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Columna
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El Cerro de los Ángeles y otros cerros

El cardenal Rouco se las prometía muy felices el pasado domingo con su intento de renovar la consagración de España al Sagrado Corazón de Jesús cuando se cumplían 90 años de la que se hizo solemnemente en 1919 conforme a los dictados del próximo beato, padre jesuita Bernardo Hoyos, quien creyó escuchar en el santuario de la Gran Promesa de Valladolid a la altura de 1733 aquello de "reinaré en España y con más veneración que en otras muchas partes". Pero la convocatoria del Cerro de los Ángeles, pensada para pasar lista a personalidades e instituciones, en principio comprometidas, ha caído en el vacío por las clamorosas ausencias, incluso de los propios hermanos en el episcopado de su Eminencia. Parecería que España no está para esta clase de consagraciones de imaginario boato, que ni siquiera el Abc ha sabido sostener. Por eso, cuánto mejor contribuir a que el Verbo se haga carne y habite entre nosotros. En todo caso, ¿qué quedará ahora de Rouco sin la capacidad de amedrentar de FJL en la Cope?

¿Qué quedará ahora de Rouco sin la capacidad de amedrentar de FJL en la Cope?
La religión tiene la propiedad de elevar las contiendas al término de lo absoluto

Pero otros cerros se divisan más allá, como por ejemplo el dibujado por un debate reciente por el filósofo José Luis Pardo, quien recordaba que la religión tiene la propiedad de elevar inmediatamente las contiendas al término de lo absoluto. De modo que el calentamiento producido por el combustible religioso elimina toda posibilidad de hallar un terreno de entendimiento con el adversario. Por eso, en su opinión, los problemas religiosos son irresolubles porque exigen la conversión de los infieles. Su observación permitiría verificar que la religión se las arregla muy bien para proporcionar a la guerra una justificación y, por lo tanto, convertirla en un medio, discutible, pero un medio para un fin que se sitúa en el orden de lo indiscutible.

Lo explica muy bien Richard Overy en su libro Por qué ganaron la guerra los aliados, considerado por muchos el análisis más perspicaz y definitivo de la Segunda Guerra Mundial. Allí se pondera cómo hasta en la Unión Soviética, donde Dios había sido prohibido oficialmente, la religión renació a causa de la Segunda Guerra Mundial. De manera que el día de la invasión alemana, el metropolitano Sergei, cabeza de la Iglesia ortodoxa rusa, después de haber sido perseguido por las autoridades durante años pidió a los fieles que hicieran todo cuanto pudiesen por ayudar al régimen y concluyó su oración diciendo "¡El Señor nos concederá la victoria!".

A este respecto, una discusión de gran lucidez es la que mantuvieron bajo los auspicios del semanario Die Zeit el filósofo Peter Sloterdijk y el cardenal Walter Kasper, presidente del Consejo Pontificio para la Unidad de los Cristianos. En ese encuentro ambos indagaron sobre los orígenes de la violencia y las religiones. La conversación fue publicada por la editorial KRK bajo el título Un diálogo sobre el retorno de la religión. Allí hacen un repaso a la historia de las guerras de religión y al papel desempeñado por las religiones y las invocaciones a Dios en los más distintos conflictos. Al final coincidían en la necesidad de encontrar un sistema que permitiera el uso pacífico de las energías polemógenas de los monoteísmos, surgidas de la confrontación irremediable de sus pretensiones universalistas. Algo así como lo que en el campo de la física se ha logrado para el uso pacífico, incluso medicinal, de la energía atómica. Leídas estas reflexiones algunos piensan que para ser católico cuánto mejor ser alemanes.

Luego, desde el otro lado del Atlántico el profesor de la New York University Stephen Holmes se refería en el debate antes aludido al fundamentalismo cristiano americano, como factor que exacerba la violencia. Aclaraba cómo en el terrorismo suicida con retórica religiosa hay algo que tiene que ver con la afirmación del propio grupo, que sobrevivirá a una guerra de aniquilación. De forma que en su opinión hay una imitatio Dei en el mundo de la tortura que podría tener una motivación religiosa. Holmes explicaba que cuando se conquista un pueblo hay que destruir sus templos. Además, lo primero que trae esa conquista, como escribe Gonçalo M. Tavares en Un hombre: Klaus Klump, es la imposición de otra música. Porque la música es una señal de humillación: "Si quien ha llegado impone su música es porque el mundo ha cambiado, y mañana serás un extranjero en el lugar que antes era tu casa. Ocupan tu casa cuando ponen otra música". Por fortuna Rouco no tiene música.

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