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Tribuna:Laboratorio de ideas
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Una rara oportunidad

Antón Costas

Qué tipo de economía y de sociedad emergerá después de la crisis? ¿Necesitamos un "nuevo capitalismo"? Este tipo de cuestiones surgen cada vez con más frecuencia en los foros o conferencias para analizar la crisis económica actual.

A los economistas se nos acusa de ser expertos en explicar lo que sucedió, pero malos pronosticadores de la evolución de la economía. No estoy muy de acuerdo. Por un lado, me daría con un canto en los dientes si fuésemos capaces de explicar bien el pasado. Por otro, no veo razones para ser adivinos. El futuro, por definición, aún no existe. Por tanto, no se puede descubrir. Lo que sí podemos es ayudar a construirlo.

En este sentido, ¿puede una crisis económica ser una oportunidad para afrontar cuestiones de largo plazo que permanecían olvidadas? Sí, pero a condición de que estemos dispuestos a reconsiderar ciertas convenciones establecidas. Sucede como con ciertos episodios relacionados con nuestra salud, como un infarto, que nos pueden llevar a cambiar hábitos de vida poco sanos.

Tenemos delante una rara oportunidad histórica para avanzar hacia una sociedad más dinámica e igualitaria

Aún no sabemos si esta crisis pasará a la historia como un momento histórico de cambio o se quedará en una fuerte recesión. La crisis de 1973 fue vista por los contemporáneos como un suceso que iba a traer un cambio de civilización. Recuerden los informes del Club de Roma sobre los límites del conocimiento y la necesidad del crecimiento cero. Al final se quedó en una recesión. Por el contrario, el crash de 1929, que los contemporáneos vieron como una recesión, acabó dando paso a una economía y a una sociedad diferentes.

Cuantas más vueltas le doy a lo que está pasando, más me convenzo de que lo que tenemos delante es una rara oportunidad histórica para avanzar en la construcción de una sociedad más dinámica e igualitaria, sin que para ello tengan que ocurrir episodios dramáticos como fueron la gran depresión de los años treinta o la Segunda Guerra Mundial.

Para ver la razón de esta conjetura, permítanme analizar los mecanismos de zigzag o péndulo a través de los cuales se ha movido en el pasado el cambio económico.

La economía de finales del siglo XIX y comienzos del XX vivió una etapa excepcional. Se le conoce como "gilded age", la época dorada. El motor del crecimiento fue el cambio técnico, con la aparición de nuevas tecnologías que aumentaron la productividad y la capacidad de producir riqueza. Pero ese cambio técnico vino acompañado de una desregulación económica y de una mística del mercado que permitió la acumulación de esa riqueza en pocas manos y generó una dramática desigualdad social.

El péndulo giró radicalmente después de la Gran Depresión y la Segunda Guerra Mundial. La mezcla de una política económica de inspiración keynesiana -orientada a producir una expansión, estabilizar la economía y controlar a las finanzas-, junto con una política social de inspiración bismarckiana -orientada a establecer instituciones de reparto de la riqueza-, dio lugar a la economía mixta y a los "felices sesenta", la etapa de mayor crecimiento económico e igualdad que ha vivido la humanidad. La mística del mercado desapareció y el Gobierno fue visto como parte de la solución.

Pero el péndulo giró bruscamente a principios de los ochenta del siglo pasado, de la mano de Ronald Reagan y Margaret Thatcher. El Estado pasó a ser visto como el problema, y resurgió la mística del mercado. De nuevo se trata de una época de cambio técnico acompañado de una desregulación laboral y financiera que sirvió para que unos pocos se apropiasen de las mejoras de productividad y de riqueza.

Esta nueva "época dorada" de la economía especulativa y fraudulenta acaba de explotar y estamos viviendo sus consecuencias en términos de recesión, desempleo y aparición de nueva pobreza.

Pero ahora hay una rara oportunidad para evitar que el péndulo vuelva a girar hacia el otro extremo. La razón es que hoy nadie en su sano juicio dice que el Gobierno es el problema y que la solución está en la mística del mercado. Pero a la vez nadie piensa seriamente que la planificación económica y la iniciativa empresarial pública ha de ser la fuerza que dirija la economía. Una oportunidad no sé si para crear un nuevo capitalismo, pero sí para reconstruir una economía mixta, basada en el impulso del mercado y en la capacidad de las instituciones democráticas, públicas y sociales, para controlar y orientar su dinamismo en la dirección del bienestar social.

Pero que exista esa oportunidad no significa que se materialice. Para concretarla necesitamos dos cosas. Por un lado, una teoría económica que nos permita comprender mejor las causas de la crisis y las opciones que tenemos a nuestro alcance para conciliar progreso económico y social. Por otro, un activismo social y un liderazgo político capaz de diseñar estrategias de colaboración entre fuerzas de mercado e instituciones públicas en distintos ámbitos, desde las finanzas hasta la política industrial y las políticas sociales.

Las elecciones norteamericanas permitieron la emergencia de ese activismo social y un nuevo liderazgo político. La política económica de Obama, que combina mercado e intervención pública, va camino de aprovechar esa oportunidad para redefinir una política del bien común.

En Europa aún no hemos visto un proceso similar. Quizá la elevada abstención de las elecciones al Parlamento Europeo, desarrolladas en clave nacional, muestra el desasosiego de los europeos ante la incapacidad política para aprovechar esa oportunidad. Por eso necesitamos con urgencia algo similar a lo ocurrido en EE UU.

Antón Costas Comesaña es catedrático de Política Económica en la Universidad de Barcelona.

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