Melancolía poselectoral
Una vez agotadas la euforia de los vencedores y la decepción de los derrotados, la colonización de las elecciones europeas perpetrada por PP y PSOE, sólo para librar una cruenta campaña con el exclusivo fin de verificar las intenciones de voto de las encuestas, ha instalado a los dos partidos en un callejón sin salida. Tras la febril agitación de varias semanas, llega la melancolía nacida de los esfuerzos inútiles. Los competidores en las legislativas saben a qué atenerse cuando se abren las urnas: los ganadores preparan las maletas para trasladarse a los despachos donde se deciden los proyectos legislativos, se ejerce el gobierno y se designa a los altos cargos, mientras los vencidos se marchan con sus bártulos a la oposición o el desempleo.
El PP exige a Zapatero que plantee la cuestión de confianza y el PSOE le invita a presentar una moción de censura
El único trabajo pendiente para populares y socialistas en relación con el 7-J es despedir en el aeropuerto a los diputados que viajan a Estrasburgo para sumar sus modestas fuerzas a los 736 miembros del Parlamento Europeo. Tal vez fuese oportuno preguntarse si el mantenimiento de la elección directa del Parlamento de Estrasburgo por los ciudadanos de la UE está justificado o si sería preferible regresar a un procedimiento de elección de segundo grado a cargo de los Parlamentos nacionales.
Por si los contenidos de la campaña no hubiesen sido prueba suficiente, la falta de correspondencia entre el ruido de las promesas electorales y la sinceridad del propósito de llevarlas a la práctica también alcanza en su inveracidad a las instituciones europeas. Los poco creíbles efectos retóricos desplegados por los oradores del PSOE para convencer a los electores de la importancia histórica de conseguir en Estrasburgo un poderoso grupo parlamentario socialista, capaz de vencer al Partido Popular Europeo en las decisivas batallas sobre la construcción de la Unión y la salida de la crisis, han mostrado su nula correspondencia con la práctica. Con independencia del fuerte retroceso sufrido por la socialdemocracia en toda Europa, el apoyo del Gobierno de Zapatero a la candidatura de Durão Barroso -correligionario de los populares españoles y anfitrión del trío de las Azores- para un segundo mandato al frente de la comisión es una clamorosa derrota de la ideología ante la razón de Estado.
Quedan casi tres años de legislatura. A fin de sacar provecho de su victoria en las europeas, los populares sostienen que el presidente del Gobierno estaría obligado a disolver las Cortes o, alternativamente, a plantear la cuestión de confianza al Congreso; el presidente-fundador del PP ha observado con retranca que resultaría absurdo pedir al adversario que se suicidara. Zapatero recuerda que su mandato constitucional vence en 2012 e invita a Rajoy a presentar una moción de censura al estilo de Hernández-Mancha, de la que el candidato a palos saldría trasquilado, a menos de conseguir la mayoría absoluta. Y el presidente del Gobierno bastante tiene con negociar la financiación autónomica y los presupuestos de 2010 antes del otoño, mientras mira crecer la hierba en busca de brotes verdes.
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