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Columna
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Lecturas de verano

"El género dentro por el calor". En el ferragosto madrileño todo se pone a la sombra, y los supervivientes de la ciudad agostada y hermética se transforman en vampiros estacionales que sólo abandonan sus moradas, o sus covachas, cuando el sol de plomo se despide en el horizonte invisible de la ciudad dejando tras de sí un rastro achicharrado y derretido. La siesta obligatoria se prolonga, y el sopor se adueña del paisaje y del paisanaje. Agosto es un paréntesis forzoso en el que toda actividad se reduce al mínimo indispensable. "Cerrado por vacaciones", el rótulo persigue a los que no pudieron, o no quisieron, tomarse sus días de asueto laboral, o sus jornadas en la cola del paro, en estas fechas señaladas en todos los calendarios. Verano de Madrid, que mata a un hombre y entontece a mil. El verano es la estación perfecta para cultivar el ocio y la idiocia. Malos días para aquellos que viven a contracorriente y pretenden seguir con sus rutinas cotidianas.

El usuario de las bibliotecas se ha topado con un rótulo parecido al "cerrado por vacaciones"

El lector usuario de las bibliotecas públicas madrileñas de la Comunidad se ha topado estos días con un rótulo parecido al "cerrado por vacaciones", una variante de "el género dentro por el calor". Por ejemplo, las bibliotecas Concha Espina y Menéndez Pelayo, del barrio de Salamanca, no han cerrado por vacaciones, sino por un plan de reorganización destinado a potenciar las bibliotecas de distrito. En la parca información que ofrece a los consumidores de cultura pública la Comunidad no se especifica cuándo volverán a abrir sus puertas los dos centros, pero algunos de los lectores afectados sospechan que no volverán a abrir, que el plan de potenciación de las bibliotecas de distrito servirá para desactivar para siempre las bibliotecas más modestas.

En un tríptico informativo se cantan las excelencias del nuevo centro de referencia al que tendrán que recurrir los lectores del barrio desde ahora y hasta nunca. Así lo cree por lo menos uno de los usuarios de la biblioteca Menéndez Pelayo que ha sembrado los alrededores del centro de carteles reprobadores en los que aparece, en feroz caricatura, Esperanza Aguirre con la leyenda: "Os cierro la biblioteca y me lo agradeceréis con mayoría absoluta". El derecho al pataleo no está recogido en legislación alguna, pero es derecho consuetudinario e inalienable. Los lectores de la Menéndez Pelayo tendrán que patear mucho asfalto para acceder a la biblioteca de distrito.

El calor afecta a las mentes calenturientas y nutre las más peregrinas teorías de la conspiración. ¿Será este plan de reorganización un primer paso en la senda de la privatización? Aunque a primera vista el sector bibliotecario público no ofrezca muchas garantías a la inversión privada, todo es cuestión de tiempo y de imaginación. Las bibliotecas públicas de gestión privada funcionarían como los nuevos hospitales comunitarios, léase mal para los usuarios y bien para las empresas gestoras que apliquen la creatividad en sus funciones. Habrá listas de espera, y para amenizar la espera se abrirán cafeterías con catering y nuevas ofertas de entretenimiento, hurtando espacio a los anticuados pupitres de lectura pasiva e insolidaria. A los responsables de la gestión hospitalaria les cuesta mucho cambiar la mentalidad y la actitud de sus pacientes, reacios a convertirse en clientes, pero para los gestores bibliotecarios el reto será menor, ya se sabe que el libro de papel es una antigualla condenada a la extinción.

El libro, además, es un objeto delicado, hasta hoy no se puede leer en una biblioteca mientras se come una hamburguesa y se trasiega una bebida refrescante o reconfortante. En las pantallas táctiles se limpian mejor las huellas de grasa. Más pantallas y menos libros, que ocupan demasiado aunque el saber no ocupe lugar. Si se sustituyen libros por pantallas, crecerá la rentabilidad y aumentarán los espacios para actividades complementarias, fiestas y ferias de potenciación de la lectura, días del libro electrónico y promociones de nuevos productos digitales. Cómodamente instalados y provistos de víveres, los nuevos lectores recibirán, antes de acceder a la conexión de la lectura solicitada, alegres y variados mensajes publicitarios como si estuvieran en su propia casa, mensajes que contribuirán a la financiación de estos centros hoy obsoletos y nada rentables donde se almacenan mamotretos y legajos, libros de combustión fácil y difícil lectura. Fuera del mercado no hay nada, y a lo mejor ni siquiera hay mercado. Como verán, el frustrado lector agosteño está a punto de caer en las redes de la paranoia. Piensa mal y eso que llevas adelantado.

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