Una república independiente
Marc Martínez se confiesa un angry young man, miembro del movimiento literario que representaba el mood o disposición de los jóvenes británicos a los que dio voz, por ejemplo, John Osborne en 1956 con su pieza Look back in anger (Mirando hacia atrás con ira), y que es, en clave contemporánea, la que nos ocupa. De la amargura de las clases bajas y la hipocresía de las clases media y alta con relación al sistema sociopolítico de la década de 1950 a nuestra situación de crisis actual, también amarga. Éste es el recorrido que plantea Marc Martínez con Stokölm, un título que alude a los muebles de Ikea y que se explica con el ingenioso programa de mano y, por supuesto, con la escenografía del montaje: un piso pequeño y destartalado con muebles chamuscados que piden a gritos una redecoración de ese hogar que se alza como una república independiente.
STOKÖLM. THE NEW LOOK BACK IN ANGER
De John Osborne. Adaptación: Miguel Casamayor, Marc Martínez. Dirección y espacio escénico: Marc Martínez. Intérpretes: Andrés Herrera, Rosa Boladeras, Cristina Gámiz, Juan Carlos Vellido. Iluminación: David Bofarull. Sonido: Damien Bazin. Vestuario: Nidia Tusal. Barcelona, teatro Borràs.
La gran baza de la obra es la fuerza interpretativa del trío protagonista
Tu casa, tu reino: otra máxima de la empresa sueca que viene como anillo al dedo a esta obra y a este espacio en los que Jimmy Porter (a ratos Jaime o Jaume en esta adaptación que juega con nuestro bilingüismo), protagonista y antihéroe de la función, protesta, gruñe y maldice sobre su suerte y la de los que le rodean. Jimmy es puro verbo, iracundo e impotente. Su mujer, Alison (aquí Alicia), es la sumisión consentida, por enamorada. Cliff (Cris), el amigo de ambos o tercero en discordia, es el contrapunto necesario. Y Helena (o Elena), la amiga de Alison que irrumpe en esa república y la acción.
Martínez y Casamayor le han dado un poco la vuelta a la obra de Osborne, la han actualizado, recortado y ajustado, de manera que Stokölm viene a ser lo mismo sólo que pierde parte de su redondez.
Su gran baza, sin embargo, no es tanto la dramaturgia como la fuerza interpretativa del trío inicial, que compensa algún que otro altibajo en la evolución de la trama. Y con ellos me quedo. Con Andrés Herrera y su Jimmy, un perro ladrador poco mordedor, tan locuaz, provocador y plasta como atractivo, de esos que te sacuden y te desarman, te vacían sólo con palabras; con Rosa Boladeras y su Alicia, pequeña y bonita, frágil, una mujer que quiere seguir a Jimmy y compartir con él su furiosa actitud ante el mundo pero no puede, y con Juan Carlos Vellido, un Cliff-Cris adorable y tierno, que encaja a la perfección en esa dinámica apática y autodestructiva en la que conviven los tres. Después está la Elena de Cristina Gámiz, la pija que debería romper ese círculo vicioso, pero sólo consigue que la grieta se dé en el montaje, pues le falta fuerza para lidiar con los tres. Lástima.
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