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Reportaje:ENCANTADOS DE CONOCERNOS | aagenda

Emigrantes en sentido inverso

Verena y Heinz Fankhauser, dos suizos en las tierras de Ortegal

A vista de pájaro, la Ría de Ortigueira parece un lago de montaña: agua calma entre cimas redondeadas, bosques que mueren en el mar, predominio del verde y sin que el "feísmo" interviniera en el territorio. A Verena y Heinz Fankhauser (1944 y 1940) les recuerda su Suiza natal, que llevan 11 años sin pisar. No echan de menos el paisaje ni el clima. La hermana de ella se casó con un emigrante gallego de Ortegal y les recomendó visitar Galicia. No recuerdan con exactitud la fecha, pero sí las curvas de la carretera. Cinco años después se compraron una casa en A Leixa, en la parroquia de San Adrián (Ortigueira), en la que llevan viviendo, de forma definitiva, desde 1992.

Vinieron en un 2 Cv Citroën con el chasis roto. Se trajeron todas sus cosas y una lancha a remolque que hoy luce en el jardín como estanque para patos. En Suiza dejaron sus trabajos: él contable y ella secretaria políglota. "Era como la tierra prometida, verde y tranquilo: naturaleza pura", recuerda Verena. Ella lleva la voz cantante en la conversación porque ya habla bien español. Él ahora lo entiende, pero aún le cuesta soltarse.

Tienen una casa preparada para huéspedes; "pocos gallegos"
Al llegar, se dedicaron a hacer brujas de madera para los turistas

La antigua casa de labranza la arreglaron ellos mismos, restaurándola con respeto. Aún conservan un álbum con fotos hechas del proceso de la obra. Heinz es muy mañoso y hace muebles de madera. Les ha quedado un refugio bucólico: sin ruidos, una pajarera con canarios y un prado verde al lado de la ría donde pastan tres caballos, tres gatos y tres patos y gallinas. Por las noches, reciben la visita del jabalí. En el terreno han plantado muchos árboles: una magnolia morada y blanca, naranjos, limoneros, cerezos, avellanos, abedules, castaños, abetos y mimosas. Al lado de su casa tienen otra vivienda y un apartamento que alquilan. "No puede llamarse turismo rural, pero sí alojamiento legal", explica Verena. Los huéspedes más habituales son madrileños, andaluces, alemanes e incluso algún yanqui; "pocos gallegos".

Al llegar, se dedicaron a la artesanía, haciendo brujas de madera que vendían a los turistas en San Andrés de Teixido. Entonces tenían un aire hippie que sorprendía en las ferias rurales. Ahora han rebasado la edad del retiro y hacen vida apacible cuidando de la casa y atendiendo a los huéspedes. Desayunan a las ocho: miel, mantequilla de vaca y café. Comen a las dos: queso de cabra con sal y aceite de oliva. Cenan a las ocho: carne, patatas o pizza. De la Serra da Capelada compran terneros para hacer churrasco.

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Llevan a las yeguas a un campo cercano, atravesando la aldea, y han conseguido un carro para pasear con el caballo, pero lo usan poco. Heinz tiene una lancha en el puerto de Cariño. Pesca en Ortegal como ya pescaba en los lagos suizos, donde una vez capturó un lucio de 124 centímetros. Aquí trae gregos y rubios, pescados va ao fondo o á deriva. Como buen contable, lleva un diario donde anota sus capturas. A ella, sin embargo, no le gusta el pescado. Frecuentan para comer el Fogón de Ortigueira, regentado por un emigrante que estuvo en Suiza. Del lugar les gusta el orden, la atención y las buenas carnes. También van al Garampín, en Cariño. Los otros establecimientos se les hacen demasiado ruidosos y a ellos les gusta la tranquilidad. Del Festival de Ortigueira no quieren oír ni hablar: demasiada gente.

Se sienten bien acogidos. Viven a su aire y nunca han tenido problemas con los vecinos, salvo la típica discrepancia por los límites de las tierras. "Más aquí, más allá", parodia Verena. Aún así, los lugareños no dejan de sorprenderse de que ellos vengan a Galicia cuando todos recorren el camino en el sentido inverso. Verena y Heinz tratan de entender, no siempre con éxito, la mentalidad gallega. "A Suiza van a trabajar y son respetuosos y ordenados, pero al pasar Irún cambian el chip". Aquí tampoco comprendemos a los suizos: "Trabajar por placer es perverso", les dijo una vez un cliente español.

No piensan volver a su país. La última vez fueron para la boda de un hijo, hace ya más de una década. Prefieren que vengan con los nietos a verles aquí. Además, ahora con Internet están conectados al mundo y pueden comprar chocolate suizo auténtico, que tanto añoraron al llegar. Han decidido quedarse para siempre. Quieren que se entierren sus cenizas bajo el tilo de su jardín. De cementerios, nada. Aún no son gallegos del todo.

El matrimonio suizo de Verena y Heinz Fankhauser en su casa de Leixa en San Adrián de Ortigueira (A Coruña).
El matrimonio suizo de Verena y Heinz Fankhauser en su casa de Leixa en San Adrián de Ortigueira (A Coruña).XURXO LOBATO

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