20 dólares para que salte. Se acercan; él las observa con sonrisa mendaz, se deja salpicar por las miradas de las mujeres. Una de ellas le mete 20 dólares en el slip: ¡Salta para mí, hermosura! El muchacho sin decir palabra comienza a trepar por la ladera hasta subirse en el pináculo de la quebrada. Allá en lo alto se siente un dios antiguo y el mundo alcanza entonces su sentido: el cielo arriba, el mar abajo y la apostura de un salto que se clava en el mar. El muchacho extiende los brazos, flexiona las piernas y se arroja a lo alto para tocar el sol. Las dos mujeres abren la boca fascinadas al verle desplegarse por el aire en rizos y tirabuzones impensables. Gira y gira, y de pronto se contrae hasta adoptar la silueta de una flecha que se incrusta de cabeza en la espuma. Todos aplauden. El muchacho llega nadando hasta la orilla, grandes brazadas que buscan seducir. Comenta con sus compañeros. Sonríe a las mujeres. Venga, te toca a ti. La otra turista se acerca al chico y le pasa por los ojos un billete de cien dólares. Quiero que ahora lo hagas por mí. El clavadista asiente bajando la mandíbula y la turista, excitada, no sólo le introduce el billete en el slip sino que se demora el tiempo necesario para estimular a su antojo cuanto palpa. El muchacho se encarama. Sube y trepa hasta lo alto. Las dos mujeres se fijan en lo crecido de su entrepierna marcada en bruto por el triángulo del bañador. Lo que se dice un pibonazo. El chico salta, pero esta vez no sube; se desnivela, algo no le está saliendo bien. El cuerpo parece descompensársele, va hacia un lado, luego hacia el contrario; agita los brazos y las piernas, cae torcido y se estampa fuerte contra la losa del mar. Las barcas recogen el cadáver; está desfigurado por el golpe. Voces plañideras, gritos, revuelo, desconcierto. ¡Qué fuerte! comenta una de las turistas. ¡Sí, qué fuerte que por cien dólares la palmen por ti! Y van y se marchan, sus TCN apretándoles las nalgas, camino apresurado del restaurante.
Fernando Royuela es autor de la novela Violeta en el cielo con diamantes. Alfaguara.
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