La culpa ausente
No es común que un ministro diga de un ex ministro lo que Carme Chacón dijo de su antecesor en el cargo, o al menos lo que insinuó de Federico Trillo cuando se supo la sentencia del juicio por las consecuencias del accidente del Yak-42.
No lo dijo, lo insinuó, y esa insinuación es como el dibujo de un hueco, más directa que un nombre y sus apellidos. El responsable está sentado ahí dentro, vino a decir la ministra, como si con su voluta estuviera creando una arquitectura mental, un recuerdo y a la vez un nombre propio. Trillo es diputado, es el que estaba dentro del hemiciclo hacia el que vaciaba su dedo la actual ministra de Defensa.
En el hemiciclo hace la vida Trillo, es diputado; detrás suyo hay una responsabilidad política con la que ha convivido a veces dramáticamente, como cuando un grupo de familiares de los soldados muertos le acorraló en las Cortes; los que le han rodeado, en el hemiciclo y fuera, han pedido que los que le siguen dejen de jugar con los muertos. No es juego; el recuerdo no es un juego, y ahora el recuerdo está escrito en una sentencia que le soslaya, pero que le rodea.
Mientras duró la incertidumbre sobre lo que había pasado, el ex ministro no era la culpa ausente de ahora; era, simplemente, un diputado en expectativa de olvido; por eso, en medio del fragor de los rumores sobre lo que había pasado, desdeñó las preguntas de los periodistas acerca del asunto, e incluso le pagó a una informadora de radio con un euro la osadía que tuvo de indagar.
Su viaje ha sido hacia el silencio sincopado; arropado por los suyos, que amplificaron la densidad del silencio, se ha guardado las espaldas con la finura de su estilo jurídico, y mientras le han ido pidiendo que al menos asuma la responsabilidad, se ha escudado en el sub júdice, hasta que el sub júdice se hizo sentencia y habitó entre nosotros.
El latiguillo acatamos la sentencia ya es como la saliva del perro de Pavlov en la sociedad política contemporánea: los políticos acatan las sentencias cuando no les gustan, pero cuando les gustan ordenan que repiquen todos los campanarios. En esta ocasión tocó decir: "La acato, pero no la comparto". Bueno fuera, como decimos en Canarias.
La sentencia del papel no es la misma que la sentencia del aire, y en el aire flota una culpa oculta que ha señalado la ministra con un golpe de dedos. "Está ahí sentado". Está, como el silencio. Pues sí, que venga Dios y lo vea. -
jcruz@elpais.es
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