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Columna
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Sanxenxo

Sanxenxo es nuestro más conspicuo fenómeno de gregarismo estival. La atracción magnética que ejerce sobre la gente con pretensiones es total y absoluta. La playa de Silgar, las terrazas en las que se practica un marujeo sin restricciones (¡qué es una terraza si en ella no se puede ejercer el marujeo!) y las discotecas por las que se deja ver un cierto who?s who compone sin duda el conjunto arquitectónico más efectista del verano. El adobo de la muchachada madrileña, mezclada con líderes políticos autóctonos y foráneos y doctores en estado de levitación permanente da el tono sobre un fondo de conversaciones acerca de matrimonios, comida, dinero y yates, -el nuevo objeto de distinción social, una vez que los coches han perdido su glamour-. La turbamulta que aquí se reúne hace de Sanxenxo un escaparate de primer orden. Es de suponer que, como es fama en los palcos futbolísticos, al hilo de las coincidencias se cerrarán también algunos tratos y se pedirán algunos favores. Galicia y España no serían lo que son sin estas cosas.

"La belleza fue sacrificada a manos del interés de unos pocos y el mal gusto de los más"

Pero más allá de la alegre atmósfera de las toallas en la playa y las tertulias en restaurantes y furanchos no deja de extrañar el prestigio entre horteras de este pueblo de urbanismo apelmazado y de notorias incomodidades. ¿Cómo ha llegado Sanxenxo aquí? Para encontrar la respuesta Internet es impagable. Curioseando por la red si uno busca las entradas del ítem "Sanxenxo" encontrará una sucesión interminable de anuncios de hoteles. Pero espigando aquí y allá podrá encontrar documentos como la ponencia redactada por Antonio Castro Martínez y Victoriano Andrés Otero Iglesias para el XXII congreso de Jueces para la Democracia titulado "El urbanismo en las Rías Baixas de Galicia. Sanxenxo como ejemplo paradigmático". La tesis de los autores es clara y podría predicarse también de muchos otros pueblos del país: Sanxenxo ha desaparecido. Lo que queda de él es un ectoplasma, un cierto sabor en el aire que sólo aquellos que han conocido Sanxenxo antes de la destrucción podrán reconocer.

Aunque se trata de una ponencia para un congreso de juristas es fácil reconocer el tono de indignación ante la impunidad con la que infinidad de construcciones ilegales han sido premiadas. La historia de esa impunidad se detalla en el texto pero también es posible reconocer en él el dolor por la manera en que la belleza y la armonía fue sacrificada a manos del interés de unos pocos y el mal gusto de los más. La que fue villa de pescadores, salpicada con edificios pertenecientes a una nobleza de segundo orden y que en ningún caso pasaban de las dos alturas hasta 1960, ha sido tragada por un urbanismo de especuladores.

Esa especulación desmedida ha sido provocada por una versión del desarrollismo español. Sanxenxo fue el primer pueblo gallego que, ya en los años sesenta, celebró el "Día del turista" y lo que vino después no es sino el producto combinado de lo que los autores llaman el efecto Benidorm y el modelo Marbella -la conjunción del boom inmobiliario y agresivas campañas publicitarias-. Transcribamos esta escena, digna de una película de Berlanga y no diferente de otras que podemos leer hoy en la prensa. Al final, y más allá del maquillaje de modernos con el que disimulamos las fallas, aún no hemos salido de Paco Martínez Soria.

"Recién renovada la corporación municipal de 1973 se envió al Levante una Comisión Corporativa compuesta por tres concejales y un funcionario, para que recorrieran los pueblos más representativos del turismo, hablaran con sus alcaldes y trajeran a Sanxenxo sus conclusiones. Se puso a disposición de los comisionados un taxi de la localidad que los trasladó de pueblo en pueblo. La conclusión que los ediles sacaron del turístico viaje es que en Sanxenxo nunca se podría alcanzar el bienestar levantino mientras no se construyeran grandes edificaciones para apartamentos y hoteles, así como paseos marítimos. Claro está, a partir de ahí... manos a la obra. En aquella época no había ni diez hoteles. En 1989 pasaban ya de cincuenta y hoy son más de 150".

En realidad, después de leer narraciones como ésta y pensando en lo que podría reservarle el futuro inmediato a otras zonas de nuestra costa hemos de darle gracias a Dios o a quién sea por el mal tiempo que suele acompañarnos. También, naturalmente, a las hipotecas subprime y a los ninjas que han causado el parón inmobiliario. Sin esos factores de disuasión nuestra costa habría sido esquilmada hasta el último centímetro a cargo de los más brutos entre nuestros paisanos. Veremos el gobierno de Núñez Feijóo qué hace a este respecto. Pero no es, desde luego, muy tranquilizador tener entre sus candidatos a Telmo Martín. No sé si la segunda modernización que promete el nuevo Presidente incluirá un modelo turístico sostenible o si volveremos a las andadas. Pero es de temer lo peor.

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