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Reportaje:LECTURAS COMPARTIDAS

Theroux y otros buitres

Rosa Montero

No sé si las novelas de Paul Theroux me gustan demasiado; las que he leído me han parecido faltas de fluidez, un poco agarrotadas. Me interesan bastante más sus libros de viajes, pero cuando de verdad me resulta un autor fascinante es cuando se pone a escribir textos híbridos y ambiguos, obras raras a medio camino del testimonio personal y de la ficción. Ahí, en la distancia corta con las cosas, es un escritor irresistible.

Ahora acabo de leer Mi otra vida, un texto voluminoso (se ve que a Theroux le encanta redactar libros gordos) que parte de una idea simple pero muy efectiva: hacer una autobiografía que en realidad es una invención. Pero la gracia, claro está, es que no todo lo que cuenta es ficción. ¿Qué parte se inventa y qué parte parte se inventa y qué parte no? Imposible saberlo. Tal vez ni él mismo sea capaz de desenmarañar la línea de sombra que separa el recuerdo real de lo fabulado, pues a fin de cuentas todo recuerdo es mentiroso y toda memoria un producto más o menos elaborado de nuestra imaginación.

Naipaul fue para él un maestro. Hasta que un día descubrió en una librería de viejo todas sus obras, que le había ido enviando década tras década
Theroux hace una autobiografía que en realidad es una invención. ¿Qué parte se inventa y qué parte no? Imposible saberlo

En cualquier caso, en Mi otra vida habla de sus viajes por África, de su expulsión del Cuerpo de Paz por meterse en política, de su estancia en Singapur y sus años en Londres. Todo eso está ahí y es verdadero, quiero decir que puedes rastrearlo en el artículo de la Wikipedia sobre Theroux, pongamos por caso. En el libro también aparecen sus hijos y su primera esposa, sólo que con el nombre cambiado: la mujer de carne y hueso se llama Anne, y él aquí la bautiza como Alison. Un recurso muy pobre para alejar la quemazón de lo real. Porque las personas reales, como es natural, suelen llevar bastante mal que se les meta en los libros, que se les manipule y distorsione como a personajes de ficción. Cuando Truman Capote publicó en una revista los primeros capítulos de su novela Plegarias atendidas, sus amigos y benefactores de la alta sociedad quedaron tan horrorizados al verse despiadadamente expuestos en el libro que le cerraron todas las puertas en las narices. Capote se convirtió en un apestado, jamás terminó la novela y los ocho años que aún le quedaron de vida fueron un puro decaer. Por supuesto que su deterioro se debió a un cúmulo de circunstancias, pero el ostracismo provocado por el tremendo escándalo contribuyó lo suyo.

No sé cómo Capote no pudo prever que pasaría eso. No sé cómo los escritores que se dedican a atrapar y reelaborar retratos de personas reales, como quien captura mariposas, no se dan cuenta del daño que pueden hacer y de las consecuencias. En Mi otra vida hay un capítulo sobre una absurda cena con el estupendo escritor Anthony Burgess, y en la historia aparece Alison, la esposa ficticia. Al parecer el fragmento fue publicado previamente en una revista manteniendo el nombre real de la ex mujer de Theroux, y Anne escribió una iracunda carta a los diarios diciendo que todo era mentira. El pobre Burgess, que queda bastante mal parado, no pudo protestar porque ya estaba muerto. Quiero decir que hay algo inquietante, algo vidrioso en el uso libérrimo que ciertos autores hacen de los demás. Pero, en ocasiones, ¡qué obras tan enormes produce este descaro! Como, por ejemplo, En busca del tiempo perdido, de Proust, en la que se pueden rastrear, y muchos estudiosos lo han hecho, decenas de nombres reales por detrás de los personajes novelescos.

Salvando las distancias con el autor de En busca del tiempo perdido (el gran Proust siempre está lejísimos de todos), hay que decir que a Paul Theroux se le da de perlas el buitreo. De hecho, a mí me parece que eso es lo que hace mejor: picotear las vísceras de la gente y regurgitar el bolo después de haberlo adobado de fantasía. En su defensa, hay que decir que el escritor también picotea sus propias tripas: de ahí esa sensación de honda veracidad que tienen sus textos. Eso es lo que sucede con La sombra de Naipaul, un grueso tomo que relata las peripecias de su larga relación con el premio Nobel V. S. Naipaul. Fue publicado en 1998 y, para mí, es el mejor libro de Theroux, un texto embriagadoramente bueno, irresistible. Una obra en cierta manera venenosa, porque el retrato final del Nobel indio es francamente atroz. Pero es que es la historia de un cariño traicionado; para Theroux, que es algo más joven, Naipaul fue un maestro, y ambos mantuvieron una íntima amistad durante treinta años. Hasta que un día el norteamericano descubrió en una librería de viejo todas sus obras, los ejemplares que él había ido enviando y dedicando amorosamente a su mentor década tras década. Una herida narcisista imperdonable para un escritor, un final estupendamente literario para la amistad de dos literatos. Con esos mimbres, Theroux escribió un libro glorioso y formidable, divertidísimo y melancólico, conmovedor y cruel, una profunda y original reflexión sobre la amistad y la vanidad, sobre la ambición y la narrativa. Sobre la vida, en fin. Cuanto más buitre es Theroux, más jirones de auténtica vida cuelgan de sus garras.

Su fingida biografía no alcanza, desde mi punto de vista, las alturas de La sombra de Naipaul, pero de todas formas es un texto estupendo que te atrapa desde las primeras páginas. Aunque Mi otra vida salió en España en 2003, se había publicado originalmente en 1996, apenas tres años después del divorcio de Anne, y las páginas exudan la melancolía del amor perdido, el duelo por la juventud que se fue, la herida aún reciente de los sueños rotos, la añoranza casi tangible de sus hijos cuando aún eran niños. Además de incluir capítulos desternillantes, como la cena demencial con la reina Isabel de Inglaterra. No sé cómo se las arregla Paul Theroux, pero cuando escribe desde el resbaladizo filo de lo real sus textos parecen palpitar entre tus manos.

Mi otra vida. Paul Theroux. Traducción de Diego Friera y María José Díez. Seix Barral. Barcelona, 2003. 567 páginas. 23 euros. La sombra de Naipaul. Paul Theroux. Traducción de Carlos Abreu. Ediciones B. Barcelona, 2002. 464 páginas. 19,50 euros.

Paul Theroux (Medford, Massachusetts, 1941), fotografiado en su casa el verano pasado.
Paul Theroux (Medford, Massachusetts, 1941), fotografiado en su casa el verano pasado.Elise Amendola/ ASSOCIATED PRESS

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