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Reportaje:

Las ostreiras da Pedra no se jubilan

El símbolo de Vigo peligra por falta de relevo generacional, las mujeres que atienden a los turistas están ahí desde niñas y tienen entre 72 y 80 años

Ermitas Bouzón ya tiró la toalla. Los achaques han ganado y se ha ido para casa con 79 años, pero su compañera de puesto, su socia de toda la vida, cumple 80 el mes que viene y sigue abriendo una media de mil ostras al día. Se llama Carmen Rodríguez, es de Arcade, y trabaja todo el año, sin festivos, sin vacaciones. Aunque hace poco tuvo que cogerse una baja de tres días para operarse las cataratas del ojo izquierdo. Ahora, más bien pronto que tarde, tendrá que volver a faltar para que le arreglen el derecho.

De todas formas, de lo que más padece Carmen es de las piernas. Lleva cinco años tratándose con un especialista en Pontevedra y aguanta porque toma calmantes. "Ahora mismo acabo de tomar la pastilla", reconoce, pero ella sigue ahí, de pie, desde hace 58 años, marchando a las siete de la mañana a Cambados a por el género y sirviéndolo en su puesto vigués de A Pedra de nueve a tres. Desde que no está Ermitas, a Carmen le ayuda un sobrino, Fernando, de 43 años, que será quien la sustituya cuando se dé por vencida.

"Aquellas ostras sabían más, llegaban al kilo, te llenaban la mano"
"Aquí lo paso bien, a diario vienen artistas. Una metida en casa 'apachucha"
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Isaura lleva 62 años abriendo ostras en A Pedra

Carmen es, en realidad, la única ostreira con heredero, porque la otra que creía tenerlo, Isaura Pérez (76 años, natural de Pontesampaio), no logra convencer a su nieto Víctor, que ha cumplido los 30: "Abre muy bien las ostras, y mucho más rápido que yo", presume la abuela, "pero dice que aquí solo, sin mí, no quiere estar". En A Pedra hay ahora cuatro puestos. Hace años había seis, pero dos quedaron vacantes y el Ayuntamiento los clausuró. En abril, alarmada por la avanzada edad de las ostreiras, la Concejalía de Turismo anunció que estaba preparando un curso de formación de nuevas profesionales.

Mientras, el Gobierno central ya empezó el año pasado a tramitar la concesión de la Medalla al Mérito en el Trabajo a las míticas ostreiras que llevan más de medio siglo, algunas desde niñas, abriendo bivalvo. La distinción del Estado sería para las cuatro que siguen trabajando, además de para Ermitas, también de Arcade, y para José Carlos Cerqueiro, el primer ostreiro de Vigo, nacido en Vilaboa hace 60 años y que llegó al puesto para sustituir a su mujer. Las ostreiras, entre ellas, no se llevan demasiado bien. Son muchos años de roce, el negocio es el negocio y últimamente anda flojo. Pero quizás el peor recibido fue José Carlos. "Me llamaban maricón por andar con mandil y abrir ostras", protesta él, "como si a mí me fuese a parecer mal que las mujeres, ahora, lleguen a ministras". El ostreiro tiene batea propia y presume de ser el único que sirve producto criado en la Ría de Vigo, aunque la semilla venga del norte de Europa.

El primero en solicitar la medalla a La Moncloa fue un vecino del barrio, José Manuel Tobío, que de niño (ahora está jubilado) se despertaba con el ruido que hacían estas mismas ostreiras mientras preparaban cajas para mandar a Madrid. Tobío se desespera por la cachaza de las cosas de palacio, y pide, que "por lo menos, de momento, les pongan una placa en la esquina del hotel Bahía" con sus nombres y su historia. Así, los guiris "sabrían de qué va el tema".

Carmen dice que ella no se quiere jubilar. "A mí esto me gusta, lo paso bien, a diario vienen artistas, y una, en casa metida, apachucha". Al final, a lo peor, le pueden las varices, que son lo que más les molesta a todas. También a María e Isabel Seoane (de 72 y 77 años y nacidas en Arcade), que heredaron el puesto de su madre, y a Isaura, que empezó a trabajar a los 12, más o menos a la vez que las dos hermanas de la mesa de al lado.

"Si mi nieto se niega a venir al puesto cuando me jubile, tendré que alquilarlo. No sé si también tengo derecho a traspasarlo, pero perderlo sería una pena", comenta la "incombustible" Isaura, como la definen en un bar de la calle. Todas se aferran a los mostradores de granito y a los fregaderos que les instaló el Ayuntamiento siendo concejala Dolores Villarino. Antes usaban sus propias mesas de madera y lavaban centenares de platos en un cubo. Y mucho antes, su único establecimiento comercial era la cesta llena de ostras que traían a diario en el tren que venía de Arcade.

Entonces también eran ellas mismas las que se encargaban de apañar el molusco "con un ganapán, y a veces con el agua al cuello" en las playas de Cesantes y Vilaboa. Eran los tiempos en los que no se había oído hablar de las depuradoras y en los que sí tenían vacaciones, porque sólo se podían coger ostras en los meses con erre. "Aquéllas sabían más, llegaban al kilo, te llenaban toda la mano", recuerda Isaura con la mirada perdida no se sabe dónde.

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