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Columna
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El europeo Jordi Pujol

Al amparo de Valencians pel Canvi, entidad cívica para el debate de asuntos públicos, el ex presidente de la Generalitat de Catalunya, Jordi Pujol, pronunció el miércoles pasado una conferencia en la Universidad de Valencia. Con lleno hasta la bandera -valga el tópico- el veterano político se explayó acerca de un tema tan genérico como el titulado Catalunya, España y Europa, con el inevitable añadido del País Valenciano, acerca del cual hubiera podido explayarse una semana entera ante un auditorio cautivado. La conferencia venía a ser un modesto pero muy cualificado pórtico a las elecciones europeas que acaban de arrancar.

No vamos a entrar más allá de lo imprescindible en el contenido de la disertación, que bien merecía una atención mediática que estos días anda embebida por los esperpénticos sucesos judiciales que envilecen la actualidad política local. En realidad y a nuestro juicio, lo ciertamente notable fue la insólita presencia y discurso de quien, más allá de las fobias y filias que suscite, ha sido un hombre de Estado decisivo en la historia de la democracia española. Un personaje que, además de este indiscutible mérito, sazona su reflexión con una vastísima cultura y un expresivo apasionamiento por aquellos asuntos que juzga importantes y aún vitales que nos conciernen como valencianos, españoles y europeos. Un discurso y una vibración que constituyen una verdadera rareza por estos pagos tan políticamente ayunos o esquilmados de talento.

Notable y novedoso fue el manifiesto pro europeo en un tiempo en el que, al margen de la cita circunstancial con las urnas, el proyecto parece encallado por una crisis que no es principalmente económica, aunque también, sino de políticos e ideas. El molt honorable conjuró este frenazo mediante la emocionada evocación del trayecto recorrido desde la devastación provocada por la última contienda -"la catedral de Colonia emergiendo entre un mar de ruinas"-, el acuerdo sobre el carbón y el acero, en 1951, el Tratado de Roma, de 1957, hasta hoy mismo, con la trama institucional y de nacionalidades que integra la Unión, de la que el orador se declara ciudadano europeo. Un proyecto del que no soslayó mencionar las contribuciones pioneras del economista Romà Perpinyà y que con semejantes créditos hubiera podido citar a los periodistas Martí Domínguez y Vicent Ventura que bogaron en este sentido cuando para el tullido franquismo resultaba sospechosa la mera evocación de Luis Vives o de Erasmo.

Y claro, también habló del País Valenciano con el tino de quien está familiarizado con nuestras entretelas históricas y políticas. Esto es, habló con exquisita prudencia, pues bien que se conoce la susceptibilidad del personal que nos gobierna, lo que no le impidió glosar los intereses materiales y tráficos que trenzan el destino de los países y regiones que comparten la fachada mediterránea, conminada a luchar y competir para desplazar hacia el sur el centro de gravedad de Europa. Todo un desafío de futuro que dudosamente, a nuestro entender, figurará en los programas de los futuros eurodiputados, por lo general meros beneficiarios de premios de consolación o salidas jubilares en los partidos.

Y acabado el encelamiento producido por la lección de alta política, volvimos a la miserable realidad doméstica: los agobios del curita, las hazañas del bigotes, las cuitas del sastre y el clamoroso desfile de imputados. También nos ensoñamos europeos, pero muy del norte.

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