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Columna
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El encaje en España

Galicia ha ido perdiendo peso demográfico, y también se ha ido reduciendo su participación en el PIB estatal. El nuevo modelo de financiación autonómica da cuenta de ello, con lo que iremos recibiendo en años sucesivos menos dinero. Al tiempo, es posible que las cajas gallegas acaben haciéndose madrileñas o valencianas. Por supuesto, no tenemos un nuevo estatuto que nos ofrezca instrumentos de acción adecuados en un momento en que en España se han generalizado, de lo que se ha resentido la reciente negociación. Al Gobierno gallego le ha dado, además, por organizar una blitz-krieg, una guerra relámpago contra el idioma gallego y parece que su principal programa consiste en volver a hacer mal lo poco que el bipartito hizo bien. Minas, canteras y piscifactorías concedidas por la gracia de la respectivas consellerías. Galicia va bien.

En un momento en que España se está redefiniendo, Galicia no tiene nada que decir

Todo esto es un resumen de la actualidad política y económica del país, todo lo parcial que se quiera, pero que no deja de reunir elementos significativos. Si se unen en un tejido argumental tal vez quepa inferir de ello que, aunque los gallegos de uno en uno cabe que vivamos mejor que hace 30 años, lo hacemos a base de ser menos, de tener menos hijos: así conseguimos que el reparto nos salga a cuenta. Las nuevas familias amortizan la pérdida de capital social en términos relativos respecto a otras partes de España. A ello habría que añadir el peso de la economía sumergida, que seguramente es más grande que en otras comunidades del interior. Desde el narco hasta la hostelería hay ahí un amplio abanico de actividades no contabilizadas que seguramente le den otro peso a la balanza.

Puede inferirse otra cosa más: la ausencia de un proyecto. En un momento en que España está redefiniéndose a sí misma, produciendo una cierta inflexión en su decurso, Galicia no tiene nada que decir. Las élites locales no son -eso lo sabemos todos- de grandes miras. Pregunten a gobernantes, parlamentarios, empresarios, profesionales e intelectuales. Si lo hacen tal vez obtendrán una cacofonía. El sonido será defectuoso y la confusión absoluta. No habiendo una clara definición y jerarquía de objetivos, un sentido más o menos compartido de lo que es el interés general y dada la tendencia del país, a pesar de lo reducido de su tamaño, a hacer la guerra cada uno por su cuenta, lo que se escucha al final es un gruñido poco articulado en el que despunta, en todo caso, el que tiene el altavoz más grande, que no es por supuesto el que tiene más razón.

Desde luego, no es exactamente una España en red lo que está surgiendo con una punta en Barcelona, Bilbao o Sevilla y otra en Santiago de Compostela, A Coruña o Vigo -cito las tres para no molestar-. Tal vez no todos los caminos salgan de la madrileña Puerta del Sol, como era el caso en el pasado, pero tampoco la metáfora de Internet es apropiada para describir la nueva figura que se está formando. Si la red sugiere interactividad homogénea no es de eso de lo que estamos hablando. Más bien de una geometría variable en la que los espacios económicos y sociales emergentes tienen una jerarquía bien definida.

De un lado, Madrid y su esfera de influencia, que abarca en primera instancia la corona de ciudades que la rodean -Ávila, Segovia, Toledo, Ciudad Real-, después toda la España central que gira en su torno y finalmente tal vez nosotros mismos. Cabe que Madrid acabe absorbiéndonos, pues las leyes físicas indican que es la superior masa la que atrae. De otro, Cataluña, que ha visto en el Estatuto la ocasión de disimular su desconcierto y que ha puesto en la nueva balanza fiscal sus esperanzas de relanzamiento, aun en la ignorancia de en qué dirección. En todo caso la España oriental con sus respectivos nódulos es la que crece. De Andalucía a Port-Bou con la Y griega hacia el País Vasco pasando por Zaragoza.

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Nuestra vocación atlántica y la importancia de la eurorregión es desconsiderada. Es cierto que Fraga y Touriño dieron algunos pasos en esa dirección, la única que puede maximizar nuestras ventajas relativas, pero no con una clara intuición de la estación de llegada. Lo poco que se ha avanzado en materia de puertos aéreos y marítimos así lo indican. La accidentada historia del AVE llena muchas páginas de nuestros periódicos. Pero no hay tanta gente que se ocupe de dilucidar si se trata de que lleguemos antes al teatro o se trata de mercancías y en ese caso, de cuáles. Las comunicaciones articulan los mercados. Eso lo sabe todo el mundo, pero no siempre se nota.

Dada la ausencia de proyecto, es más que probable que la inflexión española obtenga una réplica local. Que no consistirá en otra cosa que en un irnos haciendo algo corto y demediado, subido en una rama esponjosa. Durante un tiempo alguna gente se hizo la ilusión entre nosotros de que Galicia, dado su pasado, era una especie de Cataluña o País Vasco light. Iremos comprobando cómo de eso nada, monada.

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