Álava, la rozadura del "cambio"
La rivalidad y el equilibrio entre populares y socialistas dificultan el relevo del PNV
La singularidad alavesa dentro de Euskadi, o, dicho al revés, su mayor parecido con el resto de España, da las principales claves del pulso entre PSE y PP, con el relevo del PNV al frente de la Diputación como motivo. Es decir, que la razón fundamental reside en que los dos partidos, con fuerzas además muy equilibradas en Álava, se llevan allí tan mal como en Valencia o Madrid.
Con el acuerdo para sostener en el Parlamento al Gobierno de Patxi López como fondo, los dos partidos tienen un problema, pero no sólo entre ambos, sino cada uno dentro de sí mismo. Hasta el punto de que la última hora de la cuestión alavesa ha requerido la intervención directa, aunque discreta, de los máximos dirigentes, Patxi López y Antonio Basagoiti. Los dos han transmitido ordenes paralelas a los respectivos responsables locales, Txarli Prieto y Alfonso Alonso, para que guarden sus hachas de guerra y vayan engrasando su interlocución para el caso de que tengan que sostener respectivamente a un diputado general del PP, Javier de Andrés, y al ya alcalde socialista de Vitoria, Patxi Lazcoz, que se quedaría sin el sostén recíproco que ahora le da el PNV.
El entendimiento PSE-PP entre 1999 y 2003 ha sido una excepción histórica
López y Basagoiti han pedido a Prieto y Alonso que engrasen su relación
Su rivalidad y equilibrio en Álava los enfrenta como en el resto de España
La cooperación forzada por Lizarra y el acoso etarra no acorta distancias
Gerenabarrena cree que la moción será entre el 10 y el 15 de julio
Según el PP, es algo que ocurrirá inexorablemente, por lo sería mejor abordarlo cuanto antes. También es ése el convencimiento del PNV. En la visión socialista, sólo se dará si existe justificación objetiva por obstrucción o mala gestión foral, y cuando ésta pueda ser probada, comprobada y entendida como tal por la opinión pública.
El PSE-EE no quiere de ningún modo que la actuación en Álava apuntale las acusaciones de frentismo y revanchismo vertidas desde el PNV contra el lehendakari y trata de hacer ver al PP que el asentamiento de esa imagen sería malo para el futuro de los dos partidos. Ambos tienen un bien mayor a proteger, el acuerdo para la estabilidad del Gobierno y el posible balance exitoso, dentro de cuatro, años en esa experiencia inédita en la historia de Euskadi y en el resto de España, y sólo facilitada en la anormalidad de la situación vasca debido al terrorismo y el paseo soberanista del PNV en la última década.
Por lo demás, ambos partidos se han entendido siempre mejor con el PNV que entre ellos. Con los nacionalistas gobernó Fernando Buesa la Diputación desde 1987, y la coalición funcionó hasta 1997. Tras su ruptura, fue el PP de Ramón Rabanera el que ayudó al diputado general peneuvista, Félix Ormazabal, a salvar los dos años finales de su mandato.
De no haber sido por la opción del PNV por Lizarra, y con el buen entendimiento que mantenía este partido con el PP de José María Aznar, lo más probable es que hubiera seguido esa colaboración. La conclusión es, por tanto, que la excepción no es la mala relación de ahora, sino precisamente el periodo de colaboración que el PSE prestó al PP entre 1999 y 2003. Con la sensación, además, de no estar rentabilizando ese apoyo de ninguna manera, sino sólo ayudando a apuntalarse electoralmente a su principal contrincante.
Aquella cooperación forzada, sólo explicada por la excepcionalidad vasca que ahora provoca también el acuerdo para el Gobierno autonómico, no ha hecho más que agrandar su distancia y demostrar la incompatibilidad natural entre ambos.
