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Crítica:PURO TEATRO
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Capital del dolor

Marcos Ordóñez

Dos intuiciones confirmadas, no está mal. a) Sí, quizás el teatro de Romeo Castellucci sea, a fin de cuentas, terapéutico, porque desde el jueves no he soñado con Purgatorio. Nada del espectáculo ha entrado en mis sueños: todo ha quedado (de momento) allí, en el escenario del Lliure. Quizás, parafraseando a Gonzalo Suárez, habría que decir que Castellucci vela por nosotros. Podría ser un buen título para esta crónica. b) Y sí, también: su verdadero infierno es ese purgatorio. A punto estoy de echar mano de Onetti: El infierno tan temido, por supuesto. Opto por Éluard.

El agujero negro y central de Purgatorio es la pederastia: la insoportable destrucción de la inocencia. Pero no creo que pretenda ser una denuncia literal sino la plasmación de un estado de horror: el ritual de una pesadilla infinita puesta en escena. Una pesadilla que se muerde la cola, podríamos decir. Ya hemos estado antes aquí, pero casi nunca en el teatro. La casa burguesa de techos bajos y dimensiones desmesuradas, la moqueta que ahoga los pasos, las superficies metálicas, los semiocultos plafones de luz indirecta. Antonioni: El desierto rojo. Y El eclipse, claro. Y Argento: la inminencia de lo irremediable, agazapado entre el metal y las luces bajas.

Nunca pensé que con algo tan atroz, tan nauseabundo, se pudiera hacer una obra de arte. Pasolini lo hizo, Céline lo hizo. Castellucci lo ha hecho

La madre prepara la cena. El niño tiene dolor de cabeza, dice que lo ve todo de color violeta. Una madre, un hijo, un padre por llegar. "¿Ritorna stasera?". Nunca una frase tan Mina, tan Celentano, sonó tan terrorífica.

Castellucci no les llama "madre, hijo, padre", sino Primera, Segunda y Tercera Estrella. Todo es tan lento como el movimiento de las estrellas en el vacío, pero no hay un instante de tedio porque todo está pautado at the right tempo, como decía Sinatra en el Sand's. Hay una gasa que emborrona la escena. Como si viéramos todo con lentes empañados, o flotando en la fiebre del hijo. La habitación del hijo está en el piso superior. Ocho hijos cabrían allí. Una tele portátil. Música opaca, lejana, de dibujos animados. Un muñeco espacial, o un robot, como un tótem inútil. El niño se encierra en el armario abrazando el robot, pero también el armario es un refugio inútil. Enciende una linterna que no disipa la oscuridad. Alumbra, fugazmente, un sueño febril. El comedor desierto. El robot gigante. Inmóvil. Brazos caídos. Batteries not included. Telón, fin del primer acto.

Ahora, las luces del coche del padre. Un alto ejecutivo. Agotado. Ha conducido seis horas. Y lleva, dice, tres años "en el sector": demasiado tiempo. Lo que se dice un hombre normal, como tantos. Las luces del plafón tiemblan, desajustadas, pero él no se da cuenta. Es un aviso clásico: estamos a punto de entrar en Lynchlandia. El padre y la madre cenan en silencio. De repente, él pide, exige, su sombrero. Ella le abraza, llora: "No, por favor te lo pido, hoy no". Pero consiente. La pobre desgraciada consiente y se lo trae. Él dice: "Ve a llamarle". La madre sube la escalera. El padre se cala el Stetson blanco. Abre el maletín. Saca una máscara de látex y un objeto de metal, fugaz, alargado, brillante. Se me ha olvidado decir que hay subtítulos que anticipan o fijan las acciones. O que mienten. Ahora, justo ahora, empiezan a contar otra historia. La historia de una familia feliz. El monstruo sube la escalera. Los subtítulos dicen: "El padre y el hijo juegan". El comedor vacío. De arriba, en un off asfixiante, brotan gritos de dolor. "No, papá, no...". Golpes. Gemidos de goce animal. Subtítulo: "Música". ¿Por qué nos están contando esto? Calma. Agárrate al apartado a) Castellucci vela por nosotros. Pero no sirve. No ahora, no en esta escena interminable. ¿No hay nadie que pueda parar esto? Ganas de gritar: para ya, cabrón, o te arranco la cabeza. Yo hubiera subido, de verdad, hubiera rasgado la gasa, machacado a hostias al hijo de la grandísima puta, lo hubiera roto todo, todo, pero soy un cobarde. Cálmate, es teatro. Ah, pero deberían estar preparados: algún día alguien subirá y destrozará todo. Algún padre. O algún hijo. Luego... Respira un momento. No, luego es peor. El niño baja las escaleras. Lleva un pañuelo ensangrentado. El padre está abatido sobre el piano. El niño le pone la mano en el hombro. "Ya pasó. Ya ha acabado". ¡La víctima consolando al verdugo! ¿Entiendes eso? Claro. Eso fue Auschwitz, Terezin, cientos de casas, cientos de colegios, sigue siendo. Ahora el niño vuelve a estar dentro del armario. Su silueta se recorta contra una gran luna llena, como una escotilla, o la lente de un microscopio. Alarga la mano. Flores amarillas, amapolas poco a poco podridas, convertidas en insectos monstruosos... Hasta los sueños del pobre ángel están contaminados, pervertidos, arruinados. Retumba el estruendo casi wagneriano de Scott Gibbons. Entre las lanzas de un cañaveral asoma la bestia con su Stetson, acechando a su presa. El círculo se convierte en un agujero negro: eclipse total. Última escena, último sueño, último ritual: el hijo, con sus pantalones cortos y sus calcetines blancos, es ahora un gigante, como aquel robot de su infancia. A sus pies, el depredador del Stetson es un niño que se retuerce, espasmódico, incapaz de detener las sacudidas de la culpa. La luna/escotilla sigue girando como una rueda, se llena de tinta negra, hasta el fundido absoluto. Hasta ahora, véase crónica anterior, Castellucci me había parecido un nihilista de lujo con aislados destellos de genio. Ahora por fin nos cuenta una historia. Y menuda historia: nunca pensé que con algo tan atroz, tan salvaje, tan nauseabundo, se pudiera hacer una obra de arte. No, miento: Pasolini lo hizo, Céline lo hizo. Castellucci lo ha hecho. Y, sí, esto ha pasado. En el Lliure, durante tres días de julio. Una hora y media, una eternidad, absorbida segundo a segundo. Gran silencio. Algunas, lógicas, deserciones. Grandes aplausos, al final. Pero dolía aplaudir. Hasta respirar, volver a respirar, dolía. Bien, ya terminó. Hemos bajado en ascensor al fondo del pozo, salimos a la calle. Ya nos lo hemos quitado de encima. Por el amor de Dios, que alguien monte ya un musical, una comedia, un vodevil. Mañana iré a la doble zarzuela de Pasqual.

Escena del montaje <i>Purgatorio</i>, de Romeo Castellucci, que se ha representado en el Festival Grec de Barcelona.
Escena del montaje Purgatorio, de Romeo Castellucci, que se ha representado en el Festival Grec de Barcelona.LUCA DEL PIA

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