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Columna
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Predicciones erróneas

Tenemos tendencia a pensar que las profecías sociales se cumplen siempre, y que costumbres o fenómenos ahora asentados vinieron precedidos de una atinada adivinación. Y es que la realidad siempre juega con ventaja: no es objetable. Por eso, a toro pasado, consideramos que era inevitable su llegada, y que seguramente la vimos llegar desde el principio.

La cultura está llena de predicciones erróneas, de augurios desmantelados, de pronósticos brillantemente expuestos y vergonzosamente incumplidos. Hace un par de décadas (¿o serán tres?) los druidas de la modernidad vaticinaban la desaparición del libro frente al ímpetu avasallador de la tele. Mucha gente llegó a creer que se trataba de algo inevitable. Y aun si sobrevivía, el papel impreso padecería una radical transformación: el discurso verbal sería sustituido por las viñetas, la construcción lingüística cedería su lugar a la imagen, la literatura, en fin, iba a dejar paso al cómic. Los listillos bien se ocupaban de subrayar aquello de "cómic" para diferenciarse de nosotros, los antiguos, que aún decíamos "tebeo".

A menudo las predicciones socioculturales se revelan falsas, pero cuando eso ocurre nunca se acompañan del reconocimiento de un error. Al contrario, apenas provocan un discreto mutis por el foro. Después de haber vendido como inevitable su triunfo sobre el libro, los tebeos han pasado por décadas de crisis y mantienen un lugar secundario, incluso injustamente subordinado, en el universo cultural.

Y la televisión, presunta liquidadora del libro hecho y derecho, empieza ahora, curiosamente, a pasar por los mismos aprietos, unos aprietos que hace veinte años nadie habría sido capaz de imaginar. Aquel electrodoméstico que se había apoderado de todos los hogares prometía una larga hegemonía. Pues bien, su brevísimo reinado de apenas medio siglo empieza a oscurecerse bajo el ímpetu del ordenador y de una inagotable oferta de recursos tecnológicos. Es más, la televisión está alcanzando una insospechada connotación tercermundista, una inquietante vertiente pueblerina: lleva camino de convertirse en coto de las personas mayores, a menudo aparcadas por parientes y cuidadores implacables, frente al maléfico artefacto, del que no pueden huir.

Todo esto viene a cuento de la última profecía: la irresistible decadencia de la prensa. El periódico apunta maneras de pieza de museo y hasta sus más fervorosos practicantes confiesan, en voz baja, que al diario le quedan cuatro días. Se trata del enésimo presagio y, como todos los presagios sombríos, nadie tiene el coraje de opinar que a lo mejor no será así. Pues bien: larga vida al periódico. El periódico de pago, con letra más bien pequeña y lleno de artículos de fondo. El periódico, en fin, de toda la vida. ¿Apostamos algo? Cuando vaya a cobrarme la cena llevaré la prensa bajo el brazo.

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