Ocho años a la espera de un piso
Una familia con un niño con síndrome de Down y enfermo malvive en una caravana pendiente de recibir del Ivima una vivienda protegida
"¿Leer y escribir? Lo que me han enseñado mis hijos". Con esta respuesta parece mentira que Soraya Saava haya podido rellenar tantas solicitudes al Instituto de la Vivienda de Madrid (Ivima) como las que enseña nerviosa tras rebuscar en una bolsa. "Años y años pidiendo un techo", cuenta junto a la que desde hace años es su única casa: una caravana vieja y sucia donde convive con su marido y sus cuatro hijos, el más pequeño con síndrome de Down. Soraya y Abraham quieren algo diferente para sus hijos. "Mi Abraham (su hijo pequeño, de cuatro años) no puede vivir así".
Soraya se refiere a las condiciones lamentables en las que vive su familia. El espacio de su caravana, junto un descampado en Canillejas se reparte en tres colchones viejos y un armario lleno de trastos. Soraya enseña las humedades de su colchón, en el que duerme el matrimonio y el pequeño Abraham.En otra de las camas está durmiendo el hijo mayor, de 15 años, que "se ha cansado de que en el instituto le insulten y ya no va a clase". Los tres pequeños sí que están escolarizados. Fuera, un pequeño mueble con una bombona de butano para cocinar y unas cuerdas donde se secan al sol pijamas infantiles.
Sentada en uno de los dos sofás que, a la puerta de la caravana, dan idea de salón al aire libre, Soraya enseña una foto del niño en un barreño. "Le tenemos que lavar así, de mala manera; se constipa, tiene fiebre...". Abraham, que fue operado a los dos meses de nacer, sufre un problema de corazón y tiene un grado de minusvalía del 78%. La madre enseña más papeles, en los que los médicos del hospital de La Paz recomiendan que la familia no debe seguir viviendo en la caravana. "Este invierno cogió una infección y tuvimos que llevarle a urgencias", relata Soraya. "Nos meteríamos de okupas en un piso abandonado, pero sabemos que nos quitarían de la lista de espera".
Desde 2001, la familia ha solicitado cinco veces una vivienda al Ivima. En 2006, entraron en un sorteo pero no les tocó. "Si no se les ha dado una vivienda es porque hay otras familias en peor situación".
Su petición entra dentro del cupo de especial necesidad (en esta categoría, el Ivima ha dado 4.275 pisos desde 2005) y al ser una familia con cuatro hijos, les corresponde una vivienda de cuatro habitaciones, de las que hay menos cantidad. "Yo no sé quién puede estar peor que nosotros", dice Soraya momentos antes de que su marido llegue a casa con una cara muy larga. En paro desde hace seis meses tras numerosos trabajos temporales, viene de entregar currículos. "Nada. Esto ya no se puede aguantar", dice lacónico. Su último empleo fue en el aeropuerto y desde entonces sólo cobra 400 euros de subsidio. "Lo justo para malvivir", sentencia Soraya. En el Ivima asumen que es una "situación muy compleja" y se están planteando ofrecer una vivienda más pequeña. "Nosotros sólo pedimos un techo donde vivir, que nos saquen de la calle. No queremos un palacio", repite Soraya, que no ha pisado una casa desde que a los 17 años se casó con Abraham y dejó de vivir con sus padres. Ahora tiene "33 o 34". No sabe.
Al poco, llegan las dos hijas del colegio y lo primero que preguntan es si ha llamado el Ivima. El único lujo de la familia es un teléfono móvil, encendido sólo para la espera de una llamada que les anuncie la concesión de una casa. A la madre le queda humor para bromear con que la periodista es una representante del Ivima que les va a dar una casa. "¿De verdad?", preguntan al unísono Lidia y Cora. Después se preocupan por lo que hay de comer. "¿Macarrones otra vez?". El padre explica que las niñas se cansan de la poca variedad en la comida. Una comida que muchas veces les dan en la iglesia del barrio, donde el párroco asegura que "no son una familia conflictiva".
Lo mismo opinan en los servicios sociales de la Junta Municipal de San Blas, donde les informan sobre los programas que les pueden ayudar o con la documentación que hace falta para las solicitudes. "Es una familia con muchas dificultades". Al alejarse de la caravana, del pequeño toldo improvisado que protege del sol los sillones y del barreño que sirve de ducha, esas dificultades saltan a la vista.
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