_
_
_
_
Reportaje:LOS CRÍMENES QUE CAMBIARON MADRID

Veinte minutos de garrote vil

Un profesor utiliza el caso de Jarabo en sus clases para criticar la pena capital

Patricia Gosálvez

"Es la única vez que voy a hablar de la pena de muerte", espeta cada año el profesor a sus alumnos: "Y no quiero que volváis a pensar en ella". En los siguientes minutos el catedrático de Derecho Penal y director del Instituto Complutense de Criminología, Antonio García-Pablos, narra cómo murió Jarabo, según se lo contó el abogado del asesino múltiple.

José María Manuel Pablo de la Cruz Jarabo Pérez-Morris pesaba 105 kilos y olía a colonia cara el día que se sentó en el garrote vil. Estuvo sereno toda la noche, pero cuando vio el aparato se le doblaron las piernas y lo tuvieron que sujetar. Tenía 35 años y era de familia bien, sobrino del presidente del Tribunal Supremo. De poco le sirvió. Las vueltas del tornillo no pudieron quebrar su cuello de toro y tardó 20 minutos en morir estrangulado. Fue en 1959 y la carnicería despertó el debate contra el garrote, un invento español instaurado en 1820.

Jarabo había asesinado a sangre fría a cuatro personas. Metido en líos de faldas, drogas y pornografía, pendenciero y derrochador, vivía dilapidando la fortuna familiar en tugurios madrileños. Cuando empeñó el anillo de una amante y no pudo recuperarlo, asesinó a los prestamistas y a la mujer y la criada de uno de ellos. Al día siguiente llevó a limpiar el traje con el que había cometido los crímenes. Estaba "tiesecito de sangre seca", dijeron los tintoreros. La policía esperó al dandi cuando fue a recogerlo pasadas las once de la mañana, en taxi, con dos prostitutas; llevaba toda la noche de juerga.

"Por terribles que sean los hechos, nada justifica que el Estado cometa una salvajada semejante", dice García-Pablos. Cada año él vuelve a contar la historia, porque es un argumento infalible: escuchad esto y no volváis a pensar en ello. De momento se lo cuenta a los alumnos de derecho, aunque su pasión es enseñar criminología. El problema es que en Madrid las universidades públicas han dejado de impartir esta licenciatura de segundo ciclo (un curso de dos años que sí ofrecen las privadas Camilo José Cela y Europea). Cosas del Plan Bolonia. A partir de 2010 las carreras serán generalistas (duran cuatro años) o especializaciones de posgrado. En la Complutense decidieron apostar por una carrera larga que estudiase de forma global el crimen: "Estamos ultimando un plan de estudios con más de 20 asignaturas: medicina legal, psiquiatría forense, sociología... trataremos las sectas y también el urbanismo", dice el profesor.

¿Por qué es digna de un grado de cuatro años la criminología? García-Pablos lo tiene claro: "Es hora de que las togas negras dejen paso a las batas blancas". O sea, quien se debe ocupar del crimen es la ciencia, no la jurisprudencia. "Si no nos dan el grado, allá ellos", suspira García-Pablos, que mientras cuela ocho temas de criminología en sus clases de derecho, intentando meter algo de blanco en las togas negras. De fondo, la reivindicación clave de la criminología: "Está demostrado científicamente que con más policías, más jueces y penas más duras no se arregla nada". Los cinco minutos dedicados a la muerte de Jarabo son la cresta del absurdo que encierra el ojo por ojo. La suya fue la última ejecución en cumplimiento de sentencias dictadas por la jurisdicción ordinaria, pero el garrote se usaría hasta 1974. Aquel año el verdugo de Jarabo ejecutó a Salvador Puig Antich. Se llamaba Antonio López Sierra y su versión de los hechos, que aparece en la película Queridísimos verdugos, de Basilio Martín Patino, también es terrible.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Patricia Gosálvez
Escribe en EL PAÍS desde 2003, donde también ha ejercido como subjefa del Lab de nuevas narrativas y la sección de Sociedad. Actualmente forma parte del equipo de Fin de semana. Es máster de EL PAÍS, estudió Periodismo en la Complutense y cine en la universidad de Glasgow. Ha pasado por medios como Efe o la Cadena Ser.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_