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HISTORIAS DE UN TÍO ALTO | NBA
Columna
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¡Qué malos son los árbitros!

Aquí, en Obamalandia, seguidores y detractores de la NBA están criticando la influencia que los árbitros están teniendo en los play offs. Como auténtico cínico que soy, me encantaría lanzarme a la refriega y declarar que los partidos de esta primavera son un fraude, pero no puedo a pesar de que casi me quedo sin un pulmón de tanto resoplar con fingida sorpresa cuando a quienquiera que estuviera cubriendo a LeBron James en el cuarto partido le pitaron una falta fantasma que envió a James a la línea de tiros libres a falta de medio segundo y con la posibilidad de empatar el partido (lo que resultó sorprendente de la falta no es que la pitaran, sino la reacción de los comentaristas, Doug Collins y Marv Albert. No dijeron nada, aunque la atrocidad de la falta hizo que la barba de Pau Gasol pareciera una simple decisión cuestionable y no un error de estética de marca mayor. Y, sí, acabo de insultar a un español. Bueno, a la barba de un español en todo caso).

Es evidente que los árbitros de la NBA son malos. Y no se les exige que rindan cuentas por lo malos que son. Pero la queja más importante al lado izquierdo del Atlántico no es que estén pitando mal, aunque sea verdad. La gente está molesta porque están pitando demasiado.

Lo que esta gente no parece entender es que tienen que pitar por la misma razón por la que los ladrones tienen que ir a la cárcel. Si le dijéramos a un delincuente que hubiera entrado en una casa ajena con intenciones de robar la carísima porcelana de los señores Jiménez que nos ha decepcionado y que esperamos que no lo vuelva a hacer, en lugar de encerrarlo en la cárcel después de la primera vez, no habría ningún elemento disuasorio para evitar que el delincuente en cuestión se llevara la porcelana de lujo de todo el vecindario de los Jiménez.

Con esto no quiero decir que los jugadores de la NBA sean unos delincuentes, aunque algunos de ellos lo sean (ver también: Williams, Jayson), pero sí que necesitan normas. Ahora está de moda que los comentaristas pontifiquen como sigue (leído con un tono medio en serio, medio en broma): "El baloncesto de los play offs es distinto al baloncesto de la temporada normal. Es donde se separan los hombres de los niños. Ahora me voy a meter un solomillo poco hecho entre pecho y espalda y lo voy a bajar con una garrafa de whisky".

Todo esto está muy bien siempre que a estos mismos comentaristas les parezcan bien resultados como 76-74 y niveles de audiencia que compitan con las reposiciones de M. A. S. H., esos episodios con el no tan divertido adlátere de Hawkeye Pierce. Por desgracia, algunas personas (locutores y escritores de la NBA) no pueden dar el salto necesario para llegar a la conclusión lógica de qué es lo mejor para el juego, o los play offs, en su conjunto. Piensan en un partido o en una jugada concreta. Tienen razón en una microescala: un árbitro que pone demasiado celo en su trabajo podría darle la vuelta a un partido pitando una falta. Lo que no acaban de captar es que ese mismo árbitro podría darle la vuelta a la tortilla a todo un deporte si no pita esa falta.

Está claro que, como ya he mencionado, a los árbitros rara vez se les exige que rindan cuenta de sus acciones. A algunos hasta les permiten apostar en los partidos (ver también: Donaghy, Timothy). Por consiguiente, no importa lo que todo el mundo quiera que pase porque a la NBA le da igual. Y, esta vez, esto es algo positivo.

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