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DESDE MI SILLA DE RUEDAS | TOUR 2009 | Cuarto triunfo español consecutivo
Columna
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Champs Elysées

"Próxima estación: Champs Elysées", dijo aliviada una voz en la cabeza de los corredores mientras se dirigían a su hotel después del Ventoux. Ni venían de visitar la Torre Eiffel ni estaban en el metro de París de turistas. Era la voz que anunciaba a los neófitos que el sueño con el que comenzaron a pedalear estaba cerca de convertirse en realidad. Terminar todo un Tour de Francia. Yo lo hice por vez primera en el 99 y nunca se me olvidará ese día, cuando se me puso la carne de gallina contemplando el Arco del Triunfo al fondo de la recta de meta. Dicen que allí entregan en carnet de ciclista, que mientras que no has llegado allí todo es formación. Y más o menos es así porque carreras hay muchas y muy diferentes, pero el que ha sido capaz de terminar un Tour se puede decir que ha vivido ya un poco de todo.

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Y los veteranos, los que ya han perdido la cuenta de las vueltas que han dado en los Campos Eliseos, piensan en la vuelta a casa. Después de tres semanas volver a tu propia cama, estar con tu gente, disfrazarte de persona normal y levantarte con la perspectiva de no hacer nada en todo el día. Ese tipo de deseos son los que te carcomen por dentro en la última semana y serán hechos a partir de mañana.

Y a los que han ganado algo les llega la ocasión de celebrarlo. Cavendish, por ejemplo, tendrá que condensar las fiestas en una porque seis (5+1) son muchas victorias. La de ayer fue además apabullante. Más que ganar al sprint, parecía que llegaba escapado en solitario. La culpa la tuvo el lanzador de Farrar, que entró en la última curva con una trazada tan forzada que se vio obligado a frenar, dejando unos preciosos metros a Cavendish y su lanzador. Se le daba por favorito para esta etapa, pero la verdad es que ganó a sus rivales de un modo un tanto humillante.

Pero el más feliz era Contador. Cómo para no serlo. Tres semanas de tensión fuera y dentro de la carrera que, por fin, finalizan. Sólo por eso ya es para estarlo. Pero es que se lleva el maillot amarillo a casa por segunda vez; una proeza a su edad, una esperanza de lo que aún puede venir. Me acuerdo de que hace dos años dije que me dio pena su victoria por la circunstancias que acompañaron aquel Tour. Era consciente de que acababa de nacer una estrella. Así que añadí que esperaba que su destino no quedase marcado por cuándo había sido su nacimiento. Pero, por fortuna, no ha sido así. Desde aquel día todo ha sido una sucesión de destellos, uno detrás de otro, prácticamente uno en cada una de las carreras en las que ha participado. A veces a nosotros, compañeros de oficio, nos ha parecido hasta excesivo ese dominio. Pero yo le entiendo a él, pues gana tan fácil, con tanta naturalidad, que habrá veces en las que lo hace hasta sin darse cuenta. ¿Acaso no es legítimo hacerlo?

Así que desde aquí te mando mi enhorabuena, Alberto; me alegro de que estés donde estás. También me alegro por Amstrong, y espero que tu también, porque yo nunca habría pensado que llegaría tan alto, pero hay que reconocerle el mérito que tiene hacer lo que ha hecho. Y aprovecho para despedirme de mis lectores y, ya de paso, de mi silla de ruedas. Gracias al trabajo que han hecho conmigo en el centro de rehabilitación del IMQ en Bilbao, éstas serán mis últimas líneas desde ella. Las próximas espero que vuelvan a ser desde mi sillín.

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