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Reportaje:FUERA DE RUTA

La llanura de los placeres del Kamasutra

Entre los confines del Rajastán y la planicie del Ganges, desde Agra y su célebre Taj Mahal hasta los templos eróticos de Khajuraho, un viaje por el corazón del país

En este país nacido y alimentado por la fantasía, cada ciudad, cada fuerte, cada templo, cada montaña y cada río tienen su origen en una leyenda. Orchha también tiene las suyas, y desde este ventanal de mármol finamente cincelado en el último piso del maltrecho palacio de Jehangir, con la ciudad extendida bajo nuestra mirada, estamos dispuestos a creer a pies juntillas la más fantástica. Esta pequeña urbe medieval, donde hoy apenas habitan 2.000 almas, es la imagen perfecta del reino perdido de nuestros sueños. La ciudad que bien podía ser la de la Bella Durmiente del Bosque, con sus murallas, sus palacios, sus templos y sus mausoleos petrificados a orillas de un río de nombre ignorado.

Más información
Rajastán, la región dorada de los marajás

Situada a medio camino de la ruta apenas transitada desde Agra a Khajuraho, Orchha es la antigua capital del Bundelkhand, el reino de la dinastía Bundela. "No conoce la pobreza ni la opulencia excesiva; encontramos un aire de bienestar y de libertad que se extiende hasta las mujeres, que no son tan salvajes como en otras partes de India", escribió un viajero francés del siglo XVII. Hoy, Orchha es un perfecto conjunto medieval apenas visitado y la menos alterada de todas las ciudades rajputas. Su fundación y días de gloria se deben al rajá Bir Singh Deo, un maquiavélico personaje de cuyos afanes de grandeza quedan otros recuerdos en la región: el fuerte de Jhansi y el palacio de Datia.

Al llegar a Orchha impresiona flanquear la pesada puerta de madera erizada de clavos que la protegía contra el ataque de los elefantes de combate, pero que no fue capaz de resistir el empuje de las tropas de Akbar, el gran emperador mogol. Su indigno hijo Jehangir, tras intentar derrocarle, había buscado la protección de Bir Singh Deo. Éste no sólo lo acogió en su capital, sino que hizo asesinar a su perseguidor Abul Fazl, consejero y amigo personal de Akbar. Furioso, el emperador lanzó sus tropas contra Orchha y aunque la destruyó, no pudo capturar a su rajá.

Cuando Jehangir sucedió a su padre, tres años más tarde, devolvió los favores recibidos a Bir Singh. Éste reconstruyó su capital y levantó un nuevo y fantástico palacio. Justo en el que nos encontramos. Cuatro pisos y 260 habitaciones. Los muros, arcos y columnas guardan la memoria de las grandezas pasadas, pero en las celosías finas como encajes de los miradores, donde antes las favoritas del rajá se entretenían contemplando las escenas de la calle, los pájaros establecen sus nidos, juegan los langures sobre las almenas del fuerte, y sobre las losas de mármol del patio, donde antes piafaban los caballos y danzaban las bailarinas, crece ahora la hierba.

La jungla rehace su ley. Se notan todavía los jardines y las acequias de riego, los estanques y las cascadas artificiales, pero los árboles nacen de las paredes mismas y sus raíces se cuelan entre las grietas. Los periquitos de plumaje verde y pico rojo revolotean sobre las cúpulas, mientras que halcones y carroñeros acechan desde lo alto de las torres. El conjunto es tremendamente evocador. Nos remite a la India romántica de ruinas misteriosas que encontraban los viajeros británicos de las novelas de E. M. Foster.

Una suave acuarela

La evocación es todavía más viva cuando al descender de nuestra atalaya encontramos a una delicada dama inglesa frente a su caballete reproduciendo, con los colores suaves de sus acuarelas, una vista del palacio de Raj Mahal. Éste conserva puertas recubiertas de plata y frescos en sus paredes, al igual que el adjunto templo de Laxmi Narain, donde se describe con todo lujo de detalles la vida en la corte de la antigua Orchha.

