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Columna
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En fuera de juego

El curso político acaba con las dos grandes formaciones políticas nacionalistas, PNV y CiU, en posición de fuera de juego, que, como cualquier español sabe, aunque no sea aficionado al fútbol, es la posición más estéril que se puede ocupar en el terreno de juego. De ser piezas centrales en la competición política por el hecho de ser los partidos gobernantes en País Vasco y Cataluña y por ser necesario su concurso con frecuencia para la investidura del presidente del Gobierno de la nación, han pasado a estar en la oposición en sus comunidades autónomas y a no formar parte de la mayoría necesaria para dirigir la acción del Estado.

Este tránsito del nacionalismo gobernante de la centralidad a la periferia del sistema político, que empezó a prefigurarse en el último año de la segunda legislatura de Gobierno del PP, cuando se produjo la primera edición del tripartito en Cataluña, con Pasqual Maragall como presidente de la Generalitat, se confirmó en la primera legislatura de José Luis Rodríguez Zapatero como presidente, en la que el tripartito revalidó su victoria en Cataluña, y se ha extendido al País Vasco al comienzo de esta segunda legislatura con el pacto entre PSOE y PP, que ha conducido a que Patxi López se haya convertido en lehendakari.

No está claro que PNV y CiU sepan muy bien cómo recuperar la posición que han ocupado

Pero el nacionalismo vasco y catalán no sólo han perdido el Gobierno, sino que han perdido el sentido de la orientación. En el caso del PNV el certificado de esa desorientación ha venido nada menos que del Tribunal Europeo de Derechos Humanos, que no solamente ha desautorizado a Batasuna, sino que, al hacerlo y al fundamentar dicha desautorización por unanimidad y con un lenguaje inequívoco, ha dejado al PNV sin la coartada con que venía justificando su ambigüedad respecto de la posición política de la izquierda abertzale. En la Europa democrática de hoy no cabe ambigüedad alguna cuando de la violencia se trata. O el nacionalismo, en todas sus formas de manifestación, resuelve el problema o tendrá que atenerse a las consecuencias. Como escribía esta misma semana Santos Juliá, es el propio discurso político del PNV el que se ve afectado por la decisión y por la fundamentación jurídica de la decisión del TEDH, que no puede ser descalificada con ninguno de los argumentos de los que el nacionalismo vasco suele hacer uso cuando de decisiones de la justicia española se trata. El discurso político que ha venido poniendo en circulación el nacionalismo vasco no es compatible con el mínimo común denominador democrático europeo, que es lo que el TEDH fija en su jurisprudencia. No es cualquier cosa.

A CiU la desorientación le ha llegado por una vía distinta y mucho más prosaica o menos dramática. Parece como si la dirección, sobre todo de Convergència, no se hubiera recuperado de las consecuencias no deseadas que tuvo para su formación política la negociación de Artur Mas con el presidente del Gobierno en la fase final de la reforma del Estatuto de Autonomía para Cataluña. En aquel momento, CiU consiguió dejar fuera de juego a Esquerra, que posteriormente propugnó el no en el referéndum de ratificación del Estatuto, cosechando un rotundo fracaso. Con esa maniobra CiU pensó que se garantizaba la ocupación del Gobierno de la Generalitat en el caso de que fuera el partido que ganara las elecciones. No fue así, como todo el mundo sabe. Ello le ha conducido en esta legislatura a una radicalización, que únicamente le podía reportar beneficios si la tensión entre el tripartito catalán y el Gobierno de España acababa en ruptura. Más que como un partido de gobierno, CiU se ha comportado como un partido extraparlamentario, autoexcluyéndose de cualquier pacto para alumbrar un nuevo modelo de financiación, que resultaba imprescindible para Cataluña, más todavía tras la reforma del Estatuto.

El resultado es la soledad más absoluta en una posición que no tiene posibilidad de que cale en la sociedad catalana, y cuando queda poco más de un año para que se celebren las elecciones autonómicas. La posición en la que quedó Esquerra en la fase final de la reforma estatutaria es la posición en la que ha quedado CiU en la fase final de la negociación del nuevo modelo de financiación. Para Esquerra esa posición de fuera de juego tuvo un coste electoral considerable. No creo que sea descartable que a CiU le ocurra algo parecido.

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En todo caso, lo que parece claro es que los nacionalismos gobernantes vasco y catalán no ocupan la posición que han ocupado durante los primeros 25 años de vida de la Constitución. Y que no está claro que sepan muy bien cómo pueden recuperarla. Y éste sí es un cambio de envergadura en el funcionamiento del sistema.

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