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Reportaje:

Las voces bajas de la historia

El crítico Xesús González edita las cartas de su padre, superviviente de Mauthausen

Albino González González remite su primera carta tras sobrevivir a cinco años en el campo de exterminio de Mauthausen. "Después de cuatro años te escribo estas líneas, para que sepas solamente que aún vivo, y que vivo pensando en ti", escribe, "en la lucha tan larga y dura que se me ha impuesto para vivir, no he olvidado, por ello, el recuerdo de un ser que me ha sido siempre querido". Era el 6 de agosto de 1945 y la destinataria, María Gómez Torres, "mi inolvidable Marujita", no sabía de Albino desde 1939, cuando fue internado en Argelés, al sur de Francia. El hijo de ambos, Xesús González Gómez, acaba de recoger en el volumen Cartas a la novia (Edicions Documenta Balear, 2008) 26 muestras de aquella correspondencia.

Albino González pasó cinco años en el campo y salió con 30 kilos de peso
El primer 14 de abril que pasó en Galicia, la Guardia Civil lo llevó al cuartelillo

"Estas cartas", argumenta González Gómez, crítico literario, traductor y escritor, "revelan una resistencia moral y física al fascismo que no aparece en los libros de historia". González Gómez habla, con la misma expresión que utilizó en su día para la novela Os libros arden mal, de "las voces bajas" del siglo. No son misivas de lucha, no declaran resentimiento ni necesidad de reorganizar las fuerzas, sino que reflejan al individuo zarandeado y superviviente, el hombre que sale del infierno nazi con 30 años y 36 kilos de peso.

Albino González había nacido en Moles, comarca de Valdeorras, en 1915. El alzamiento fascista de julio del 36 lo cogió en San Sebastián y lo llevó al ejército republicano. Capitán, comandante, teniente coronel y, ya con el Ejército Popular constituido, comisario político, González lo fue casi todo en defensa de la II República. Y también en aquel tiempo de guerra conoció a María Gómez Torres, la que diez años más tarde se convertiría en su esposa y madre de Xesús González Gómez.

"Desde Argelés [el campo de concentración donde el Gobierno francés recluyó a parte de los republicanos españoles exiliados en 1939] escribió algunas cartas, enviadas a través de la Cruz Roja; mi madre las quemó", recuerda. Del inhóspito lugar que las democracias europeas reservaron a los perdedores de la Guerra Civil, González González pasó a la resistencia francesa. Pero en julio del 40, París caía bajo la bota nazi, y en agosto las divisiones alemanas atrapaban al combatiente de Valdeorras. Junto a más de 7.000 españoles -los historiadores cifran en un 2% el porcentaje de gallegos-, Albino pasará cinco años en Mauthausen. Los tenues indicios de organización de los presos contarán con su experiencia. "Llegó a ser algo así como responsable de barracón", apunta el hijo.

"Las últimas noticias que recibió mi madre datan de los primeros meses en Mauthausen". La comunicación se corta y hasta la liberación de Francia, la pareja pierde todo contacto. "Pienso que te extrañará mucho recibir esta misiva mía tan tardía, pero la primera por la posibilidad", comienza la primera carta de Albino remitida desde Francia. La respuesta de Marujita revela que ella "ha respetado" la ausencia. A los dos años, ya se habían casado: Vivían en A Rúa.

Albino González ya no volvió a la política activa. Y aunque esta correspondencia deja entrever la dureza de la época, él no entra en contacto con la clandestinidad. "Sin embargo, el primer 14 de abril [aniversario de la proclamación de la República] que pasa en Galicia, la Guardia Civil lo mete en el cuartelillo", explica Xesús González. La sombra del pasado no se apartaba de un Albino que reconstruyó su vida como empresario del chocolate, asociado con quien se convertiría en presidente de la Preautonomía, José Quiroga. En 1966, emigró con su familia a Barcelona.

"Nunca me habló directamente de Mauthausen", apunta el hijo, que conoció la historia por su madre. "Cuando todavía vivíamos en A Rúa", rememora, "estaban levantando un embalse con técnicos franceses; mi padre hablaba con ellos en francés y yo iba entendiendo". El comisario político y preso de Mauthausen, que pasó los últimos días de su vida reclamando indemnización de los Estados alemán y español (sólo atendió Alemania), murió en Castellón en 1981.

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