El puño de Contador en la cima del Tour
Detrás de la soñada victoria de Gárate, el chico de Pinto se asegura su segunda 'grande boucle' y logra que Armstrong termine en el podio de París, dos escalones por debajo
Debajo de las piedras peladas por el mistral incansable viven los sueños, primos hermanos de la tragedia y la gloria. Soñó un día de julio de 1967 un ciclista inglés hacerse grande en la cima lunar de Provenza y para acelerar el deseo se cargó los bolsillos y el estómago de anfetaminas. Pedaleó Tom Simpson hasta la muerte y su tragedia, una tragedia solamente humana, la del hombre que busca ir más allá de su destino e, inevitablemente, cae, se recuerda con una lápida en la última ladera del Ventoux, protegida por la cima del col de las Tempestades. A la altura de esa estela, permanentemente cubierta de flores y bidones de agua que llevan los devotos, Juan Manuel Gárate, de Irún, supo ayer que iba a ganar la etapa, supo cómo iba a ganarla. Fue un rayo de inspiración: allí residía el sueño que había tenido la noche anterior. "Ayer soñé que ganaba en el Ventoux", dijo, como si empezara así una película con el flashback de su vida de honrado ciclista. "A veces los sueños se hacen realidad".
A los 26 años, el español está invicto en las grandes carreras desde 2007
"Ha sido un doble triunfo, en la carretera y en el hotel", explicó el líder
"Y a partir de ahora, estaré en un proyecto diferente al de Armstrong"
Allí Gárate, superviviente junto al brillante joven alemán Tony Martin de la fuga matinal, sintió a su espalda, contrarrestando el vendaval que, más fuerte que la ley de la gravedad, le frenaba en la subida, el aliento del lanzado Pellizotti, que llegaba desde el grupo de los buenos con ganas de ganar la etapa. Atacó entonces, dejó clavado a Martin, dejó atrás a Pellizotti. Unos metros más adelante, cuando comprobó que Pellizotti era una lejana sombra de lunares rojos, se paró, dejó que el viento le atravesara y esperó a Martin. Parapetado a su rueda recorrió los últimos metros. Luego todo fue fácil. Un interior a lo Alonso en la última curva, la que desemboca en el observatorio, y victoria.
Alberto Contador no sueña, y si lo hace no lo cuenta. Contador actúa y cuando actúa modela sus sueños y los de los demás. Les da forma de puño al aire, por ejemplo. Desde la cima del Ventoux se ve París. Vio París. Desde la cima del Ventoux, desde la curva en herradura que pone fin al sufrimiento, tuvo una visión. Una imagen inédita. La de Lance Armstrong en el podio de los Campos Elíseos, como casi siempre, pero no, diferente. La de Armstrong en el podio, pero no arriba del todo, como las otras siete veces que ha subido en los últimos 10 años, sino en el tercer puesto, a la sombra de un niño de Barcarrota, un chico de Pinto, jubiloso de amarillo, él mismo. "Será una foto histórica", dijo Contador, quien como todos los que han mamado el ciclismo de la vieja escuela sabe que el brillo del segundo hace más grande al primero. "Cuando uno gana quiere que los que están detrás de él sean buenos y con nombre". Para celebrarlo, levantó el puño. Lo hizo dos veces. La primera fue un acto de júbilo antes de cruzar la meta, en la misma curva. Una señal a Armstrong, al viejo gladiador que finalmente agachaba la testuz. Lo has conseguido, viejo, vino a decirle con el calor filial con el que un niño anima a su abuelo cansado a dar un pasito más, mira a tu espalda, Frank Schleck se ha quedado, el podio es tuyo.
La segunda, más fuerte, ya en la cima, ya con París a sus pies, tan lejos, a 700 kilómetros, tan a su lado, a tiro de cuatro pedaladas y dos copas de champaña, fue un gesto de liberación, un por fin, un no hay vuelta atrás. El segundo Tour en su zurrón -a los 26 años, casi nada, invicto en las grandes desde 2007, su primer Tour, un Giro y una Vuelta después- y Armstrong, el que regresó del pasado para atormentar sus noches, a sus pies. Entre los dos, el futuro, el alegre Andy Schleck, "inteligente y valiente", le alabó Contador, el ciclista que más le hizo sufrir en la carretera, el que más le hará sufrir también en previsibles duelos que ya despiertan expectación.
El de ayer, cuando el bosque y las pendientes más duras se abrieron, en el Chalet Reynard, a un pasillo humano que les protegía del mistral, cuando la batalla aún estaba mediada. Las parejas, bien definidas. Los hermanos que tanto se quieren contra los compañeros-rivales que ni se hablan. Andy, el segundo, con Contador; Frank, el sexto, con Armstrong, el tercero, dispuesto a morir por defender los 38s que le mantenían en el podio. La lucha había comenzado en el llano, con un abanico impresionante de los Astana, manera de ir minando física y moralmente a los Saxo; continuó en el bosque, con un primer ataque de Frank, bien respondido por el tejano, seguido de una sarta interminable de Andy. Ataques frustrados. Ataques en los que se iba con Contador y giraba el cuello para ver a su hermano mayor imantado por Armstrong. Después del Chalet, lo mismo. Ataque, retrovisor de Andy, y también de Contador, que sale a su rueda, le frena, sonríe satisfecho al ver que Armstrong resiste.
"Y a partir de ahora, estaré en un proyecto diferente al de Armstrong", anunció Contador. Esperó, como debía, él que se ha sabido morder la lengua durante las tres semanas de julio, a ser dueño del maillot amarillo en la cima. A haber ganado "el Tour más difícil". "Ha sido una doble victoria, en la carretera y en el hotel", añadió. Ante Andy y ante Armstrong. Debería contar como dos Tours, quizá.
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