Las relaciones envenenadas no son, pues, de hoy. ¿Por qué se manifiesta con tanta virulencia en Álava, justamente donde ambas formaciones han colaborado? Por varias razones: una es, precisamente, haberse visto forzados a esa entente, en una especie de madriguera compartida ante el acoso etarra y la hegemonía nacionalista en el resto del país, siendo como son los dos grandes partidos antagónicos. También porque Álava, con un notable menor peso del nacionalismo que en Vizcaya y Guipúzcoa, es el lugar donde el comportamiento electoral resulta más parecido al resto de España y donde más tienen que marcar sus diferencias. Y por último, pero no menos importante, porque las relaciones personales entre sus dirigentes nunca han sido buenas.No es casual que tanto Prieto como Alonso tengan una comunicación más fácil con el presidente del PNV, Iñaki Gerenabarrera, que entre ellos, pese al alineamiento de éste con las tesis más radicalmente soberanistas. Ni es casual que sea en parte del PSE alavés donde más a desgana se acepta el pacto con el PP. Desde el PNV se insiste en esto último para aventurar que el mismo mal desenlace que acarreó la colaboración en las instituciones alavesas puede esperar al acuerdo actual.
Para el PP, la presentación de la moción de censura está más que justificada en la actuacion del Gobierno foral hasta ahora. Pero eso es algo que el PSE alavés no puede aceptar, porque la ha ejecutado con su apoyo externo. La pretensión del PP implica que Prieto pase por lo que sería una rectificación en toda regla de su actuación en la investidura en 2007, cuando al votarse a sí mismo, tras quedar en una apretada segunda posición en las elecciones y fracasar en unas cuestionadas negociaciones que condujo en solitario, facilitó la elección del candidato del PNV, tercera fuerza.
Imposible dar o no la razón sobre las fechas, entre el 10 y el 15 de julio, aventuradas por el presidente del PNV, Iñaki Gerenabarrena, para la presentación de una moción de censura contra el equipo foral de Xabier Agirre. Pero, dada la fluida interlocución que mantiene con los populares, puede que ésas sean lasque éstos desean. Sus dirigentes no las dan oficialmente. De momento, se limitan a preparar el terreno con reiteradas explicaciones públicas sobre la peor evolución económica del territorio respecto de los otros dos y la atribución de ese hecho a la "nefasta gestión" y la "parálisis" del Ejecutivo foral. Ésta última atribuida en parte al miedo de que cualquier acción sirva, precisamente, para justificar la moción de censura.
Lo primero es frenar las hostilidades: el PSE quiere que los socialistas retiren las querellas que tienen presentadas contra el alcalde y contra el presidente de la Vital, Gregorio Rojo; y el PP que Lazcoz deje de pedir la cabeza de su jefe de filas en el Ayuntamiento, Javier Maroto, y de votar con el PNV en las Juntas Generales cuestiones lingüísticas que a su juicio contravienen el contenido del acuerdo para la investidura de López.
Para el PNV, "cuanto antes, mejor"
El PNV da por hecho que va a salir del Gobierno foral antes del verano, según expresó esta semana su presidente regional, Iñaki Gerenabarrena. Piensa que entre el 10 y el 15 de julio presentarán el PP y el PSE-EE la moción de censura. Para que el periodo vacacional haga olvidar el episodio y nuevo el curso político no arranque con el foco colocado sobre la cuestión alavesa. Algo más prudente, el diputado general, Xabier Agirre, lo alarga hasta el otoño. "No comeremos el turrón aquí", ha dejado dicho.
En realidad, el interés del partido de Iñigo Urkullu es que, dado que la operación estaría para ellos cantada, se produzca cuanto antes. Y que quede claro así que no hay motivos objetivos que la justifiquen, sino que es el fruto exclusivo del pacto entre socialistas y populares para investir y sostener a López, y el precio que paga el PSE-EE, añadido al de la presidencia del Parlamento vasco.
En este interés el PNV coincide con el PP, y así se lo ha transmitido incluso a este partido: "Cuanto antes, mejor", de tal modo que la imagen que quede del relevo apuntale la acusación de frentismo y revanchismo y la negación de la transversalidad predicada por el lehendakari. En la medida en que la moción de censura a Agirre se llevaría por delante el respaldo del PNV al alcalde de Vitoria, el socialista Patxi Lazcoz, éste no tendría más remedio que sostener su gestión también en el PP, y tal comportamiento quedaría más en evidencia, ya que serían dos más las instituciones apuntaladas por el acuerdo entre ambos partidos.
Lo que no quieren los peneuvistas es prolongar una situación de agonía, parecida en cierta medida a la que sufrió el anterior diputado general, Ramón Rabanera, y en la que se sienten prisioneros. Sometidos a vigilancia y a "chantaje", según la expresión que más han usado sus dirigentes, por parte de los socialistas.
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