Acojonan
Recién regresada a Barcelona tras una corta visita a Roma, afortunadamente previa al partido de anoche, me alcachofé delante del televisor para enterarme de cómo siguen Jesulín y sus mujeres, amén de si Junior perdonó o no a sus criaturas. Mi inclinación al chismorreo -estimulada tras Berlusconilandia- sufrió un ejemplar castigo.
Ello ocurrió porque, antes de entregarme a la barbarie de mis bajos instintos, soporté varias tandas de anuncios amenazantes. Los de los partidos políticos en relación con las elecciones europeas son impresionantes. La masa de indecisos debe de sentirse fatal. O bien a punto de encerrarse en casa y no salir el día de las votaciones de autos: pues gane quien gane lo vamos a pasar muy mal. En el mejor de los casos, aquí en Cataluña -CiU amenaza con que ocurra, si ganan ellos- ¡vamos a tener que volver a empezar! Recony, qué pereza.
La tanda de advertencias más o menos conminatorias se veía interrumpida por un cartel periódico en el que figuraba el aviso de que TVE -pues en La Nuestra aguardaba yo a que saliera la Campanario, ding dong- emite los espacios publicitarios electorales de acuerdo con la legislación vigente. Pero, entremedias, se colaban spots no menos coercitivos. Contra el colesterol -un producto lácteo-, contra el abandono de los novios -un papel higiénico-, contra... Cielos, afortunadamente lo he olvidado. Entre unos y otros, una se sentía acorralada en una esquina del sofá.
Entonces comprendí que no se trata de que los partidos políticos hayan extraído del baúl de los horrores a su dóberman ideal, que cada uno lo tiene. Es que nos enfrentamos a una generación de creativos publicitarios poseídos por el espíritu del guardia de la porra. Se trata de una versión televisivo-virtual de la antigua Ley de Vagos y Maleantes.
Regresé con alivio a Jesulín, ling ling.
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