Los días felices del chico que lo gana todo
Contador no le da "demasiada importancia" al hecho de dejar a su ídolo de la adolescencia y compañero de equipo Armstrong a más de un minuto
Lo ha pasado mal, escondiendo en sus silencios medidos y su mandíbula tensa más de un grito. Ayer, Alberto Contador sonrió y rió. Hasta se sacudió dos moscones de esos que pueden acabar con un gran día. Pero no su mejor día. Contador no piensa como Bill Shankly, el mítico entrenador del Liverpool que decía, irónico, que el fútbol era más importante que la vida. Contador no cree que el de ayer fuera el día más importante de su vida. Ni siquiera el que le dio el Tour de 2007, ni aquellos que le otorgaron en 2008 el Giro y la Vuelta. "El día más feliz fue en 2005, cuando volvía a la competición tras el gravísimo accidente que había sufrido el año anterior. Fue en la Vuelta a Australia y gané la etapa reina. Ese sí que fue un día feliz", el de la resurrección de Contador para el deporte y para la vida cotidiana. Desde entonces, todo lo demás le parece importante pero incapaz de acercarse a la emotividad de aquel día en las antípodas.
"Lo único importante para mí era distanciar a los rivales", explicó el líder
"Habrá movimientos de otros corredores que han demostrado su fortaleza", advirtió
Ayer, sin embargo, fue un día feliz "en la etapa que tantas ganas tenía de que llegara, porque ha habido días que no han sido fáciles para mí", dijo el líder del Tour. Hasta ahí podía leer Contador, sin citar esos silencios obligatorios que parecían secuestrar su buen ánimo ante el cúmulo de indirectas de unos y dudas de otros y un asomo de soledad dentro de su equipo, y de lo que definió como el hartazgo sobre la eterna pregunta en torno a la jefatura en el equipo.
Ayer habló, largo y tendido. Lo hizo en la carretera, a falta de cinco kilómetros de meta, "un poco antes de lo que tenía pensado". "Mi idea era atacar entre el kilómetro cuatro y el cinco, pero he visto poca gente en el grupo tras el ataque del Saxo Bank y he decidido probar. Y... Hasta la meta", explicó el ciclista de Pinto.
Detrás se quedaba su ídolo de adolescencia, Lance Armstrong, que con su intento de resistir hasta el final hizo "más grande la victoria". "Cuando se ha quedado, no le he dado mayor importancia. Lo único importante para mí era distanciar a los rivales", afirmaba con más humildad que desdén Contador, aclamado como nunca en este Tour bajo el cálido sol de los Alpes suizos. Tenía sin embargo palabras de elogio para Armstrong cuando valoró el nuevo estatus que el tejano se ha impuesto en el equipo, ayudar al ciclista español: "Es un honor escuchar esas palabras. Sin duda es un gran profesional que puede hacer un trabajo magnífico".
Oficialmente, dos semanas habían quedado atrás. Dos semanas rutinarias, llenas de dardos envenenados, de circunloquios y evasivas, en una especie de guerra fría que sólo pretendían anular la combatividad de Contador exacerbándola y mantener el pelotón al ritmo de Armstrong. Cada uno jugó sus bazas y la empinada carretera que lleva a Verbier, la estación de esquí más chic de Suiza, dictó sentencia acabando con el murmullo. Contador sólo había soñado "con tener buenas piernas para la etapa". Aunque inmediatamente reconocía: "Siempre tienes dudas de si te van a ir o no". Y fueron. Fueron dejando atrás rivales que estaban muy fuertes, "como por ejemplo los hermanos Schleck, por lo que no se puede decir que el Tour esté sentenciado". "En absoluto. Queda lo más duro" insistía Contador. "Y habrá muchos movimientos de otros corredores que ya han demostrado hoy su fortaleza", seguía en sus advertencias.
No le pudo la ansiedad ni la felicidad. Su deseo enorme de llegar a Verbier no le afectó a la inteligencia a la hora de jugar sus bazas, ni la felicidad de vestirse de líder con un ataque seco y bello. "No como en el Tour de 2007", recordó Contador, cuando fue líder por la noche tras abandonar el Tour el Rabobank de Rasmussen. Él venía de fracasar en el Aubisque y se levantó vestido de amarillo. Ayer, sin embargo, cumplió todos sus objetivos: ganar en montaña, ganar a Armstrong, un mito, y ser un líder indiscutible.
Pero la felicidad no le llenó la boca, tantas veces vacía de palabras y de sonrisas. El hombre terriblemente serio de hace una semana, en una multitudinaria rueda de prensa en la que sabía que se enfrentaba a un mundo anglosajón cada vez más grande y activo en el ciclismo, era ayer el chico sencillo y feliz que por fin recuperaba la alegría. Aunque no era, y probablemente no lo será ningún otro como aquél de Australia, su mejor día, era un día feliz, de esos que no abundan. "Mañana [por hoy] será un día largo" decía su hermano Fran, su mejor escudero en este Tour. El día más largo que Alberto andaba buscando.
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