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Crónica:
Crónica
Texto informativo con interpretación

Federer, ante su trampolín

El suizo busca la final de Wimbledon a costa de Haas, que le hizo crecerse en París

Éstos son los signos de los nuevos tiempos. Rafa Nadal está lesionado y en Mallorca. Roger Federer, tan metido en su rutina -llegar, ganar y marcharse- que no sabe que hay 28 empleados y recogepelotas de Wimbledon aislados en su casa por sospechosos brotes de gripe. Y la hierba, tan a los pies del suizo que hasta su entorno se ha contagiado de su seguridad pasmosa: Severin Luthi, el capitán helvético en la Copa Davis, discute su plan de juego para su semifinal de hoy contra el alemán Tommy Haas mientras se atreve a llevar el teléfono móvil guardado en el reverso del calcetín. A partir de Haas se entienden muchas cosas del giro radical que ha dado el tenis en 60 días. Hace cuatro semanas, en una tarde brutal en Roland Garros, Haas tuvo un punto de break para eliminar a un tembloroso Federer. Hoy es justo lo contrario. El número dos mundial se desliza por el césped con la suave precisión de un Rolls Royce; conquistó París, el único torneo grande que le faltaba, y busca el título que le haría eterno: si gana en Wimbledon, logrará su 15º título del Grand Slam, más que nadie, y recuperará el número uno. ¿Qué cambió?

"Ganó Roland Garros y ahora juega relajado", dice Krajicek sobre el 'número dos'

"Nadal es lo que ha cambiado", contesta Richard Krajicek, campeón de Wimbledon en 1996; "Roger había perdido la confianza por una sola razón: Nadal, que le dominaba mentalmente. Las derrotas en Wimbledon 2008 y Australia 2009 le fueron muy dolorosas. Ganó Roland Garros y ahora está relajado. Juega como hace tres años. Ha sido una vuelta de 180 grados tremenda. Agassi y yo pensábamos que Rafa podía ganar los cuatro grandes en un mismo año... ¡Lo que ha ocurrido es extrañísimo!".

Cuando llegó mayo, Federer llevaba desde el verano de 2007 sin ganar un Masters (Cincinnati) y corría el peligro de perder el número dos. Haas fue el último con posibilidades de derrotarle. Así recuerda el suizo aquel encuentro, quizás un punto de inflexión fundamental, que le ha dejado a un paso de ser el primero en disputar siete finales seguidas de Wimbledon y ser el que más ha jugado en los grandes (serían 20). "Fue brutal", dice. "Éste también será duro. Haas tiene talento. Creer que estaba jugando bien, aunque él fuera por delante, me mantuvo en el partido, pero fue duro aceptarlo", añade.

Haas ni quiere pensar en aquello. "¿Ha dicho que la clave fue creer? Normal. La bola que salvó, esa derecha cruzada, estuvo asquerosamente cerca de ir fuera".

Al encuentro de Federer y perseguido por el fantasma de Fred Perry, el último británico campeón de Wimbledon, hace 73 años, marcha Andy Murray, que jugará contra el estadounidense Andy Roddick. Hubo un tiempo en el que la colina de Wimbledon se bautizó como Henman por Tim Henman, el ídolo local, y los henmanmaniacs, sus seguidores de bocadillo, cerveza y asiento en la ladera, lejos la cartera de poder pagar una entrada. Hoy, la reventa lo hace aún más imposible y la loma está que revienta. Ver a Murray contra Ferrero se negociaba a partir de los 2.000 euros porque el imán del escocés es incontestable: al final de la primera semana, 266.264 espectadores, 24.000 más que en 2008, habían pasado por Wimbledon.

Serena Williams, durante su duelo con Elena Dementieva.
Serena Williams, durante su duelo con Elena Dementieva.AFP

Otro duelo entre las voraces Williams

El banquillo de Serena Williams salta, grita y medio baila mientras ella tuerce el gesto. La gente de Elena Dementieva, su rival, calla. La tensión es máxima y tiene al público hipnotizado. La número dos escupe maleficios mientras se enfrenta a una pelota de partido en contra con Dementieva de caza. Es ahora o nunca para la rusa, que tira plano y duro, que rema de lado a lado, que sufre, se encalla y se acaba: Serena gana el punto sin saber cómo, incapaz luego de explicarlo, huérfana de golpes y sobrada de ambición y deseo (6-7, 7-5 y 8-6). Su padre responde haciéndole una reverencia desde el palco con la gorra en la mano y la esperanza puesta en su hermana.

Venus no le hace sudar tanto. La número tres, pentacampeona de Wimbledon, recibe a Dinara Safina con la servilleta puesta: Venus se come a la número uno en 51 minutos (6-1 y 6-0). No lo dice la estadística, pero lo sabe todo el mundo. No hay nadie mejor que las Williams, finalistas como en 2008.

"Para mí", cuenta luego Venus, "fue durísimo ver el drama del partido de mi hermana. Lo más duro, sin embargo, es enfrentarme a ella". Su hermana se marcha mientras un fotógrafo la inmortaliza. Es su padre, quien probablemente no se quede en Londres para ver cómo se deshace el empate: 10 victorias para cada hija en sus duelos. "No ha habido suerte, sino talento", dice Serena sobre su partido y sus 20 aces.

No se acaban en la final las voraces Williams. El circuito lleva años cambiando el reglamento para obligarlas a jugar más torneos. Parece imposible. Serena perdió en la primera ronda de tres de los últimos cuatro disputados. Ni ella ni Venus prepararon Wimbledon jugando sobre hierba. Y hoy estarán también en las semifinales del dobles, como Anabel Medina y Vivi Ruano.

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