Un paseo por el pueblo que sobrevive al otro lado del puente nos permite una inmersión placentera en la vida rural de la India: las gentes sentadas sobre la tierra apisonada o en cuclillas a la puerta de sus casas junto a los dibujos geométricos de tiza que las protegen de los malos espíritus, las tertulias de las mujeres junto al pozo o en el lavadero y las de los hombres en el quiosco de té, los niños correteando por la calle o recogiendo las cabras del campo. La India intemporal y bucólica que nos compensa de los esfuerzos, el polvo, la miseria y las distancias.

Aún será mayor nuestro contento cuando a la mañana siguiente, día que precede a la luna llena, encontramos las orillas del río llenas de peregrinos. Vienen a honrar a un famoso dios local. Las frescas aguas se han tornado sagradas para la ocasión y hombres, mujeres y niños realizan en ellas sus típicos baños y abluciones. Los imponentes cenotafios, erigidos hace tres siglos para conmemorar los lugares de cremación de los rajás, sirven de telón de fondo para este Benarés en miniatura y bien aseado.

Habíamos empezado nuestro viaje en Agra. Uno puede haber venido cuatro, diez o veinte veces a la India, siempre quiere volver a ver el Taj Mahal. Es el monumento más bello del mundo. Mezquita funeraria. Elegía de piedra blanca. Perla luminosa de la India. Todos los elogios, todas las metáforas le están permitidas. "La síntesis de lo puro, de lo sagrado y de la infelicidad", en palabras de Rudyard Kipling.

Queríamos ir al otro lado del Yamuna al amanecer para buscar restos de un proyectado mausoleo negro gemelo del Taj Mahal y para ver surgir éste de las brumas húmedas de la mañana. Ningún taxista estaba dispuesto a llevarnos. Interesados sólo en conducir turistas a las tiendas de objetos de mármol tallado y de joyas, para conseguir su comisión, pretendían que no había camino. Finalmente conseguimos que un sij de aspecto tan fiero como inocente y amable nos llevara. No encontramos ningún resto del Taj negro, pero Akumar Singh se convirtió en nuestro conductor para todo el viaje.

La mañana siguiente nos encontró camino de Gwalior. Durante los primeros kilómetros, la carretera estaba poblada de viandantes, bicicletas, camiones, motocarros, vacas, carromatos, camellos y hasta algún elefante. Todos circulaban por el centro, en un ordenado caos, y conseguían cruzarse y adelantarse según jerarquías bien establecidas y respetadas. Después la ruta se tornó casi desierta. Desde que los mogoles tomaron el control de Delhi y Agra, esta región sirvió de parachoques entre los reinos musulmanes del norte y los hinduistas del sur. Cada colina aparecía coronada por un fuerte semiderruido o por un templo.

Anclado sobre un espolón rocoso de cien metros de altura que domina la ciudad, el fuerte de Gwalior, "la perla del Hindustán", no es, a pesar de sus ocho kilómetros de perímetro, el mayor de toda la India, pero sí el más hermoso y una de las evocaciones más intensas de la heroica caballería rajputa. Cuando estos orgullosos guerreros, sitiados en sus fuertes, veían la batalla perdida, siguiendo su código de honor, se enfundaban la túnica color azafrán -el color de la renunciación- y salían a morir combatiendo. Sus mujeres, entretanto, no menos dignas, antes que caer en manos del enemigo, vestidas y enjoyadas como el día de su boda, cometían el suicidio ritual, jauhar, lanzándose en masa a las hogueras encendidas en los subterráneos de la fortaleza.

Así sucedió aquí en el siglo XIII, cuando Gwalior fue tomado por el sultán de Delhi, y en el XVI, cuando fue conquistado por los mogoles. La fortaleza atestigua otros mil combates. Los más recientes, con ocasión del motín de los cipayos contra sus amos británicos, pues fue éste el último bastión de la revuelta, y esta vez fue una mujer, la rani de Jhansi, quien condujo su caballería al orgulloso sacrificio. Su cadáver, vestida de hombre, se encontró en el campo de batalla.

