El escultor de sonrisas
Un profesor de Bellas Artes lleva sus proyectos a orfanatos de India, Nepal y Ecuador
La pequeña tenía 10 años y la piel morena y lo primero que le dijo al verle fue: "¿Tú mi papá?". Se llamaba Chandrika y vivía con su hermana en un orfanato de la India. Su inocente frase fue el inicio de un proyecto de cooperación artístico que, desde hace cinco años, vuela de Madrid a la India, Nepal y Ecuador.
José Luis Gutiérrez (Madrid, 1963), que por entonces no lo era, es hoy el padre de Chandrika y de su hermana Roshni, dos jóvenes veinteañeras que actualmente viven en Londres perfeccionando su inglés. Escultor retirado, este vecino de Pinto dirige el departamento de escultura de la Facultad de Bellas Artes de la Universidad Complutense y dedica tres meses al año a organizar talleres para los niños huérfanos de distintas partes del mundo.
Una enfermedad degenerativa le obligó a dejar la escultura
Cientos de alumnos solicitan participar en los viajes cada año
"El arte es un lenguaje universal", asegura José Luis Gutiérrez
Desde el lunes se expondrán fotos de los niños huérfanos en Atocha
"Durante años volcaba todas mis energías en hacer esculturas", explica con su voz pausada el profesor, de 55 años, desde un pequeño despacho en el taller de la facultad. "Daba clases sólo para ganarme la vida. Pero de repente me diagnosticaron una enfermedad degenerativa, esclerosis múltiple, y empecé a perder la fuerza en las manos", recuerda. "Al principio me empeñé en seguir, pero no podía y eso me frustraba. Así que decidí cerrar mi taller". El diagnóstico llegó poco después de la adopción de sus dos hijas en la India, hace ahora 10 años. Y resultó ser la combinación perfecta hacia un nuevo proyecto de vida. "El descubrimiento fue maravilloso".
La llegada de José Luis a los orfanatos es siempre una fiesta. Lo conocen todos los niños de Matruchhaya, en la India, y de Bal Mandir, en Nepal. Lo saludan entusiastas los pequeños uniformados de Sinincay, el que él llama el "pueblo huérfano" de Ecuador, donde muchos menores han sido dejados atrás por padres que emigraron para trabajar. El artista llega cuando empiezan las vacaciones escolares, cargado de botes de pintura y acompañado de algún otro profesor y de cuatro o cinco universitarios. En la facultad, sus alumnos se amontonan para participar. Lo solicitan unos 100 cada vez. "Llevaba años presentándome y por fin me voy", relata contenta una joven mientras da los últimos retoques a una pieza en el taller universitario.
El profesor, que atraviesa lentamente la sala en la que trabajan sus alumnos ayudado por dos muletas, cruza el mundo cada año con las mismas ganas que la primera vez, cuando en 2004 la Complutense financió su primer proyecto. Desde entonces ha conseguido implicar al Ayuntamiento de Pinto, al Consejo Social de la universidad y este año, por primera vez, a una farmacéutica que va a permitir que les acompañe una médica y un artista experto en trabajar con personas con discapacidad.
"En el orfanato de Nepal, el más duro de los que visitamos, hay muchos niños abandonados por tener alguna enfermedad", explica Gutiérrez con aire protector. En 2007 consiguió una donación adicional para llevar ropa, medicinas e incluso alguna beca de estudios para los cerca de 250 menores que sobreviven allí en circunstancias "inhumanas", como describe el profesor en su blog (www.gentedigital.es/blogs/sonrisas). De vuelta a España, es difícil desconectar. José Luis, que mantiene contacto por correo electrónico con algunos de los chicos, completa su trabajo con documentales y exposiciones para dar a conocer la situación de estos lugares.
Ahora cuenta los días que faltan, justo un mes, para poner rumbo a Ecuador. En otoño, aprovechando las festividades orientales, será el turno del continente asiático. Lo que engancha de la experiencia es ver cómo cambian los días de los niños con la llegada de los universitarios. "El arte transmite alegría, es un lenguaje universal", describe Gutiérrez. "Aunque el sólo hecho de compartir el tiempo con ellos ya vale la pena". Algo que se entiende viendo las caras de los pequeños mientras pintan y esculpen ayudados por los visitantes.
Desde el lunes y hasta el 19 de junio, una muestra de 24 fotografías de los proyectos llevados a cabo durante el 2008 pondrá color a las paredes de la estación de Atocha. Es la segunda vez que se realiza. El año pasado, de entre los miles de viajeros que pasaron ante los retratos, una se detuvo ante los ojos negros de una niña y su sonrisa desdentada. "¡Pero si es Kavita!". La viajera era María Maya, una monja española que regresaba a la India y que encontró a algunos de sus hijos a medio camino, adornando la estación. El profesor aún se emociona imaginando la sorpresa que causaron las fotos en la monja, fundadora del orfanato de Matruchaya, aquél en el que José Luis y su mujer adoptaron a sus hijas y donde comenzó a fraguarse esta historia.
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