Un pasaporte a la ruina
La gran revolución de la UCI contra el dopaje sólo sirve para detectar abusos del pasado
El farolillo rojo de la Vuelta a Suiza, un ciclista retirado hace seis meses, otro de un equipo recién disuelto por falta de pago, un sospechoso habitual y un corredor del montón. La revolución del pasaporte biológico, pregonada semanalmente durante los últimos meses por la Unión Ciclista Internacional (UCI) y, por fin, activada estos días previos al Tour, ha hecho por la limpieza del ciclismo tanto como el parto de los montes hizo por la formación de los Pirineos.
Para la puesta en marcha del pasaporte biológico -un método indirecto de prueba de dopaje, basado en un modelo estadístico bayesiano alimentado regularmente con los valores hematológicos de 840 ciclistas, extraídos de más de 6.000 controles fuera de competición por año- se necesitó, en octubre de 2007, un pacto al más alto nivel entre la UCI, el Tour, la Agencia Mundial Antidopaje y el Ministerio francés de Salud. Para su desarrollo se ha precisado de casi seis millones de euros anuales, aportados mayoritariamente por los conjuntos, y de la formación de equipos de expertos científicos y jurídicos que le dieran valor legal como prueba. Durante su vigencia ha generado un proceso de rumores inacabable según el cual cualquier ciclista que ganara algo formaba parte de los más sospechosos de la lista. Y, después de todo, ésta es su primera cosecha, recolectada en junio de 2009: Ricardo Serrano, quien ya había sido privado de participar en la Vuelta a Murcia de 2006 por exceso de hematocrito; Rubén Lobato, que colgó la bici el invierno pasado tras correr en el Saunier Duval de Mayo, Piepoli y Riccò; Igor Astarloa, el campeón mundial de 2003 y a quien despidieron del Milram en 2008 por los dudosos valores de sus controles internos; Pietro Caucchioli, un veterano escalador a quien los más grandes equipos se negaron a fichar hace años por las dudas que emitía, y Francesco de Bonis, otro de los que han encontrado acomodo en el Diquigiovanni, el cuadro de Gianni Savio, asilo de menesterosos.
Casi todos han proclamado su inocencia y anunciadas acciones legales. Ninguno de ellos tenía hueco siquiera en el próximo Tour, por no hablar de alguna posibilidad de éxito. De todos ellos, los datos incriminatorios provienen de la pasada temporada, lo que introduce otro elemento absurdo al concepto del pasaporte, que se convierte, así, en un indicador de anomalías pasadas sin capacidad para atajar los problemas del ciclismo del presente.
Los dirigentes de la UCI y del Comité Olímpico Internacional (COI) se congratularon del "éxito" del pasaporte biológico, que revela el cambio cultural del ciclismo tras la Operación Puerto, aunque la primera cosecha puede dar también pie a los cínicos: si los ciclistas del montón recurren a manipulaciones sanguíneas, ¿qué no harán los mejores, los que ganan?, podrían preguntarse.
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