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Reportaje:

Manual para 'folkies'

El Festival de Ortigueira enseña a fabricar palletas y bailar la muiñeira

La palleta es el alma de la gaita. Una pieza artesana hecha de caña y cuerda capaz de arrancar las notas más festivas y melancólicas. Las gaitas son el alma del Festival de Ortigueira. Este año han vuelto a sonar con fuerza después de un lustro silenciadas por los sintetizadores electrónicos que destronaron al folk del escenario. Los celtas han reconquistado su reino y Ortigueira ha vuelto a deslumbrar a propios y extraños como la indiscutible capital del folk atlántico.

La villa se despide hoy de los 100.000 folkies que durante el fin de semana colonizaron calles y plazas, invadiendo pinares y playas, desbordando las previsiones más optimistas de la organización. Esta vuelta a los orígenes en la 25ª edición se traduce en el interés de los asiduos al festival por la tradición folclórica gallega que la organización ha sabido canalizar en forma de talleres de canto, baile, pandereta, gaita avanzada y fabricación de palletas. El objetivo, explican, es que el festival trascienda más allá "de un macrobotellón" con las gaitas de fondo y deje en los visitantes el poso de la cultura galaica.

El objetivo es que el certamen trascienda más allá de "un macrobotellón"
El taller de canto y pandereta de Mercedes Peón está de bote en bote

A medio camino entre los conciertos del puerto y el campamento de la playa, en las aulas del IES de Ortigueira, Óscar y otros nueve alumnos aprenden a trabajar la palleta. Madera de caña, cuerda, agua y mucha maña para cumplir con un ritual ancestral que pocos conocen. "Cada palleta tiene su personalidad", explica el artesano Javier Pena, Bossa, "y eso hace que la gaita suene como suena". Él lo aprendió de un gaiteiro cedeirés metido a senador socialista llamado Xavier Carro y explica que hacen falta años de práctica para una buena palleta, porque luego tiene que curtirse dentro del punteiro para dar la nota perfecta. Perfectos suenan los compases que llegan desde el aula de música, reconvertido en una clase maestra de gaita avanzada. Pocos se han atrevido.

El profesor, Pablo Devigo (Castrocaldelas, 1989), es más joven que sus dos alumnos Eloy y Fernando. Se comunica con la gaita y sus dedos vuelan marcando ritmos veloces. Trabajan sobre una misma pieza. Ensayan ornamentaciones, corrigen la postura, la afinación y mejoran la digitación con trucos infantiles para adiestrar "la memoria muscular". Tan precoz y talentoso, Devigo -premio Constantino Bellón y MacCrimmon de gaita en 2008- cuenta que se agarró al fol por primera vez a los siete años rompiendo esquemas en una familia "sin músicos". "Dudo que sepan silbar", bromea. "Es imposible aprender a tocar la gaita en poco tiempo", sentencia, "son muchos años de aprendizaje y práctica". Esto lo saben bien en la Escola de Gaitas de Ortigueira, que lleva un cuarto de siglo entonando la muiñeira inaugural en cada una de las ediciones del festival. Esta agrupación folclórica es el origen y el germen de una cita que nació en 1978 como expresión de la devoción de los orteganos por la foliada. "Se perdió aquella esencia", lamenta el presidente de la banda, Juan Cao, "pero ha ganado la música folk, que pasó de residual a ser número uno en los 40 Principales".

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Explica que fue la agrupación la que propuso al ayuntamiento poner en marcha cinco talleres gratuitos rescatando una costumbre que ya se estilaba en los ochenta. La iniciativa se difundió en la red y fue muy bien acogida por la comunidad folkie, y los obradoiros se cerraron por orden de inscripción, "aunque no todos los que se apuntaron madrugaron para ir a clase".

El taller de canto y pandereta de Mercedes Peón está de bote en bote, y otras 20 personas participan en la clase de la asociación Gamelas e Anduriñas tratando de cogerle el ritmo a la muiñeira. Murcianos, dos portuguesas, un chico de Alicante y una niña de cinco años brincan y se aplican con el juego de pies que les propone Xabier Espasandín. Para el profesor, no hay torpeza que valga y espera que a última hora de la tarde, alguno se arranque con unas vueltas al son la histórica Battlefield Band. Los escoceses cierran el festival más celta de la década, que promete regresar en 2010.

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