Sostenibilidad del ser
Titulé esta crónica La insoportable sostenibilidad del ser, para hacerla más redonda y mentecata en este afán por mistificar el sentido de las cosas vistiéndolas con palabras nuevas. Moda que infecta el idioma y que irrumpió con toninadas como las famosas "soluciones habitacionales" y demás mandangas que nos endilgan con la perspicacia de creernos más tontos de lo que somos. De esa plaga tomé el encabezamiento, pero del meollo querría deslizar algunas reflexiones con las que me sorprendería que alguien estuviera de acuerdo.
Parte de una noticia que ha retumbado en los medios y trata de la pretensión de una mujer gitana, llamada La Nena por sus familiares y amigos y cuya verdadera filiación es la de Luisa Muñoz Díaz, por la que sentimos el mayor respeto y consideración, como por cualquier otra persona. María Luisa vive en Madrid en el barrio de Oporto y desempeña el poético menester de vender flores en un puesto del mercado. Una especie de Elisa Doolittle calé, casada a los 15 años y con numerosa descendencia. El marido no era un aristocrático logopeda, sino un albañil que, tras gris y larga vida de trabajo, falleció. Había cotizado a la Seguridad Social, como cada quisque pero cuando La Nena reclama la correspondiente pensión de viudedad, se la niegan y así lleva ocho años.
La Nena lleva ocho años reclamando su correspondiente pensión de viudedad
La Seguridad Social se la coge con un papel de fumar y ha rehusado este lícito beneficio con el argumento de que no consta la legalidad del matrimonio por ninguna parte y ello debido a que la pareja, gitana de raza, se había casado por el rito de su estirpe, que no sé si consiste en romper un cántaro y augurar la relación tan larga como las posibilidades de que los fragmentos vuelvan a reunirse. Una ceremonia tan pintoresca como la de arrojar arroz a los contrayentes o regalarles porcelanas de Lladró.
Ha clamado en vano, porque la burocracia es inhumana y estólida y ahora la tenemos postulando ante el Tribunal de Derechos Humanos de Estrasburgo. Pienso que cualquiera que haya leído tan publicitados hechos estará de parte de la reclamante y yo el primero, como diría el cabrón de Fernando VII. Pero vivimos en una sociedad convencional que tiene unas reglas de convivencia cuya observancia es necesaria. No es culpa de María Luisa; nunca he considerado aceptable la fórmula de que la ignorancia de las leyes no exime de su cumplimiento. Si esto fuera así, probablemente estarían en la cárcel la mayoría de los jueces y magistrados, cuanto más el pueblo llano y poco instruido.
La responsabilidad hay que delegarla en las incontables instituciones y las miríadas de funcionarios que pululan en torno a la protección de las lícitas pretensiones ciudadanas, las paletadas de millones en publicidad, los farragosos discursos y mendaces eslóganes para que los ciudadanos se crean amparados. Es como la seguridad ciudadana, violentada con impunidad, por los escasos y poco eficaces resortes para resguardarla. La policía detiene, los tribunales, mal, pero funcionan, y los delincuentes están en la calle al poco rato de entrar.
No es nuevo que la solución del problema está en la información de los ciudadanos. ¿Alguien le dijo a La Nena -y la convenció- que inscribir su unión en el Registro Civil no menoscaba la vigencia emocional de los hábitos de su linaje? El denodado político gitano, don Juan de Dios Ramírez Heredia, cuya empavonada toga habría elogiado García Lorca, ¿ha insistido bastante en este punto cerca de sus hermanos de sangre, antes de ocupar un escaño en el Parlamento europeo, donde ahora alza la voz una airada calé? No consta, aunque esa función también corresponda a la supradicha legión de funcionarios.
Tenemos una población de inmigrantes considerable y sospecho que, intencionada y torcidamente, se les azuza en pro de sus vindicaciones y no de los requisitos para disfrutarlas. Podría habérseles informado, uno a uno, de que el matrimonio es un contrato y lo mismo que aceptan el de inquilinato para ocupar una chabola o un apartamento, adquirir el televisor o una furgoneta, precisa regular el estado civil, a efectos estadísticos, benéficos o penales, establece las normas, similares en casi todos los países y atenerse a ellas no significa humillación ni apostasía. Que los gitanos, los mormones, los gays, los esquimales o los agnósticos no se vean despojados de los beneficios que les correspondan, como en el caso de La Nena la pensión -probablemente exigua- que reclama. A eso le llamo la sostenibilidad de ser ciudadano en un país respetable. O quizás me equivoque de wonderbra.
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