Tigres y elefantes

Pero no todo ha sido destrucción y muerte. En el palacio Man Mandir, sus extraordinarias fachadas de cerámicas vidriadas, azules, amarillas y verdes, con figuras de cocodrilos, elefantes y tigres, resplandecen al sol de cada mañana, mientras que en sus salas y patios interiores se guarda la memoria de las fiestas en las que juglares y danzarinas entretenían a los huéspedes de las cortes regias. Así, si creemos a nuestro guía, hay algunas tardes que el viento trae el eco de las melodías del célebre músico Tansen, a quien Akbar concedió el título de "joya de la corte".

Nuestra siguiente parada es Datia, con su palacio olvidado, también construido por Bir Shing Deo sobre un promontorio rocoso junto a un bonito lago de orillas frondosas entre las que pastan oscuros búfalos domésticos y elegantes garzas blancas. El edificio, en un doloroso abandono, es una mezcla de estilos mogol y rajputa, con su profusión de arcos, minaretes, ventanas cerradas por afiligranadas pantallas de mármol blanco y tejados rojizos. Cuatro puentes en voladizo conectan el palacio con la torre que contiene los apartamentos reales y completan este conjunto que Luytens, el arquitecto de Nueva Delhi, consideraba una maravilla arquitectónica.

Hemos acabado nuestro viaje en Khajuraho, una llanura sin fin lejos de toda ciudad, donde una vez, hace mil años, otros rajputas más artísticos que guerreros levantaron los mayores monumentos al amor. Ochenta y cinco templos inspirados en el más puro placer, homenaje a la vida, que celebran a la mujer y el sexo sin pudores ni inhibiciones, con sensualidad, gloria y optimismo. Por un milagro, los templos fueron olvidados durante otros 500 años, su lejanía los preservó de las iconoclastas destrucciones del islam y, redescubiertos en el siglo XIX, sirven de colofón a nuestro viaje de sorpresas y maravillas como sólo la India puede proporcionar.

Más propuestas e información en la Guía de la India

Uno de los templos de Khajuraho, declarados patrimonio mundial por la Unesco
Uno de los templos de Khajuraho, declarados patrimonio mundial por la UnescoFRANCISCO PO EGEA

Guía

Datos básicos

» Moneda: rupia (un euro equivale a 65 rupias).

» Cuándo ir: la mejor época es de octubre a marzo; la peor, de abril a junio (hace mucho calor). De junio a septiembre es época de monzones; llueve un rato por las tardes y refresca.

Cómo llegar

Vuelos desde España a Delhi, vía capitales europeas.

» British Airways (www.britishairways.es), ida y vuelta a Delhi desde Madrid, a partir de 668 euros, tasas incluidas.

» Air France (www.airfrance.es) a Delhi, ida y vuelta, a partir de 470 euros.

» Swiss (www.swiss.com), ida y vuelta a Delhi, a partir de 402 euros.

» Lufthansa (www.lufthansa.es), ida y vuelta,»

Itinerario

Distancias: la ruta recorre 410 kilómetros. De Agra a Gwalior (120 kilómetros), a Datia (75), a Orchha (55), a Khajuraho (160). Lo mejor es alquilar un coche con conductor en Agra. Desde Khajuraho hay vuelos a Benarés, Agra y Delhi.

Dormir

EN GWALIOR

» Usha Kiran (www.tajhotels.com). Antigua casa de huéspedes del maharajá. La habitación doble, 50 euros.

» Tansen Residency (www.mptourism.com; 0091 22 24 04 22 11). A 10 kilómetros del aeropuerto de Gwalior. La doble, desde 25 euros.

EN ORCHHA

» Sheesh Mahal (0091 76 80 25 26 24). En un ala del antiguo palacio, desde 25 euros.

» Betwa Cottages (0091 76 80 25 26 18). La doble, desde 29 euros con desayuno.» Embajada de la India en Madrid (913 45 02 09) y el consulado en Barcelona (932 12 09 16).

Información

» Turismo de la India (www.tourisminindia.com).

» www.tourindia.com.» Turismo de Madhya Pradesh

(www.mptourism.com).

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