Réquiem por Milano
Hay asociaciones instantáneas. Decir Charles Lindbergh significa evocar el Spirit of Saint Louis; citar a Federico Trillo es lo mismo que decir Yak-42, y al nombre de Josep Piqué acuden atropelladamente los cabezazos serviciales del entonces ministro de Exteriores ante George Bush. Francisco Camps, presidente de la Comunidad Valenciana, estará asociado para siempre a la cadena de tiendas Milano. Allí fue, en el establecimiento de la calle de Serrano de Madrid, donde surgió su primera relación con los trajes a medida dicen que pagados por Orange Market. Serán caprichos del destino, pero Cortefiel ha decidido cerrar las 11 tiendas de Milano. La explicación es más sencilla que el caso Gürtel y mejor fundada que las protestas de inocencia de Camps ("¡Yo me pago mis trajes!" es la única prueba aportada por
el juncal barón autonómico del PP). Resulta que, a pesar de clientes como Camps o Ricardo Costa, secretario general del PP valenciano, la demanda de sastrería y confección a medida se ha hundido y Cortefiel acumula una deuda de 1.300 millones. Como Milano es tan sólo el 2% de la facturación de Cortefiel, la decisión estaba cantada: despedida y cierre.
No es que, como les gustaría a los teóricos de la conspiración, Milano haya desaparecido para borrar los rastros de trajes sin factura y los exquisitos ceñidores que reclamaba Camps al sastre José Tomás -"desastre de sastre",
le infamó gratuitamente el consejero valenciano Rafael Blasco- para ajustar la cintura al talle. La verdad es que el estilo casual smart ha matado al figurín del traje entallado, la camisa ostentosa y la corbata desmedida. Tanto Milano y tanto Forever Young para nada; el mercado que cierra Milano es el que le dice a Camps y Costa que desfilan como en tiempos del miriñaque y la casaca.
Camps debería probar con el casual smart. Camisetas, chaquetas con arrugas y zapatos flexibles, en lugar de esos rígidos Crockett & Jones. Así el pueblo llano no podrá gritarle envidioso el "¡Trajes para todos!" que el ilustre beneficiario de Milano tuvo que sufrir en la tradicional romería de las Cañas. Entre el blusón de romero y los trajes a medida de 1.200 euros hay un amplio margen de progreso. Incluso ético.
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