Propósito sentimental
Narrativa. En la nueva novela del escritor barcelonés Enrique de Hériz, Manual de la oscuridad, parecía en principio que se abordaba un tema que daba mucho de sí para la invención novelística, además de la oportunidad de ver novelizado un asunto que nunca tuvo un territorio literario propio: la magia. Como motivo literario se la ve involucrada generalmente en el terreno de los argumentos mefistofélicos. De Hériz lo aborda, pero sólo hasta cuando decide subordinarlo por el de la ceguera. Y a caballo entre los dos, un tercero: el comportamiento de las hormigas.
La novela está divida en dos partes. La primera, para este crítico la más interesante, nos presenta a un maestro de magos, Mario Galván, y a su discípulo Víctor Losa. A su vez esta primera parte se subdivide en otras dos: la que recrea la vida de ambos personajes y la que recrea la vida y obra de magos famosos del siglo XIX. Es posible que al autor de esta novela le haya podido un propósito más melodramático, sentimental, además de haber intentado escribir también de paso una novela de formación (lastrada por un tono más pedagógico que lo que el género obliga), en detrimento de la excelente materia que le ofrecía la magia y el mundo de los magos. Cómo no va a ser melodramático hacer pender sobre el alumno una progresiva ceguera y sobre el maestro un cáncer de pulmón. La historia de De Hériz adquiere mayor consistencia novelística cuando nos habla de los pioneros de la magia, sobre todo de Harry Kellar. Y nos parece blanda y previsible la de Mario y Víctor.
Manual de la oscuridad
Enrique de Hériz
Edhasa. Barcelona, 2009
576 páginas. 19 euros
El autor tenía a su disposición, en la misma editorial donde publica su novela, una edición de Mario y el mago, de Thomas Mann. De Hériz no ahonda nunca en esa magnética y casi inquietante relación entre mago y público que nos muestra Mann. Se queda en la tramoya de la magia, en la exposición detallada y documentada de su relojería. Pero uno al leer Manual de la oscuridad no accede nunca a la condición humana que ese tema o ese arte, como nos sugirió el escritor alemán, permitía desvelar en toda su profundidad y misterio.
La segunda parte, la de la ceguera de Víctor, ahora un mago prestigioso y retirado del mundo del espectáculo, es como una novela distinta e inopinada, y mucho menos lograda que la primera. Sobrada de didactismo y sin esa pizca de lirismo verdadero y esas almas singulares que me recuerdan una novela de tema parecido, Sinfonía pastoral de André Gide. Y para terminar: Víctor recuerda siempre en la novela una máxima que usa Mario en sus enseñanzas: distinguir a un mecanógrafo de un pianista. Yo la recuerdo como la distinción que hace Truman Capote entre un mecanógrafo y un escritor.
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